La reputación de Noruega está en entredicho. El Gobierno escandinavo se enfrenta a lo que la opinión pública ya ha bautizado como “el juicio del siglo” por otorgar 10 licencias de exploración petrolíferas en el mar de Barents —en pleno Círculo Polar Ártico— para que 13 compañías internacionales extraigan petróleo de 40 pozos en altamar. Greenpeace y Nature and Youth, la mayor ONG medioambiental noruega, demandaron al Ejecutivo conservador en coalición de Erna Solberg el otoño pasado por incumplir, dicen, los acuerdos del clima alcanzados en París hace dos años y violar el artículo 112 de la Constitución que establece el derecho de algo más de cinco millones de noruegos a un clima saludable hoy y en el futuro. Un tribunal en Oslo ha admitido a trámite la denuncia y en noviembre de este año ya habrá sentencia en primera instancia. «Estamos dispuestos a ir muy lejos», asegura Sune Scheller, de Greenpeace.
“Por primera vez en 20 años, ofrecemos nuevas áreas de explotación [de petróleo]. Esto contribuirá al empleo, el crecimiento y el valor añadido de Noruega”, presumió el ministro de Energía y Petróleo, Terje Søviknes, del ultraconservador Partido del Progreso. Y eso es precisamente lo que enfada a las organizaciones ecologistas: “Se trata de un sitio que jamás había sido explorado», se lamenta Scheller. Los ránkings mundiales suelen situar a Noruega a la cabeza de la lista de los países más ricos, más equitativos, más digitalizados y hasta los que más invierten en una economía verde para el autoconsumo. “El sector petrolero argumenta que una gran parte de la riqueza del país proviene de la industria del petróleo y del gas, y esta industria crea muchos puestos de trabajo. Así que estamos ante un dilema”, dice la investigadora experta en petróleo Julia S. P. Loe, del instituto independiente Fridtjof Nansen de Noruega. Loe asegura también que el país se encuentra aún en un período “mixto” antes de dar el salto total a la energía verde y que, por tanto, seguirá habiendo necesidad de ese combustible fósil en las próximas décadas. “Y tiene que salir de algún sitio”, se resigna.
El Gobierno de Noruega fue el primero de un país industrializado en ratificar los acuerdos del clima de París tan solo 20 días después de otorgar esta ronda de licencias (la vigesimotercera) para perforar el suelo marino. El país escandinavo, en un perfil bajísimo, lleva a cabo desde hace meses un negocio que a partir de noviembre los jueces se encargarán de dilucidar si es o no del todo limpio con el planeta y sobre todo con el Ártico, considerado el aire acondicionado del mundo y escenario de disputas territoriales en Naciones Unidas (ONU) entre potencias como Canadá, Dinamarca (por Groenlandia) y Rusia.
“Si queremos permanecer por debajo del aumento de dos grados centígrados, la producción de combustibles fósiles no podrá continuar”, explica el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) en su quinto informe. Y por tanto, se debe abandonar cuanto antes la extracción de energías fósiles porque, como el propio Gobierno escandinavo predice, las emisiones de CO2 seguirán igual o incluso aumentarán ligeramente durante los próximos años. Y eso convertirá al país escandinavo en incumplidor de los compromisos del clima de París. «Es difícil de saber qué pasará legalmente. Pero no es bueno que un país como Noruega lleve a cabo estas prácticas», dice Scheller. La investigadora Loe justifica, sin embargo, la producción de petróleo y gas en Noruega por ser “más amigable con el medioambiente que en otros países” productores y que “puede llevarse a cabo de manera segura. Incluido en el Ártico”, asegura en un correo electrónico.
Pero el hecho de que el lugar de extracción esté tan alejado de la costa (a unos 370 kilómetros) hace que las medidas de respuesta a eventuales fugas de crudo sean complejas. «Sólo la logística habitual de trabajar tan lejos de la costa es un desafío, pero si encima hay una fuga de crudo sería un desastre muy difícil de limpiar». Las temperaturas extremas del invierno ártico —aunque cada vez más cálidas— complicarían mucho la situación medioambiental en caso de derrame porque casi sería imposible de separar el petróleo del hielo, explica Scheller, además de poner en peligro la mayor comunidad de aves marinas del hemisferio norte y de bacalao. Las perforaciones exploratorias llegarán a superar el kilómetro de profundidad y se extenderán durante un máximo de seis años, según el Ejecutivo noruego. Que se convertirían en décadas, según la ONG medioambiantal, en el caso «más que probable» de que encuentren una cantidad considerable de petróleo.
La sección nórdica de Greenpeace, que este verano inicia varias expediciones al lugar para llamar la atención internacional sobre las perforaciones, asegura que las licencias otorgadas a varias de las petroleras más potentes a nivel mundial (como la noruega Statoil —que empieza a perforar este verano—, la estadounidense Chevron y la rusa Lukoil) serán las “más septentrionales del mundo”, alertaba hace meses al teléfono desde Helsinki Laura Meller, encargada de Greenpeace de vigilar el trabajo del Consejo del Ártico, que preside Finlandia hasta 2019. El Arctic Sunrise —un antiguo rompehielos ahora propiedad de la potente ONG medioambiental— emprendió esta semana una travesía hacia la zona, que roza los límites soberanos con la vecina Rusia.
Joanna Suspento, de 25 años, es una de las tripulantes que va camino del Ártico. Es una desplazada climática tras el tifón Haiyán de Filipinas que mató a decenas de miles de personas en el país asiático en noviembre de 2013. «Espero que la historia de mi comunidad abra los ojos de los Gobiernos y los líderes del mundo para que se den cuenta de que no deben anteponer sus intereses a corto plazo al bienestar de la gente», explica desde Tromsø (Noruega), justo antes de salir en la expedición. Suspento perdió su hogar, sus padres, sus hermanos, su cuñada y su sobrino por los efectos del cambio climático. «Cada decisión de los Gobiernos nos afecta a todos por igual. Da igual que seamos jóvenes o viejos, pobres o ricos. Al final todos seremos refugiados climáticos si no se actúa inmediatamante», se lamenta.
Este caso pone pues de manifiesto una especie de doble rasero en el país, que celebra elecciones generales el próximo 11 de septiembre. «Esperemos que esto sea un tema de debate durante la campaña», desea Greenpeace. Por un lado, Noruega lleva haciéndose eco de su paulatino abandono de la economía basada en el petróleo que años atrás le hizo una nación tan rica. Pero por otro, el Ejecutivo —bajo la sombra de la crisis del petróleo de 2014— otorga licencias de perforación que inyectarán a su economía millones de petrodólares, cantidad aún «imposible de predecir», según explica Håkon Smith-Isaken, asesor del Ministerio de Energía y Petróleo. En 2016, el país escandinavo obtuvo 37.400 millones de euros tan solo por la exportación de gas y crudo; un 47% del total de bienes exportados, según el Gobierno. “Diría que la perforación del Ártico no es absolutamente necesaria, pero si no se hacen nuevos descubrimientos [de reservas de gas y crudo] ni se desarrollan, habrá indudablemente un gran impacto [negativo] en la economía noruega”, resume Loe.