El conflicto armado que desangró El Salvador entre 1980 y 1992 tuvo, empero, un efecto positivo para los bosques de esta nación centroamericana, que resurgieron con el desplazamiento forzado de la población civil, relató la experta ambiental Ileana Gómez.
«Si bien la guerra jamás será algo positivo, lo cierto es que los bosques del norte salvadoreño se recuperaron debido a la falta de explotación y a la huida de la población», explicó Gómez, directora del proyecto ambientalista Prisma, de este país.
El fenómeno se dio particularmente en los norteños departamentos de Chalatenango y Cabañas, donde muchos habitantes se fueron a Honduras, escapando de la estrategia de «tierra arrasada» desplegada por la Fuerza Armada para impedir todo posible apoyo de la población a las fuerzas guerrilleras.
Aquella retirada del campesinado inhibió la agricultura en los territorios en conflicto, los cuales estuvieron ociosos por casi dos décadas y fueron cubiertos por la masa forestal, agregó Gómez.
A su vez, la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) usó como fortaleza el follaje de los árboles y el intrincado relieve de la montaña, y contribuyó a reducir las agresivas plantaciones de algodón, fuente de contaminación por el uso de abonos químicos.
El segundo gobierno del FMLN (2014-2019) desarrolló una serie de políticas ambientales que sacaron al país de entre los 10 más vulnerables a los efectos del cambio climático, y entre las iniciativas destacó un plan de reforestación conocido como Plantatón.
Además, en 2017 fue aprobada una ley que prohíbe la minería metálica en el país y diversas fuerzas de izquierda y movimientos sociales y ecologistas impulsan una ley general de agua que consagre el acceso al recurso hídrico como un derecho humano.
Cortesía de Sputnik
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