Hace 77 años, el 6 y el 9 de agosto de 1945, EE.UU. destruyó completamente las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki al lanza en cada ciudad la bomba nuclear. El número de víctimas de la tragedia fue de más de 450.000 y los supervivientes siguen sufriendo enfermedades causadas por la radiación.
Aunque ambas ciudades ya han sido reconstruidas, sus habitantes siguen soportando el peso de aquella terrible tragedia. La historia de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki y los recuerdos de los supervivientes traen consigo un profundo debate que, por generaciones, ha hecho que los expertos cuestionen la necesidad de un arma tan efectiva como letal, capaz de desatar el infierno en la Tierra, explica el periodista David Nieto para RT.
Еl día que la bomba detuvo el tiempo
El 16 de julio de 1945, los científicos estadounidenses que trabajaban en el Proyecto Manhattan realizaron con éxito la primera explosión nuclear de la historia en la prueba ‘Trinity’ en Alamogordo, Nuevo México. Con la Segunda Guerra Mundial aún en curso en el Pacífico, los preparativos para utilizar bombas nucleares contra Japón avanzaron.
El 6 de agosto de 1945, a las 08:15, se lanzó la primera bomba atómica sobre el centro de Hiroshima. Bautizada como ‘Little Boy’, esta bomba de uranio nunca había sido probada antes, pero los científicos estaban seguros de que funcionaría. Asimismo, Hiroshima no fue elegida al azar como objetivo del primer ataque. Esa ciudad reunía todos los criterios para obtener el máximo número de víctimas y de destrucción: un lugar llano rodeado de colinas y edificios bajos y altamente inflamables por ser en su mayoría de madera.
El ataque arrasó completamente la ciudad. Todo lo que rodeaba el epicentro de la explosión se convirtió instantáneamente en cenizas, y hasta en las paredes de algunas casas quedaron siluetas humanas. Las manecillas de casi todos los relojes de Hiroshima se detuvieron a las 08:15, el momento de la explosión. Algunas de ellas están recogidas en el Museo de la Paz como objetos de exposición. Según diversas estimaciones, en cuestión de segundos perecieron entre 80.000 y 140.000 personas, mientras que otras 100.000 resultaron gravemente heridas.
Tres días después, en la mañana del 9 de agosto, un segundo avión estadounidense se elevó desde la base aérea de la isla de Tinian, en el océano Pacífico. La bomba nuclear que transportaba llevaba el nombre en clave ‘Fat Man’. Se trataba de una bomba de implosión más sofisticada, basada en plutonio, que había sido probada en la prueba ‘Trinity’. El objetivo principal era la ciudad de Kokura. Sin embargo, debido a una espesa capa de nubes, la tripulación de la aeronave se decantó por el objetivo secundario: Nagasaki.
‘Fat Man’ era casi el doble de potente que ‘Little boy’, pero la imprecisión en la puntería y el terreno local redujeron en cierta medida los daños de la explosión. De igual manera, los efectos del bombardeo fueron devastadores: en el momento de la explosión, a las 11:02, murieron 74.000 personas, otras 75.000 sufrieron heridas graves. El número de víctimas por enfermedades derivadas de la radiación siguió creciendo en los años siguientes.
La bomba no acabó la guerra
La opinión generalizada en EE.UU. durante los últimos 77 años ha sido que los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki eran la única forma de poner fin a la Segunda Guerra Mundial sin una invasión, que habría costado cientos de miles de vidas estadounidenses y japonesas. La lógica de este razonamiento sostiene que las bombas no solo pusieron fin a la guerra, sino que lo hicieron de la forma más humana posible.
El Estado Mayor Conjunto de EE.UU. argumentó que ningún gobierno japonés se había rendido a una potencia extranjera en los 2.600 años de historia del país y ninguna unidad militar japonesa se había rendido en todo el transcurso de la Guerra del Pacífico. Además, la exigencia aliada de una rendición incondicional llevó a los japoneses a temer que el emperador Hirohito, al que muchos consideraban una deidad, fuera juzgado como criminal de guerra y ejecutado, recuerda el historiador militar Richard Frank, del Instituto de Investigación de Política Exterior.
