Inglaterra está en crisis energética: grandes empresas prometieron subir los precios un 10% en noviembre, mientras la quinta parte de plantas deben ser renovadas en la próxima década.
En estas condiciones el gobierno británico decidió implementar nuevas fuentes de energía. Pero no fue ni energía solar, ni hidroeléctrica, sino que la fuente más criticada en los últimos años – la nuclear.
Dos años pasaron desde la catástrofe de Fukushima, la planta nuclear japonesa que fue destruida por terremoto y tsunami. El agua radioactiva penetra al mar y a la tierra cercanos del área; miles de personas no pueden devolverse a sus casas infectadas.
Después del accidente el movimiento antinuclear más fuerte emergió en Europa. Canciller del país-líder europeo Ángela Merkel, que al principio no vio nada grave en continuación del funcionamiento de plantas nucleares alemanas, pronto prometió cerrarlas todas bajo la presión civil.
Ahora, al enterrarnos de la decisión del gobierno británico, la discusión se reinició. Pero ¿Cuáles son los argumentos de activistas anti-nucleares? ¿La posible inseguridad de las plantas frente a movimientos subterráneos? La discusión de este tipo sería relevante en el caso de Chile, donde los temblores son tan comunes como pan al desayuno, y existe constante riesgo de terremotos.
En Europa las condiciones geológicas son completamente diferentes, y la posibilidad del accidente nuclear se iguala a la de plantas hidroeléctricas. Al mismo tiempo, las condiciones climáticas no son las mejores para captar energía del sol, y las fuentes del agua son limitadas. Así que los británicos seguramente preferirán correr el riesgo para obtener la energía necesaria.
Por María Akbulyakova