Anclados en el mundo estudiantil, en asociaciones gremiales o en iniciativas sociales urbanas, existen en nuestro país varias organizaciones que buscan impulsar el desarrollo de prácticas agrícolas responsables con el medio ambiente y la sociedad, en oposición a la forma industrial dominante de explotar la tierra y el ecosistema.
Elizabeth Sanhueza vive con su pareja y tres gatos en una villa de San Bernardo. No es una parcela, pero en el antejardín de su casa hoy tiene en crecimiento espinacas, lechugas, habas, cilantro, rúcula, ajos… “Fue algo bien intuitivo, en realidad. Aprendí un poco de permacultura, leí a Fukuoka, busqué semillas y el año pasado tuve tomates, acelgas, lechugas. No trabajo mucho y me da tanto que a veces intercambio con el almacén de la esquina”, dice.
“En nuestro país, a diferencia del resto de América Latina, la agricultura urbana está muy poco desarrollada, probablemente por razones culturales como nuestro amor al consumo y lo que ello significa en términos de estatus”, explica Aníbal Fuentes de la organización Cultivos Urbanos, quienes desarrollan diseños que optimizan el tiempo y el espacio y que permitan el cultivo de vegetales donde tradicionalmente no es posible, “que si bien nunca será lo mismo que cultivar directamente en el suelo en términos de rendimiento, sí ofrecen una posible solución”, explica.
En Santiago, tenemos el ejemplo del sistema de medierías en la Aldea del Encuentro, en donde vecinos de La Reina se hacen cargo de la producción de un paño de terreno. También está el de Antumalal en Renca y el sistema de huertos familiares administrados por la Dirección de Gestión Ambiental de La Pintana (Digap). Además hay huertos con carácter más educativo, como el de Hada Verde o Matucana 100.
“El cultivo urbano implica un quiebre con el sistema de producción agro industrial, a partir de la recuperación de la soberanía alimentaria por parte de los habitantes de las ciudades”, afirma Fuentes.
NO SÓLO VENDER
A nivel de micro y pequeños productores agroecológicos también hay organización. Guillermo Riveros es agrónomo y presidente de Bío Bío Orgánico, que agrupa desde 2002 a más de cien agricultores agroecológicos de esta región (donde hay más cultivo orgánico en Chile) y han establecido redes con comunas de la V, VIII, IX y X región, aunque reconoce que falta mucho para lograr una confederación que trabaje constantemente en el tema y que luego de 2010 –“un año muerto por el terremoto”- hoy están creando redes con RAP-Chile y la Asociación Gremial de Productores Orgánicos de Chiloé, donde hay muchas variedades nativas.
Desde 2005 ha realizado distintos seminarios internacionales desde la Décima Región a La Serena e incluso en uno de estos, en Chillán, 300 personas se manifestaron por la agroecología y en contra de los transgénicos, por la defensa del medioambiente en sentido amplio y la preservación de las culturas ancestrales. “Nuestra filosofía es difundir que hay otras alternativas de agricultura, eso es lo que hemos hecho, más allá del tema comercial, que también está porque esto es nuestro sustento”, indica.
Riveros es agricultor orgánico de hierbas medicinales, así como de arándanos y sándalos. Administra la granja Santa Cecilia a15 kilómetros de Chillán y desde 1995 produce orgánicos certificados. “Rechacé la agricultura convencional por el uso excesivo de agroquímicos, conocí muchas experiencias negativas”, confiesa.
Frente al panorama de los productores agroecológicos (no sólo ‘orgánicos’, ya que ahí hay grandes productores que tienen otros esquemas, dice) indica que la ley 20.489 que habla de la agricultura orgánica está pensada para los grandes productores, agrupados en la Aaoch (Agrupación de Agricultura Orgánica de Chile), quienes están por la coexistencia con los transgénicos.
Otro de los problemas que enfrentan es lo caro de la certificación que garantiza que lo que se vende cumple las normas de producción orgánica. Esto es hecho por transnacionales que cobran 540 mil pesos por certificar la producción primaria y 550 mil por la del producto procesado.”Ese valor es un obstáculo para una empresa chica”, dice.
DEL HUERTO A LA SALA DE CLASES
En el campus San Joaquín de la Universidad Católica se encuentra el Bio Huerto UC, iniciativa que desde 2007 reúne a estudiantes en torno a un huerto orgánico instalado donde antes había sólo piedras. Hoy colaboran más de 20 personas, tienen un banco de semillas que utilizan e intercambian, lombricultura y compostaje, reproducen árboles nativos como palmas, peumos, molles y araucarias, y han desarrollado talleres de huertos urbanos para vecinos de Macul, “porque la idea es que las personas apliquen esto en sus casas”, dice Paulina Cerda, estudiante de cuarto año de Agronomía.
Señalan que este tema sólo se toca tangencialmente en la carrera, por lo que como experiencia educativa esa es la única instancia. “Esto es completamente diferente a lo que se nos enseña en la Facultad”, dice Adolfo Figueroa. La iniciativa es universitaria pero puede participar cualquier persona que esté interesada en aprender y colaborar.
ALTOS PRECIOS Y TRANSGÉNICOS
“Para nosotros es más trabajo, pero a la larga es más barato el proceso. Los precios de los productos orgánicos están inflados, por eso la idea es que la gente haga sus propios huertos”, dice Pablo Samur del Bio Huerto.
El presidente de Bío Bío Orgánico reconoce que los productos orgánicos están dirigidos al segmento ABC1 y que los precios están sobrevalorados por moda, “porque producir orgánico es sólo más costoso en trabajo y dinero el primer año, luego se llega a un equilibrio, a la auto-sustentabilidad”, explica. Y él sabe de esto: Vende su caja de 20 bolsas de hierbas para infusión a 730 pesos más IVA, pero en Santiago la encuentra a 3.800 pesos.
Sobre la patentación de la vida vegetal, Fuentes, de Cultivos Urbanos, señala que “destruye nuestra historia de evolución colaborativa, dirigiendo su camino hacia intereses netamente mercantiles, y haciendo dependientes a los productores de los intereses de las grandes empresas productoras de semillas”.
Además, explica que los cultivos transgénicos significan un riesgo de contaminación del suelo y los cauces de agua y pueden contaminar genéticamente los cultivos orgánicos vía polinización.
Por eso, tanto Riveros como los estudiantes del Bio Huerto motivan a formar redes de intercambio de semillas y experiencias agro-ecológicas. “Sólo con aprendizaje y organización podremos asegurar nuestra soberanía alimentaria”, concluye el agricultor.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano