¡¿Transgénicos orgánicos con certificación industrial?!

La falta de conocimiento sobre los distintos sistemas agrícolas y sus impactos sobre la salud humana y el medio ambiente en Chile es enorme, incluso entre los intelectuales del sector: agrónomos y ecólogos

¡¿Transgénicos orgánicos con certificación industrial?!

Autor: Cristobal Cornejo

La falta de conocimiento sobre los distintos sistemas agrícolas y sus impactos sobre la salud humana y el medio ambiente en Chile es enorme, incluso entre los intelectuales del sector: agrónomos y ecólogos.

Existe una confusión entre los términos agricultura orgánica, agricultura convencional y  transgénicos (los Organismos Genéticamente Modificados, OGM). Gran parte de los chilenos todavía no relaciona las aplicaciones masivas de agroquímicos a las epidemias de cáncer, enfermedades neurodegenerativas y problemas hormonales, sin hablar de las consecuencias para el medio ambiente. El consumidor chileno se preocupa poco de la calidad y sanidad de sus alimentos. Y el gobierno, seducido por multinacionales como Monsanto, Bayer o Syngenta, fomenta esta desinformación.

El sistema agrícola que más fuertemente se desarrolla en Chile hoy en día es un sistema de agricultura intensivo en uso de agroquímicos herbicidas, insecticidas y abonos químicos (ver, por ejemplo, las numerosas publicidades a lo largo de la carretera hacia el sur de Chile). Las granjas son poco diversificadas y casi no integran la preservación de los ecosistemas.

En Chile, el cultivo de semillas transgénicas está autorizado para la exportación. Pero ¿qué es exactamente un organismo genéticamente modificado (OGM)?

Es un organismo vivo que ha sido creado artificialmente por los humanos mediante la manipulación de sus genes para otorgarle ciertas propiedades que no tenía naturalmente. Estos nuevos organismos están patentados por las empresas que los crean. Las cuatro principales áreas de aplicación de esta tecnología son: investigación básica, aplicaciones medicinales, uso industrial y usos agrícolas. Cultivado en un campo abierto, el cultivo de OGM lleva inevitablemente a la propagación de sus genes en el medio ambiente y su introducción en la cadena alimentaria. Los OGM agrícolas que existen hoy en día son principalmente plantas resistentes a un herbicida, el “RoundUp” de la empresa Monsanto; plantas que producen insecticidas (el insecto muere si se come la planta) como el “maíz Bt” y el “algodón Bt”; y plantas que combinan ambas características.

Los riesgos supuestos y confirmados atribuidos a los OGM son diversos, y hay que tener conciencia de que no se sabe mucho, es decir, prima la incertidumbre respecto de las acciones realizadas en este ámbito. En pocas palabras, las multinacionales están utilizando nuestro planeta y sus habitantes como laboratorio a gran escala. Las evaluaciones de riesgo no son publicadas o tienen resultados estadísticamente poco fiables, ya que son realizadas por las mismas multinacionales en periodos muy cortos. Por un lado, los riesgos para los humanos que han sido identificados son aquellos que están vinculados con los pesticidas que absorben o que producen las plantas, el aumento de la resistencia a los antibióticos, el cáncer y los efectos alergénicos (ver el siguiente artículo académico, la siguiente noticia sobre Monsanto en Francia y esta nota sobre relación entre fumigaciones y cáncer para más información).

Por otro lado, existen riesgos ambientales como la contaminación invisible: en el campo, los transgénicos son una forma de contaminación genética viva, puesto que el polen y las semillas se dispersan libremente, repartiendo su genética en el medio, genética que muchas veces puede competir de manera desigual con las especies silvestres. Otro riesgo es la aparición de plantas resistentes a los herbicidas (muy común) e insectos insensibles a los insecticidas secretados por el OGM, además de la desaparición de insectos útiles como las abejas debido al uso indiscriminado de insecticidas, con efectos en cascada sobre los ecosistemas.

Además, es importante tener claro que el objetivo de estas multinacionales es controlar la producción de alimentos a través de las semillas. Patentando las especies vegetales y comprando poco a poco las empresas de semillas locales, estas empresas acaparan los recursos alimenticios del planeta. Asimismo, logran seducir con dinero y con una imagen de “tecnología de punta” a centros de investigación y de formación de futuros agrónomos, como fue el caso en Chile cuando Monsanto firmó un convenio con la Universidad Católica en 2010 para poder formar allí sus futuros servidores.

Los cuatro cultivos transgénicos más importantes son la soja, el maíz, el algodón y la canola; cultivados principalmente en Estados Unidos, Brasil, Argentina y Canadá. Hasta ahora, Europa sigue resistiendo a este tipo de cultivos. En Chile se pueden cultivar OGM únicamente para exportación, sin embargo son omnipresentes en nuestras mesas (soya y maíz, ingredientes o aditivos derivados, e indirectamente en la carne de animales alimentados con maíz y soya OGM). Las regulaciones chilenas no imponen el etiquetaje de los alimentos que contienen OGM, pero existen listas de alimentos con y sin OGM (ver esta guía de RAP-Chile y esta publicación de Greenpeace).

En el año 2011 la entonces Presidenta Bachelet firmó el Acta 91 de la Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV), dejando atrás el Acta 78 que había sido firmada el año 1996. La principal diferencia entre estas dos actas es que en el Acta 78 se protege la propiedad intelectual sobre la semilla y la planta; en cambio, en el Acta 91 se protege, además de la semilla y la planta, el fruto. En otras palabras, deja a los agricultores sin posibilidad de guardar semillas para una próxima siembra, quedando así obligados a comprar nuevamente al dueño de éstas. Los senadores deberían votar pronto si se cambiará o no la Ley 19.342 que regula los derechos de obtentores de nuevas variedades vegetales adaptándola al Acta 91, traje a la medida de Monsanto y de las transnacionales productoras de semillas híbridas y transgénicas.

