Desde amenazas de muerte hasta agresivas descalificaciones en la prensa: la calamidad se abate sobre el IPCC, el principal grupo científico dedicado a estudiar el cambio climático. La ciencia del cambio climático es blanco de la artillería pesada de una guerra final para impedir o retrasar la acción de Estados Unidos contra el calentamiento global, advierten varios especialistas.
El senador estadounidense James Inhofe, del opositor Partido Republicano y uno de los escépticos del cambio climático, difundió a fines de febrero una lista de importantes científicos a los que quiere enjuiciar como delincuentes, acusándolos de confundir al gobierno. Esos investigadores están recibiendo intimidaciones y amenazas de muerte.
“Tengo cientos” de correos electrónicos amenazadores, dijo a Tierramérica Stephen Schneider, climatólogo de la Universidad de Stanford.
Schneider cree que habrá asesinatos de científicos por esta causa. “Intento que esto no me afecte, pero va a ocurrir”, expresó Schneider, uno de los científicos climáticos más respetados del mundo. “En este país los médicos que practican abortos son baleados”, abundó.
Pero esta reacción contra las evidencias del cambio climático y los científicos no se registra sólo en Estados Unidos. También tiene lugar en Canadá, Australia, Gran Bretaña y, en menor grado, en otros países.
En la superficie, la campaña obedece a algunos errores que aparecieron en el Cuarto Informe de Evaluación de 2.800 páginas presentado en 2007 por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y a varios mensajes personales de correo electrónico fechados unos 10 años atrás y robados de la británica University of East Anglia.
Pero en el fondo, éste es el último gran intento de las empresas del petróleo, el gas y el carbón por retrasar el combate al cambio climático, tal como hizo la industria tabacalera, que demoró con éxito durante varias décadas el conocimiento sobre los efectos dañinos del tabaquismo y las medidas para contrarrestarlo, comparó Schneider.
“Nos enfrentamos a la multimillonaria industria de los combustibles fósiles y a quienes odian al gobierno (de Barack Obama). Ellos dan vueltas y distorsionan y ponen en duda la credibilidad de la ciencia”, agregó.
Los medios de comunicación son cómplices, sostuvo, pues no ponen en contexto esas absurdas afirmaciones y siguen entrevistando a gente como Inhofe y otros que carecen de evidencias y credibilidad en estos temas, añadió.
“Indigna que las empresas de comunicación coloquen las ganancias por delante de la verdad. Los medios se han degradado profundamente; ésa es una amenaza real para la democracia”, declaró Schneider.
No hay un argumento científico sólido que discuta el hecho de que el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero recalientan la atmósfera, y que las emisiones de estos gases generadas por actividades humanas son los factores principales del aumento de las temperaturas en las últimas décadas.
También es poco racional el debate sobre una realidad fácilmente observable: el hielo del Ártico está desapareciendo, los glaciares se están replegando, los eventos climáticos extremos han aumentado y la primavera llega antes.
A fines de 2009, se difundieron documentos obtenidos por piratas informáticos de los archivos de la Unidad de Investigación Climática de East Anglia que, presuntamente, revelan una manipulación de datos para presentar el recalentamiento planetario como un fenómeno causado por la humanidad.
El episodio causó alboroto y los investigadores que estaban en el centro de la controversia dijeron que sus correos electrónicos habían sido objeto de un ataque informático y que el contenido había sido sacado de contexto.
El IPCC, que en 2007 ganó el premio Nobel de la Paz junto con el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, cometió errores. Y los críticos se aprovecharon del reconocimiento de uno de ellos, enterrado en lo profundo de su cuarto informe, que señalaba que los glaciares del Himalaya se derretirían para 2035 o antes.
Este dato no estaba basado en evidencias y fue “un error mayúsculo”, dijo Schneider. El frenesí que le siguió, en busca de otras fallas en ese informe, reveló tres equivocaciones triviales que de ningún modo afectan las conclusiones finales.
Sin embargo, el presidente del IPCC, Rajendra Pachauri, anunció el 27 de febrero que los países partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático acordaron que se realice una evaluación independiente del estudio.
“Mientras, defendemos firmemente el rigor y la solidez de las conclusiones del Cuarto Informe de Evaluación”, señaló Pachauri en un comunicado.
Las conclusiones centrales de ese informe “se basan en un abrumador cuerpo de evidencias procedentes de miles de estudios científicos independientes y arbitrados”, añadió.
Según el climatólogo Andrew Weaver, de la canadiense Universidad de la Columbia Británica, y uno de los autores principales del informe del IPCC, “la evaluación es una respuesta cuidadosa y medida, a la luz de toda la basura que anda por ahí”.
Probablemente la evaluación independiente sobre lo hecho por el IPCC quede en manos de los principales científicos del mundo, designados por las academias nacionales de ciencia de varios países. Llevará muchos meses reunir semejante panel para hacer esa revisión, dijo Weaver a Tierramérica.
“No sé qué más puede hacerse para mejorar el proceso, que es increíblemente riguroso”, opinó.
Poca gente, incluso la que critica al IPCC, sabe cómo funciona este cuerpo. Con sede en Ginebra, se creó en 1988 para “evaluar información científica, técnica y socioeconómica relevante para la comprensión del cambio climático”.
Su estructura es descentralizada, con poco personal, y prácticamente todo su trabajo es hecho por miles de científicos independientes y otros expertos de todo el planeta que dedican voluntariamente su tiempo y sus servicios.
Cada cuatro o cinco años, se recaban, analizan y sintetizan miles de investigaciones y estudios sometidos a arbitraje, para que las autoridades gubernamentales puedan comprender el estado actual de la ciencia climática.
Los gobiernos, que son parte de la Convención, deben emitir su voto de aceptación ante cada Informe de Evaluación, y las conclusiones sólo se admiten y divulgan si todos los países están de acuerdo. Todo este proceso hace del IPCC un organismo de movimientos lentos, cauto y conservador.
Hasta hace poco, casi todo lo que se criticaba al IPCC era que subestimara los riesgos del cambio climático y su incapacidad para estar al día con los últimos avances científicos.
Pero algunos grupos de presión de poderosas corporaciones estadounidenses no han cesado sus ataques al IPCC en los últimos 10 años. El gigante petrolero Exxon financió esos cabildeos e incluso presionó al gobierno de George W. Bush (2001-2009) para librarse del ex titular del IPCC, el químico Robert Watson, jefe científico del Banco Mundial.
El gobierno de Bush cedió y reemplazó a Watson por el economista Rajendra Pachauri, el mismo cuya renuncia reclaman ahora los lobbystas.
“Estamos en una época extraña, conducida por la codicia y el temor. El público está más confundido que nunca”, dijo Weaver. “Y los buenos científicos se preguntan: ‘¿Por qué querría yo ser parte del IPCC?”, agregó.
Por Stephen Leahy
Corresponsal de IPS
Fuente: www.tierramerica.info