La intensificación de la urbanización es un fenómeno que llegó para quedarse. Con aproximadamente la mitad de la población mundial viviendo en entornos urbanos, la ciudad contemporánea se ha convertido en un poderoso símbolo cultural que incide directamente en la forma en que concebimos la democracia, la economía, e incluso la sociedad. Además de ser el circuito a través del cual circulan las economías de mercado, la ciudad también es el lugar en el que se articulan demandas, se expresan las diferencias, y donde confluye lo local, lo global, lo central y lo periférico.
Hace un tiempo, cuando aún vivía en Santiago, iba en bicicleta por la Alameda y de repente una jauría de aproximadamente seis perros callejeros empezó a perseguirme. Después de lograr huir y una vez pasado el susto, me di cuenta que durante el tiempo que duró la persecución, donde literalmente luché por mi vida, había tenido un encuentro con lo más primordial de la naturaleza, justo ahí entre perros callejeros, buses, concreto y transeúntes.
Después de hacer la anterior reflexión, no pude evitar acordarme de David Harvey cuando en su libro Justice, Nature and the Geography of Difference señala que no hay nada que no sea natural, ya sea en Nueva York o en cualquier otra ciudad del mundo. Admiro la audacia de Harvey, ya que la forma dualista en que tendemos a ver la naturaleza nos impide concebir una ciudad de 7 millones de habitantes repleta de edificios, autos, avenidas, como lo es Santiago, como un lugar “natural”. El problema de la sobrepoblación de perros callejeros se ha presentado desde el punto de vista de los derechos de los animales o como un problema de salud pública, pero nunca como una amenaza a un medio ambiente sano. Lo mismo sucede con muchos otros problemas de las ciudades contemporáneas, como el esmog, el tráfico, la calidad del transporte público y la planificación urbana, entre otros.
Esta forma de ver la naturaleza como algo demasiado sublime, y por ende distante de nuestras terrenales ciudades, es una mala herencia del pensamiento iluminista del siglo XVIII, que nos vendió una imagen de lo natural como ajeno a nosotros y peor aún, como algo que es necesario dominar. De acuerdo con Neil Smith, la renombrada Escuela de Frankfurt le hizo un daño enorme al ambientalismo contemporáneo, ya que si bien subvirtió la premisa de la Ilustración e hizo ver la dominación de la naturaleza como algo deplorable en vez de deseable, lo hizo en sus mismos términos, es decir, promoviendo un concepto de naturaleza demasiado idílico y ajeno al ser humano.
Probablemente a raíz de esta idea mistificada que hemos construido en torno a lo que es natural, cuando se presenta alguna controversia en el Amazonas, la Patagonia o el Ártico, no dudamos en saltar de indignación y catalogarla como un conflicto ambiental. No obstante, a los que vivimos en ciudades, nos cuesta ponerle el rótulo de “ambientales” a muchos de los conflictos que se dan en el entorno físico inmediato de nuestra cotidianidad.
Si bien la construcción del Costanera Center en Santiago fue muy controversial entre diversos sectores de la sociedad y la opinión pública por varios motivos, no hizo tanto eco entre los ambientalistas (pese a que puede llegar a generar las mismas externalidades negativas que un megaproyecto energético), precisamente porque los imaginarios ambientales actuales hacen que sea muy difícil ver como un problema ecológico a un edificio de setenta y tantos pisos en la mitad de una gran ciudad.
Aunque la anterior parece ser la regla, definitivamente hay excepciones muy notables, como por ejemplo el Movimiento Furiosos Ciclistas en Santiago y sus homólogos en muchas ciudades del mundo. La causa de estos movimientos de ciclistas urbanos es fomentar el uso de la bicicleta como medio de transporte, y así hacer de las ciudades lugares más limpios, sanos e inclusivos. Asimismo, Green Guerrillas, organización estadounidense que capacita a movimientos de base para que cultiven y gestionen huertos urbanos comunitarios, es también un excelente ejemplo de lo que debe ser el ambientalismo contemporáneo en las ciudades.
Al igual que los Furiosos Ciclistas, Green Guerrillas promueve una visión de ciudad indisolublemente ligada al medio ambiente. Sin embargo, no hay que confundir este tipo de iniciativas con los modelos de ciudades “verdes” y “sustentables” que tanto promocionan organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Estos modelos de urbanismo verde se caracterizan por tener una racionalidad netamente instrumental, no siendo más que una forma eufemística de intensificar el proyecto neoliberal en las economías del mundo.
En fin, con lo anterior me gustaría generar reflexión no sólo sobre las limitaciones que tiene nuestra noción actual de ecología, sino sobre el universo de posibilidades que se puede abrir ante nosotros si logramos superarlas. Una revolución ecológica adecuada para nuestros tiempos, como toda revolución, tiene que surgir de un cambio de mentalidad en la base de la sociedad y no ser importada de los modelos abstractos de la tecnocracia internacional (FMI y BM). Éste no es un tema para nada trivial, ya que un cambio en nuestra percepción cotidiana de la naturaleza incidiría directamente en la forma en que nos aproximamos a la política, elegimos a nuestros líderes, y evaluamos las políticas públicas, entre muchas otras cosas.
Por Martín Arboleda
Tomado de Verdeseo