La Producción
Los países año a año producen bienes y servicios para saciar las necesidades de su población. Alimentos, vestuario, transporte, entre otros. En una economía como la de Chile, y tantas otras, dicha tarea la realizan las empresas, quienes contratan trabajadores para lograr su cometido. En alguna medida el Estado también, pero con un notorio menor protagonismo. Con la producción de bienes y servicios los dueños de las empresas obtienen ingresos, los que permiten obtener utilidades luego de pagar salarios a trabajadores e impuestos al Estado. Con ese flujo de dinero cada persona posee diferentes niveles de recursos para consumir bienes, o bien para ahorrar. Sin producción no habría dinero para nadie.
Dado esto es que los países buscan cada año producir más que el año anterior: para generar riquezas. Es como la Teletón: cada nueva edición se busca superar la recaudación monetaria lograda en la versión pasada. A esto los entendidos en la materia le llamamos “crecimiento económico”. Si un país produjo 10 kilos de arroz un año, y en el siguiente logró producir 11 kilos, se dice que goza de mayor riqueza y bienestar, dado que tiene más cantidad de bienes para vender y/o saciar las necesidades de la población.
Note que la decisión de producir más debe justificarse. Alguien debe consumir esa mayor producción, pagando los precios correspondientes. De forma adversa los bienes se deberán almacenar hasta que ocurra su venta. En el intertanto algunos bienes caducarán o perecerán dada su naturaleza. Así se produce en la medida en que alguien demanda esa producción.
La Economía de Chile
Los países no necesariamente fabrican y/o manufacturan todos los bienes que necesitan sus habitantes. Antiguamente cada aldea, imperio o reino se dividía para producir todo lo que necesitaba la población. Luego descubrieron las ventajas de especializarse en la producción de pocos bienes e intercambiarlos con otros distintos provistos por otras economías. Precisamente obedeciendo a esta nueva práctica estratégica es que Cristóbal Colón descubrió América: buscando una ruta más corta para comercializar con India.
Chile, al ser un país pequeño, joven y muy alejado de las grandes economías, con el paso de los años fue entendiendo bastante bien esta dinámica y se comenzó a especializar en la producción de unos pocos bienes. ¿Cuáles? Aquellos en los que Chile posee alguna ventaja con respecto a otros países. Por ejemplo salmones, dado que al ser un país angosto la distancia entre agua dulce y salada es menor que en otros países, lo que favorece el cultivo de estas especies que necesitan migrar constantemente. Otro ejemplo es el vino, por la contraestación de temporadas con respecto a América del Norte y Europa, además de que los climas y la calidad del suelo de la zona centro-sur de nuestro país favorecen una mayor producción de vides año a año. Por otro lado está la industria forestal, actividad que domina la economía de mi querida Región del Bío-Bío, dado que el suelo de esta y otras regiones permite que pinos, eucaliptus y otras especies tarden menos de 20 años en crecer, en contraste a otras zonas como el noroeste de Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda, donde el tiempo de espera es mayor. A partir de estas ventajas forestales se produce celulosa, tableros y paneles de madera. ¡Cerezas! ¿Sabía usted que somos el segundo mayor exportador de cerezas en el Mundo? ¡Las de la zona centro son del tamaño de una naranja!
¿Echa de menos algún producto? Pues bueno, ninguno de los que he mencionado es el más importante. Ese galardón lo posee el cobre. Somos el país con mayores reservas de metal rojo en el Mundo. Tenemos más reservas que la suma de China, Perú y Estados Unidos. Dado esto somos el principal productor de este bien en el planeta, lo que representa la mitad de nuestras exportaciones.
El Boom
A partir del año 2003 Chile comenzó a vender cobre como nunca antes en la historia. China, una economía gigante en gran medida por la cantidad de habitantes que posee, lentamente comenzó a abrirse al Mundo y comprar todos los insumos necesarios para producir bienes manufacturados. Automóviles, teléfonos móviles, muchas cosas. El objetivo era convertirse en la nueva potencia del orbe. Para producir necesitaban materias primas, entre ellas el metal rojo. Así fue que el precio del cobre se triplicó y la bonanza para Chile fue acelerada. La riqueza de nuestro país aumentaba a gran velocidad y comenzamos a importar más cantidad de todo lo que necesitábamos, pero que no producíamos. Automóviles japoneses o coreanos, carne brasileña, argentina o australiana, alimentos norteamericanos, electrónica japonesa, telas desde el sudeste asiático. Era un dulce nuevo milenio.
En 2008 la crisis financiera de Estados Unidos nos asustó. Bueno, a todo el Mundo. China redujo sus pedidos de cobre durante 5 meses. Fue así que el precio del metal se desplomó, dado que no se compraba tanto como antes. Sin embargo poco a poco el gigante asiático se recuperó, al no estar tan expuesta a la economía norteamericana, y comenzó la fiesta otra vez. Nuestra economía no era inmune, pero fuerte. Mientras nuestro socio estuviera bien, lo demás eran detalles. China reanudaba sus pedidos. Chile los atendía con celeridad.
