Si las ciudades no encuentran un equilibrio entre su prosperidad y la calidad de vida de quienes residen en ellas, se transforman en entidades deshumanizadoras.
David Le Breton, pensador francés, doctor en Sociología de la Universidad París VII, defiende la idea de que guardar silencio y caminar son dos formas de resistencia política, de rebelarse contra las órdenes que convierten todas y cada una de las interacciones humanas en un proceso económico.
El también profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, plasma esa tesis en sus libros “El silencio” y “Elogio del caminar”.
«A la hora de salir de casa y moverte te ves de inmediato intervenido por criterios utilitaristas que te aclaran perfectamente a dónde tienes que ir, por qué camino y en qué medio. Caminar porque sí, eliminando de la práctica cualquier tipo de apreciación útil, con una intención decidida de contemplación, implica una resistencia contra ese utilitarismo y de paso también contra el racionalismo, que es su principal benefactor«, explicó en entrevista con el Diario de Sevilla.
Le Bretón señaló que «la marcha te permite advertir lo hermoso que es la Catedral, lo juguetón que es el gato que se esconde ahí, los colores de la puesta de sol, sin más fin, porque ése es todo su fin: la contemplación del mundo. Frente a un utilitarismo que concibe el mundo como un medio para la producción, el caminante asimila el mundo contenido en las ciudades como un fin en sí mismo. Y esto, claro, es contrario a la lógica imperante.»
Advirtió el académico que todas las grandes ciudades, ya sean París o Tokio, se han convertido en superficies comerciales. «Es muy importante que las ciudades encuentren un equilibrio entre los recursos que garantizan su prosperidad y la calidad de vida de quienes residen en ellas. De otra manera, las ciudades se convierten en entidades deshumanizadoras«.
Al hablar del silencio como forma de resistencia, Le Breton precisa que buena parte de nuestra relación con el ruido procede del desarrollo tecnológico, especialmente en su carácter más portátil: siempre llevamos encima dispositivos que nos recuerdan que estamos conectados, que nos avisan cuando hemos recibido un mensaje, que organizan nuestros horarios a base de ruido.
Esta circunstancia, explicó, ha venido a incorporarse a las que ya habían cobrado forma en el siglo XX como hábitos contrarios al silencio, especialmente en las grandes ciudades, gobernadas por el tráfico y numerosas variedades de contaminación acústica. En este contexto, el silencio implica una forma de resistencia, una manera de mantener a salvo una dimensión interior frente a las agresiones externas.
«El silencio nos permite ser conscientes de la conexión que mantenemos con ese espacio interior, la visibiliza, mientras que el ruido la oculta. Otra manera que tenemos de conectar con nuestro interior es el caminar, que transcurre en el mismo silencio. Quizá el mayor problema es que la comunicación ha eliminado los mecanismos propios de la conversación y se ha hecho altamente utilitarista a base de dispositivos portátiles. Y la presión psicológica que soportamos para hacer acopio de ellos es enorme».
Sugiere el académico que es más fácil cultivar y fomentar el silencio en Oriente que en Europa y EEUU, porque en la tradición japonesa hay una noción muy importante de disciplina interior que ha cristalizado en sistemas de pensamiento como la filosofía zen. «Digamos que en Oriente hay mucho camino andado, pero las invasiones contra las que conviene oponer resistencia son ya las mismas».
Agregó que “el silencio es la expresión más veraz y efectiva de las cosas innombrables. Y la toma de conciencia de que hay determinadas experiencias para las que el lenguaje no sirve, o no alcanza, es un rasgo decisivo del conocimiento”.
En este sentido, tradiciones como la cristiana, en la que el silencio es muy importante, resultan reveladoras: la sabiduría va a dirigida a comprender lo que no se puede decir, lo que trasciende el lenguaje.
En esta misma tradición, el silencio es una vía de acercamiento a Dios, lo que también puede interpretarse como un conocimiento.
Podemos utilizar el silencio para conocernos mejor a nosotros
mismos, para aislarnos del ruido. Y éste es un valor a reivindicar en el
presente.
Recordó que el caminar en las ciudades, el vagar
sin una meta concreta eran prácticas que defendían Balzac y Flaubert.
«Y para los situacionistas se convirtió en un asunto fundamental. Caminar es otra forma de tomar conciencia de sí, de reparar en el propio cuerpo, en la respiración, en el silencio interior”, señaló.
Hay quienes en la Edad Media se liaban a caminar en el desierto, pero la práctica del caminar en las ciudades encierra connotaciones relacionadas con el placer.
Se trata de disfrutar con lo que percibes, de deleitarte con los atractivos que la ciudad te ofrece a través de los sentidos. Es una actividad hedonista.
Jean Baudrillard y los intelectuales de la estela sartreana también lo definieron así, como una práctica contraria al puritanismo.