Tenía 15 años cuando se trasladó a este emblemático punto de encuentro de montañeros a los pies del imponente pico del Aneto para ayudar a su tío en las tareas de asistencia y de manutención, y de allí ya no se movió.
Vivir en la montaña
Antonio asegura que nunca se ha arrepentido ni se ha aburrido, porque ha renovado día a día, aunque reconoce que no es tarea sencilla hacerse con un lugar así, «hay que tener muchas ganas y ser un poquito especial».
Nació «entre vacas» y acabar sus días en la montaña es el deseo de este guarda de 61 años, popular entre los montañeros por su carácter alegre y jovial, que sobrevuela cada rincón del Parque Natural Posets-Maladeta, donde se ubica La Renclusa (2.140 metros).
Pese a haber estado los últimos 46 años de su vida anclado a este lugar, «aún disfruto a diario», asegura Antonio, quien pertenece a una estirpe aventurera que se alimenta del día a día de un lugar sujeto a constantes cambios y que se adapta con igual velocidad a los mismos.
Por eso está convencido de que el binomio hombre-naturaleza es posible, que es necesario integrar el medio ambiente en la rutina y las actividades humanas, que no saber encontrar el equilibrio entre desarrollo y conservación «lo descompensaría todo».
Vocación de servicio
Sin embargo, «no sé si recomendaría este modo de vida enteramente, porque te exige de un lado ser un profesional para realizar ciertas actividades y al mismo tiempo dedicación para estar a cargo del refugio, y hay poca gente que está dispuesta a darlo todo».
Antonio reconoce que ha sido feliz, pero recuerda con tristeza los momentos más amargos de su vida al frente de La Renclusa, sobre todo «cuando ha habido que sacar de la montaña a algún compañero fallecido en accidente».
Elogia el compañerismo que hay en la montaña, pero reconoce que esto mismo ha puesto su vida en peligro en muchas ocasiones; «si hay que llegar al límite para salvar una vida lo haces sin pensar, y nosotros no sólo somos los primeros en dar el aviso de un accidente, sino que colaboramos hombro con hombro con los equipos de rescate».
Por eso, no se cansa de pedir sensatez y cabeza a los montañeros, que se informen de las características de las ascensiones, del material necesario o de la climatología, porque los equipos de socorro «se lo juegan todo».
Amor a la montaña
En un lugar como La Renclusa, al que llegan expertos, aficionados y multitud de excursionistas, Antonio ha tenido ocasión de comprobar el respeto por el medio ambiente; «siempre están las cuatro personas que hacen mucho mal, pero en general hay cariño por la naturaleza».
Hace dos años, un problema de salud le alejó temporalmente de La Renclusa y en la actualidad delega parte de sus responsabilidades en su familia, su mujer Mari y su hijo David, quienes con su dedicación y empeño contribuyen definitivamente a la felicidad de Antonio.