Pasaban los años y Estados Unidos, junto con algunos países desarrollados de Europa, comenzaban a sincerar deudas gubernamentales escandalosas. Caía Grecia, mientras que España e Italia reducían fuertemente su gasto público, sembrando las dudas sobre una nueva crisis. Alemania debía producir y financiar el salvataje de las economías de sus hermanos (o hijos). La deuda de Estados Unidos no resistía precedentes, lo que los lleva año a año a debatir profundamente la aprobación del Presupuesto del Gobierno. Pesimismo y nerviosismo en la economía mundial, de la cual muchos se colgaban para augurar consecuencias para nuestro país. Pero Chile y Asia tenían una economía aparte, y las cifras eran tranquilizadoras. Nuestros países vecinos nos miraban con recelo y sorpresa. Así a finales de 2015 nos posicionamos como el país con mayor ingreso per capita de América del Sur. Perú comenzaría a imitarnos tardíamente. Pero pocos presagiaron que la música comenzaría lentamente a bajar.
Un aterrizaje forzoso
Durante más de una década China aumentaba su producción en un 10% promedio año a año. Muchos hablaban de que el yuan, su moneda, más temprano que tarde llegaría a costar más que un dólar. Los precios de acciones de empresas chinas aumentaban como la espuma. El precio y la venta de viviendas en el gigante asiático a la par. Pero a principios de 2014 ya no era como antes. Poco a poco comenzaría la sinceridad. Paulatinos menores pedidos de cobre y un acelerado descenso en el precio internacional del metal serían pruebas concluyentes de un aterrizaje no deseado. Chile vendía menos cobre que en años de gloria, y más barato. Quedaban atrás esos tiempos en que el dólar se cotizaba a $460 pesos. Lo positivo es que el petróleo y otras materias primas también comenzarían a bajar fuertemente de precio. Y es que no era China no más. Europa y Estados Unidos seguían con sus líos. La economía del mundo entero se comenzó a desacelerar, en tiempos donde Chile iba arriba de un Ferrari a 250 kilómetros por hora. El problema fue que nos acostumbramos.
A fines de septiembre del año pasado el Gobierno anunciaba el presupuesto del Gobierno 2016 por televisión en cadena nacional. El mensaje fue clave y rotundo, pero medianamente comprendido. Se advertía que el gasto público aumentaría en una tasa muy por debajo que la de años pasados. Sin embargo la Presidenta ponía el acento en que nada de esto comprometería las reformas prometidas y ya anunciadas. “Las reformas van” o “realismo sin renuncia” eran los mensajes clave para la tranquilidad del país. No obstante la correcta lectura de dicha decisión económica no daba espacio para dudas. La economía de Chile no estaba bien.
En enero de este año las bolsas mundiales cayeron. En China suspendieron las transacciones de acciones por primera vez en décadas de historia. Fue una debacle para los fondos de pensiones, pero llegaría febrero y las ansías de vacaciones pudieron más. Sin embargo este lunes 28 de marzo Rodrigo Vergara, presidente del Banco Central de Chile, anunciaría una nueva corrección en la proyección de crecimiento económico para este año. Una más, de las tantas consecutivas, pero no cualquiera. Los secretos a voces ya pasaban a constituir una incomoda realidad. En diciembre el Banco Central estimaba que la economía chilena crecería entre un 2% y 3% este año. Hoy la proyección es entre 1,25% y 2,25%. A esta magra previsión se suman los más de US$ 2.300 millones de dólares de pérdidas reportadas por Codelco, la minera de cobre más grande del mundo. Dado todo se estima que el precio del metal rojo se ubicará en US$ 2,2 dólares por libra a final de año, lejos de los US$ 2,45 dólares que cerraron 2015 y los US$ 4 dólares de algún año ya lejano. Un aterrizaje forzoso irrenunciable que recién comienza.
Reflexión
La economía de Chile sigue creciendo, pero a una velocidad menor a la de épocas pasadas. Esa es la situación de nuestro país. No es una crisis, pero lo puede ser si la situación de China se agrava. ¿Hasta cuándo? Me gustaría responderlo con seguridad, pero no puedo. Dependerá del gigante asiático. Por lo pronto es que, a pesar de la menor expansión de la producción, los precios internos no ceden. La inflación se ubica sobre el 4% y se estima que recién, a mediados de 2017, vuelva al promedio anual de 3%. Esto significa que su dinero se está depreciando a tasas sobrenormales año a año.
Por otro lado la inversión privada anotó una variación negativa durante 2015. No se invirtió más que en 2014, y en contraste el consumo sigue creciendo, pero gracias a familias y el Gobierno. Además el endeudamiento fiscal aumentó en un 25%. En materia de empleo la tranquilidad cunda. El Banco Central señaló estar sorprendido por dichas cifras. Nosotros también. Mientras el mundo entero, incluido nuestro país, acumula cada día noticias pesimistas sobre la producción y exportaciones, en contraste el desempleo en el país ha disminuido. No resulta coherente y lo más probable es que con el paso de los meses veamos una corrección en estos datos. Al respecto el consejo es simple e inequívoco: cuide su empleo. Al menos en aquellos aspectos en los que usted posea control.
La bonanza terminó, o al menos está en pausa indefinida. Aires de tormenta se apoderan de la ciudad y poco a poco todos entienden que sólo les compete encontrar refugio. Algunos lo construyeron mientras la buena economía rindió frutos. Otros no. Sin embargo muchos dicen que los periodos de mala situación económica son los mejores para invertir. Está todo barato: acciones, monedas, materias primas, tasas de interés. Es cierto y lógico, pero no da lo mismo en qué y con quién invertir. Pero más allá de eso, son tiempos como estos los que nos hacen reflexionar en la importancia del ahorro. Porque si bien el futuro es impredecible, los pronósticos son desalentadores.
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