Los glaciares del planeta se están derritiendo rápidamente. Investigaciones recientes sugieren que la tasa de fusión glacial es un 18% más alta de lo que se pensaba y cinco veces la velocidad que tenía en la década de 1960.
El fenómeno está dejando sin hogar ni alimento a los osos polares y causando el aumento de los niveles del mar, climas extremos más intensos y el resurgimiento de de antiguas enfermedades. En resumen, no son buenas noticias para el mundo.
Ahora parece que hay otro factor de preocupación: la lluvia nuclear que quedó enterrada bajo todo ese hielo. «Icebergs radioactivos»; suena como un dispositivo inverosímil en el guión sensacionalista de una película hollywoodense, sin embrago la investigación reciente, presentada en la Asamblea General de la Unión Europea de Geociencias (EGU) de este año, sugiere que los desechos radiactivos almacenados en los glaciares realmente podrían ser una bomba de tiempo.
«La investigación sobre el impacto de los accidentes nucleares se ha centrado anteriormente en sus efectos sobre la salud humana y del ecosistema en áreas sin glaciares», dijo la investigadora principal, Caroline Clason, de la Universidad de Plymouth.
«Pero se está acumulando evidencia de que la crioconita en los glaciares puede acumular radionúclidos de manera eficiente a niveles potencialmente peligrosos», detalla Clason.
Esta es la primera vez que un equipo internacional de investigadores se propone analizar los contenidos nucleares de los glaciares en el Ártico, la Antártida, los Alpes y las montañas del Cáucaso, la Columbia Británica e Islandia. En cada uno de los 17 sitios estudiados se revela niveles de material radioactivo generado por el hombre, con concentraciones que con frecuencia fueron al menos 10 veces más altas que las de los sitios no glaciales.
La explicación de esta concentración particularmente alta, se reduce a la dispersión de partículas radiactivas después de desastres nucleares como Chernobyl o Fukushima. Estas partículas son ligeras y pueden viajar largas distancias.
Normalmente estas partículas regresan al suelo como lluvia ácida, donde pueden ser absorbidas por el suelo o consumidas por las plantas, resultando en mayores concentraciones de radiactividad en lugares como Chernobyl y Fukushima y, posteriormente, mayores tasas de cáncer o infertilidad. Sin embargo, algunas viajan a climas más fríos donde caen como nieve sobre el hielo, formando sedimentos más pesados y acumulándose en concentraciones más densas.
Los investigadores analizaron el material y no solo encontraron consecuencias nucleares de Chernobyl y Fukushima -ambos, accidentes nucleares- sino también material de décadas de pruebas de armas nucleares, desde la década de 1950 en adelante.
«Si tomamos un núcleo de sedimentos, se puede ver un pico claro de donde estaba Chernobyl, pero también una cúspide bastante definida en 1963, cuando las pruebas de armamento fueron bastante intensas», explica Clason a Associated Press.
Si bien la investigación muestra que el material radioactivo en la cadena alimentaria definitivamente no es bueno para la humanidad, aún no está claro qué consecuencias puede traer exactamente, así es que el equipo está investigando para saberlo.
«Se han encontrado concentraciones muy altas de radionúclidos en varios estudios de campo recientes, pero aún no se ha establecido su impacto preciso», aclara Clason.
El trabajo está abordando esto para entender cuáles son las amenazas invisibles que podrían enfrentar el entorno pro glacial y las comunidades río abajo en el futuro.
Fuente: IFLScience