Las consecuencias del calentamiento global pueden llegar a ser tan dramáticas para la vida humana como imaginamos. Entre otros efectos, la vida se ve amenazada tanto en las grandes metrópolis, como en las islas que pueden sufrir el aumento del nivel del mar.
Según la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), el 20 por ciento de las ciudades europeas que están al borde de los ríos corre el riesgo de verse inundado. Y el peligro es similar para trece de las veinte ciudades más grandes del mundo que están emplazadas a orillas del mar.
Este es sólo un aspecto de la crisis que se discutió en la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático del año pasado, pero es una faceta ineludible, porque más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y su alto consumo de energía no se puede separar de las inclemencias meteorológicas que nos están abrumando. Como es ingenuo esperar que millones de citadinos emigren a áreas rurales o menos urbanizadas, este círculo vicioso de urbanización-energía-cambio climático es difícil de cambiar o revertir.
En general son muy pocos los que están dispuestos a abandonar las grandes capitales para atenuar los factores que propician el calentamiento global.
Pero la buena noticia es que, si bien es difícil, no es imposible. Diversas organizaciones ecologistas han estado ideando alternativas más viables para poner freno a los efectos negativos de la vida humana moderna y la dinámica de las grandes urbes. Una de ellas es el concepto de naturbanización, que promueve la “invasión” de la naturaleza en las ciudades, mediante la arborización planificada de las calles y el ajardinamiento de fachadas y techos de edificios y viviendas.
A la propuesta de reverdecimiento se suman iniciativas “azules”, como la creación de más estanques, aprovechar el agua de lluvia mediante canalizaciones y almacenamiento, o permitir que ríos, arroyos, riberas y pantanos recuperen ciertos espacios perdidos durante el desarrollo urbano de siglos. En Alemania, la Oficina Federal para la Protección de la Naturaleza (BfN) ha estudiado la factibilidad de estas propuestas, esperando reducir las emisiones de gases contaminantes.
La presidenta de la BfN, Beate Jessel, enumera los beneficios de la naturbanización: “Los árboles dan sombra, la vegetación en las fachadas de los edificios funcionan como capas de aislamiento térmico y permiten ahorrar energía, los jardines en los techos sirven como depósitos de agua, las áreas verdes abiertas y las veredas conducen el viento desde la periferia hasta el centro urbano y filtran el aire de polvo y otros elementos perjudiciales, y, en general, un mayor verdor en las ciudades las hace menos hostiles para las aves y los insectos”.
Los bosques absorben grandes cantidades de anhídrido carbónico y son tan útiles para las ciudades como los árboles que protegen de las avalanchas a los pueblos de las montañas. En una ciudad costera, por ejemplo, un bosque puede proteger a toda una población de los efectos de un tsunami. Al referirse a las iniciativas “azules”, Jessel comenta que una mayor presencia de masas de agua en las ciudades incrementa la humedad del aire y matiza las temperaturas en el medio urbano.
Fuente, DW.