«No había un punto final predecible en este proceso. Si no se producía una capitulación organizada, las bajas estadounidenses (y aliadas) podían producirse en cualquier punto de un vasto continuo que iba desde los cientos de miles hasta bastante más de un millón», estimó Frank.
El entonces secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, justificó el uso de la bomba atómica argumentando que en julio de 1945 no se percibía ningún signo de «debilitamiento en la determinación japonesa de luchar en lugar de aceptar la rendición incondicional». Mientras tanto, Washington planeaba intensificar sus operaciones militares y lanzar una invasión del archipiélago japonés en noviembre.
«Calculamos que si nos viéramos obligados a llevar a cabo este plan hasta su conclusión, los principales combates no terminarían hasta la última parte de 1946, como muy pronto», escribió Stimson. «Me informaron de que tales operaciones podrían costar más de un millón de bajas solo a las fuerzas estadounidenses», agregó.
Mientras, el reconocido físico estadounidense Karl Taylor Compton, consejero delegado del presidente Truman sobre el uso de la bomba atómica, defendió que si no se hubiera utilizado esta poderosa arma «habría habido muchos más meses de muerte y destrucción a una escala enorme». En última instancia, los expertos militares estadounidenses concuerdan en que la muerte de civiles japoneses no se planteó como un fin, sino como un medio.
No obstante, los críticos cuestionaron la moralidad y la necesidad de los bombardeos, argumentando que la principal razón de la rendición de Japón fue la entrada de la Unión Soviética en la guerra el 8 de agosto, que lo cambió todo para los dirigentes nipones, quienes reconocieron en privado la necesidad de capitular rápidamente.
«Las abrumadoras pruebas históricas de los archivos estadounidenses y japoneses indican que Japón se habría rendido ese agosto, incluso si no se hubieran utilizado las bombas atómicas, y los documentos demuestran que el presidente estadounidense Harry Truman y sus asesores más cercanos lo sabían», apunta Gar Alperovitz, profesor de Economía Política en la Universidad de Maryland.
Los soviéticos invadieron la región china de Manchuria, ocupada por Japón, en la medianoche del 8 de agosto. Como se predecía, este ataque alarmó a los líderes japoneses, ya que no podían luchar en una guerra de dos frentes.
«La Unión Soviética tomará no solo Manchuria, Corea y Karafuto, sino también Hokkaido. Esto destruiría los cimientos de Japón. Debemos terminar la guerra cuando podamos tratar con EE.UU.«, afirmó el primer ministro nipón, Kantaro Suzuki, el 10 de agosto de 1945.
Aunque la mayoría de los estadounidenses no estén familiarizados con esta historia, el Museo Nacional de la Armada de EE.UU., en Washington, reconoce en una placa de una exposición sobre la bomba atómica que «la vasta destrucción causada por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y la pérdida de 135.000 personas tuvo poco impacto en el Ejército japonés. Sin embargo, la invasión soviética de Manchuria les hizo cambiar de opinión«.
La huella de la radiación
Después de la guerra, durante la ocupación estadounidense, se inició una amplia reconstrucción en ambas ciudades. En Hiroshima se promulgó un plan de planificación integral en 1950 y la urbe se convirtió rápidamente en un centro industrial de la región. En Nagasaki, grandes partes de la ciudad histórica sobrevivieron a la guerra y servirían de gran atractivo para los turistas. Ambas ciudades se convirtieron en centros espirituales del movimiento para prohibir las armas nucleares. Asimismo, el casco en ruinas del Salón de Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima fue designado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996.
A las víctimas supervivientes de los bombardeos, conocidas en Japón como ‘hibakusha’, el Gobierno nipón les prometió atención médica gratuita de por vida. En 1947, la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica comenzó a realizar investigaciones médicas y biológicas sobre los efectos de la radiación con numerosos participantes voluntarios. Más de 120.000 ‘hibakusha’ se inscribieron en el proyecto. El estudio arrojó datos sustanciales para quienes estudian los efectos a largo plazo de la exposición a la radiación.
«El uso de armas nucleares contra Hiroshima y Nagasaki causó una catástrofe humanitaria única en la historia«, declaró este martes el secretario general de la ONU, António Guterres, en un acto conmemorativo, durante el cual advirtió que «hoy la perspectiva de un conflicto nuclear ha vuelto a la esfera de lo posible».
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