En abril de 2008 expertos de la ONU anunciaron formalmente que los cultivos transgénicos no son una solución al hambre y la pobreza en el mundo. El mundo ya produce bastante alimentos para que todas las personas puedan comer, pero los recursos no son repartidos de manera justa. Según Olivier De Schutter, representante de la ONU, los sistemas de alimentación de tipo industrial tienen un costo ambiental y social que amenaza la seguridad alimentaria (muerte de productores por intoxicaciones con pesticidas, suicidios de agricultores endeudados, pérdida de millones de puestos de trabajo en zonas rurales). De acuerdo a De Schutter, la única agricultura sustentable para la humanidad y el planeta es la agroecología. Pero, ¿qué es la agroecología?

La agroecología es a la vez una ciencia y un conjunto de prácticas que permiten llegar a: (1) una agricultura respetuosa del medio ambiente, teniendo en cuenta todo el agroecosistema y no sólo la parte cultivada; (2) un equilibrio entre las comunidades humanas y la naturaleza; (3) la reducción de las externalidades negativas mediante el reciclaje, compostaje y uso de energías renovables; (4) una valorización de los mercados y conocimientos locales; y (5) una mayor autonomía y seguridad alimentaria debido a la diversificación (pluriactividad, más especies y recursos genéticos).

Cabe destacar que la agroecología no se debe confundir con la agricultura orgánica, ya que ésta última es un sistema de producción agrícola que privilegia las prácticas de prevención y de manejo respetando el medio ambiente, y que excluye el uso de productos químicos de síntesis y de OGM, obedeciendo a normas de certificación. Si bien están estrechamente relacionados, la agroecología y la agricultura orgánica no son lo mismo y no siempre van de la mano. En pocas palabras, cualquier productor orgánico puede obtener la certificación orgánica aunque esté explotando a sus trabajadores.

En este sentido, hay dos elementos que diferencian la agricultura convencional y la agricultura orgánica “simple” de la agroecología: el primero es la preocupación por los impactos sociales, económicos y ambientales; el segundo es el alto nivel de experticia que debe tener el agricultor. La agroecología implica entonces un alto conocimiento y experiencia por parte de los agricultores. De manera lógica, la agricultura orgánica se debería siempre inscribir en un proyecto global y holístico de agroecología que esté agronómica, ecológica, política, económica, ética y socialmente diseñado.

La agroecología se está desarrollando fuertemente en muchos países. En Brasil, por ejemplo, los productores y consumidores se asociaron y se han movilizado para desarrollar la agroecología en el mercado nacional y hoy en día el gobierno brasileño apoya el fomento de la agroecología.

En Chile, lo poco de producción orgánica que existe (14.660 hectáreas de cultivos y viñas), en su mayor parteno cuadra con un sistema de agroecología ya que se produce de acuerdo a un modelo industrial, principalmente para exportación. Es difícil encontrar productos orgánicos certificados en el mercado nacional, y lo que se puede encontrar viene de iniciativas puntuales, sin mucha coordinación. No obstante, existe un gran potencial para el desarrollo de la agroecología orientada al mercado interno. Chile ha sido protegido de muchas plagas agrícolas, y esto es una enorme ventaja. Sin embargo, para fomentar el desarrollo de la agroecología en Chile será necesario implementar sistemas de información dirigidos al público consumidor y a los productores.

El objetivo de este artículo ha sido poner información a disposición de la ciudadanía respecto de las diferencias que existen entre estos distintos tipos de agricultura ‒ la agricultura convencional con o sin uso de OGM, la agricultura orgánica y la agroecología ‒ y sus impactos diversos. Por el momento, Chile está claramente orientado hacia una agricultura convencional intensiva en uso de agroquímicos y abierta a la producción de OGM. Pero si cada uno hace su parte del trabajo, tratando de sensibilizar a su familia, a sus amigos y vecinos sobre estos temas, y consumiendo de manera más inteligente ‒ aunque haya que gastar un poco más para la alimentación (invirtiendo para nuestra salud y para la protección del medio ambiente) ‒ poco a poco la demanda de productos de mayor calidad y sanidad aumentará, y la oferta también. La tarea no es fácil, ya que muchos chilenos viven en la ciudad, lejos de los centro de producción agrícola, y con pocos recursos. Pero hay que perseverar. Si los consumidores y productores chilenos deciden que ya no quieren intoxicarse y exigen mayor información, etiquetas detalladas sobre los productos, una mayor valorización de los productos locales, etc., quizás lograremos cambiar el paradigma para que podamos volver a desear “buen apetito” y no “buena suerte” antes de comer.

Por Kora Menegoz* & Gonzalo Ossa

 Tomado de Verdeseo

* Kora Menegoz es francesa, ingeniero agrónomo e ingeniero forestal, con un perfil internacional (trabajó en Nueva Zelanda, Asia, África, América del Sur y Europa) y orientado hacia la conservación de los recursos naturales, el desarrollo de la agroecología, la etnobotánica, la educación ambiental y la reconciliación del ser humano con su entorno natural. Trabaja en Chile como consultora agrícola independiente; Gonzalo Ossa es Ingeniero Agrónomo con Master en Ecología, Biodiversidad y Evolución (Francia). Trabaja en proyectos de conservación de fauna con el laboratorio Fauna Australis (UC) y de manera independiente. Está especializado en ecología de quirópteros.


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