En la poco reflexiva carrera por el desarrollo se ha caído en un peligroso juego, en este juego los países de ingresos bajos o medios como Chile están lejos de ser expertos. ¿Qué tan lejos podemos llevar este juego? ¿Seguiremos subiendo las apuestas hasta que se acaben las fichas y el ganador se quede sin contrincantes?
Estos días me topé con un artículo que llamó mi atención, en el se referían a un estudio realizado en la Universidad de California en Berkeley, donde buscaban evidenciar la deuda en dólares que poseen países de bajos, medios y altos ingresos en base a sus respectivas huellas ecológicas. El estudio mostraba cómo los países de altos ingresos tenían un impacto directo sobre el resto, ya sean de medianos y bajos ingresos; de hecho una de las conclusiones era que la deuda ecológica que tienen los países de altos ingresos es varias veces mayor a la deuda externa que poseen países de medianos y bajos recursos.
En el mismo artículo se añadía una imagen que resume los resultados en una suerte de gráfico torta, donde las huellas de cada categoría se posan sobre las otras. Visto desde arriba parece un caminar ascendente, una gran pirámide de naciones donde para avanzar y llegar a la cima, no queda más opción que pasar por encima de las otras y luego posarse sobre ellas dependiendo del sustento que otorgan.
(Las cifras están en trillones de dólares)
Es el juego del desarrollo, una competencia desleal muy bien disfrazada detrás de modelos económicos que diluyen las responsabilidades personales e institucionales. Modelos que nos mantienen actuando día tras día en base a reglas que no comprendemos, pero sí acatamos y exigimos que otros acaten. Quién no lo haga, simplemente no es parte del juego y será abandonado a su suerte.
Toda nación se hace partícipe de este juego o competencia de escalada, no sólo apoyándose en la mano de obra barata de otras naciones, sino que también, y con mayor impacto, en los recursos naturales de las mismas. Esto varía dependiendo de la disponibilidad de recursos que tienen en sus propios territorios, la que suele tener una relación inversa con la posición que ocupen en la pirámide. Naciones ubicadas en la parte superior son casi por completo dependientes de los recursos provenientes de naciones menos desarrolladas.
Los tercermundistas somos los proveedores de recursos por excelencia, año tras año rasgamos la tierra por minerales, la agotamos con monocultivos, talamos bosques nativos, creamos vastas plantaciones silvícolas con especies de crecimiento rápido, y exportamos la mayoría de estos recursos. Nos quedamos sólo con un pequeño porcentaje del beneficio neto que se podría obtener de ellos, más el bonus de todos los impactos sociales y ambientales asociados a dichas actividades. Impactos que por si fuera poco suelen ser mucho peores que aquellos de actividades manufactureras o de servicios, típicas de naciones más desarrolladas.
No hay opción, este negocio de sobreexplotarnos es la cuerda que nos lanzan desde las alturas los consumidores por excelencia, que abarrotados de plasmas, Ipods, camionetas Silverado y wild on parties, nos gritan que el paraíso esta allá y debemos avanzar hacia ese lugar sin mirar mucho para los lados.
¿Qué pasará cuando logremos subir? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que no hay premio alguno en un estilo de vida consumista?; sólo el premio de una economía activa que esclaviza al hombre en un proceso eficiente de placebos materiales, que tal como una droga crea una ilusión de placer y felicidad que rápidamente se transforma en ansiedad, en deseos de más, de comprar el último modelo de lo que sea, últimos modelos que se suceden con absurda velocidad, sin implicar mejoras concretas en los productos.
Países como China e India se toman el juego con mucha seriedad y apuntan a los mismos niveles de desarrollo que poseen países occidentales. Creo que todos o la mayoría han escuchado que si China apuntara al mismo esquema de consumo que tienen países como Estados Unidos, necesitaríamos más de 4 planetas Tierra para sobrevivir. Esta estimación evidencia muy bien cómo invertimos poco a poco nuestra pirámide, quienes ascienden y aquellos que ya se encuentran arriba socaban las mismas bases de la pirámide en una yenga planetaria, donde sacamos ladrillos desde abajo que corresponden a recursos renovables o no renovables y los emplazamos más arriba, en forma de otros más pesados, que son bienes y servicios requeridos para el mundo desarrollado. Todos sabemos cómo termina un juego de la yenga (o «torre de Babel») y no suena como un buen final para el juego planetario.
Parece obvio que las reglas del juego deben cambiar, sobre todo para países que aún cuentan con grandes reservas de recursos naturales. Si éstos cambiaran su forma de enfrentar la mano, verían que tienen muchas más cartas para ganar que aquellos que blufean y tientan con que nos vayamos al plato.
por Francisco Urquiza
Estudiante Magister en Ciencias de la Ingeniería UC