Al menos cuatro de cada 10 conflictos internos en diferentes países, en los últimos 60 años, han tenido relación con la explotación de los recursos naturales, tanto por su valor, como la madera, los diamantes, el oro, los minerales o el petróleo; como por su escasez, como la tierra fértil y el agua.
Así lo afirma la ONU Medio Ambiente con motivo del Día para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados, que se celebró el 6 de noviembre.
En un mensaje con motivo de esta jornada, recogido por Servimedia, la ONU señala que «la humanidad siempre ha contado sus víctimas de guerra en términos de muertos y heridos, de ciudades destruidas, de medios de vida arruinados», y añade que, «sin embargo, el medio ambiente ha sido con frecuencia la víctima olvidada«.
«Pozos de agua contaminados, cultivos quemados, bosques talados, suelos envenenados y animales sacrificados, todo se ha dado por válido para obtener una ventaja militar», apunta, antes de subrayar que el riesgo de que se produzcan conflictos por los recursos naturales se duplica con respecto a otros casos.
Naciones Unidas considera primordial garantizar que la preservación del medio ambiente forme parte de las estrategias para la prevención de conflictos y para el mantenimiento de la paz y su consolidación, porque, según recalca, «no puede haber paz duradera si los recursos naturales que sostienen los medios de subsistencia y los ecosistemas son destruidos«.
Afganistán, Colombia, Irak
Por otro lado, el director ejecutivo de la ONU Medio Ambiente, Erik Solheim, indica que casi 1.500 millones de personas (más del 20% de la población mundial) viven en «zonas afectadas por conflictos y Estados frágiles». «La guerra y los conflictos armados representan un riesgo para la humanidad y las otras formas de vida de nuestro planeta. Demasiadas personas y especies están en juego», apunta.
Solheim destaca que «décadas de cruentos enfrentamientos en países como Afganistán, Colombia o Irak han llevado a una inmensa pérdida de recursos naturales». Solo en Afganistán se han producido tasas de deforestación asombrosas que han alcanzado el 95% en algunas áreas.
Además, subraya que Daesh (grupo autodenominado Estado Islámico) provocó en 2017 humos tóxicos al incendiar pozos de petróleo y una fábrica de azufre cerca de la ciudad iraquí de Mosul, envenenando a la gente y el paisaje.
«Puntos clave de biodiversidad en Colombia, República Democrática del Congo y Sudán del Sur han ofrecido refugio a grupos rebeldes. Esto ha sido desastroso para la conservación de la vida silvestre, pues abrió las puertas a la tala ilegal, la minería irregular, la caza furtiva masiva y la cría de especies invasoras», añade.
Solheim recalca que las poblaciones de elefantes han sido diezmadas en el Congo y en la República Centroafricana, mientras que en Ucrania se han empeorado las condiciones del río Donéts a causa del conflicto.
«En Gaza, Yemen y en otros lugares se ha dañado la infraestructura hídrica, como pozos subterráneos, plantas de tratamiento de aguas residuales, estaciones de bombeo o plantas de desalinización, lo que representa un riesgo para la salud pública y ambiental. Sería un peligroso error ignorar las consecuencias ambientales de los conflictos. La comunidad internacional debe actuar con mayor urgencia ante estos casos», asevera.
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