Desconocido en Portugal, me gustaría que ‘La CIA y la guerra fría cultural’ fuese editado en nuestro país para ser leído por miles de personas desinformadas por un sistema mediático perverso que presenta una imagen deformada del sistema de poder de los Estados Unidos.
El libro de Frances Stonor Saunders es mucho más ambicioso. La autora, periodista e historiadora británica, dedicó cinco años a la investigación de un tema muy mal conocido: las actividades encubiertas desarrolladas por la CIA en el mundo de la cultura para promover el descrédito del comunismo y movilizar contra la Unión Soviética gran parte de la ‘intelligentsia’ progresista occidental.
En 1945, el prestigio de la URSS en los EEUU era enorme. La mayoría de su pueblo sentía una gran simpatía, sobretodo tras la batalla de Estalingrado, por el país que desempeñara un papel decisivo en la derrota del Reich nazi.
Esa realidad era muy incómoda para la élite del poder estadounidense. La Doctrina Truman y el Plan Marshall demostraban ser manifiestamente insuficientes para alterar la actitud de la clase media estadounidense ante la Unión Soviética. Los cerebros vinculados al poder en Washington concluyeron en la urgente necesidad de convencer al hombre común norteamericano de que el aliado en la guerra durante cuatro años, de 1941 a 1945, era, finalmente, un peligroso enemigo.
La élite que se proponía reorganizar el mundo bajo la égida de los EUA alrededor de sus «valores», era consciente de que ese objetivo solamente podría ser alcanzado si Occidente capitalista fuese empujado hacia la conclusión de que el comunismo, «oscurantista, inhumano, agresivo», era la gran amenaza para la humanidad, por lo que se hacía imprescindible combatirlo.
La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que funcionó durante la guerra como una Gestapo americana, foi en cierta manera una predecesora de la CIA. Su jefe, el general William Donovan, reunió a su alrededor destacadas figuras de la aristocracia del capital como los hijos del banquero JP Morgan, los Vandelbilt, los Dupont, e intelectuales como George Kenan y Charles Bohlen.
Una de las primeras iniciativas de la OSS fue el reclutamiento de militares y civiles nazis. Decenas de altas personalidades alemanas pasaron de criminales de guerra a aliados de confianza. Un caso destacado: el general de las SS Reinhardt Behlen, jefe de los servicios secretos nazis, en vez de ser preso y juzgado, recibió el tratamiento de colaborador privilegiado de la OSS.
En su libro, Frances Saunders dedica los primeros capítulos a las campañas desarrolladas por Donovan, con el apoyo de Truman, para demostrar a los europeos que los EEUU eran una sociedad donde la cultura occidental había generado raíces profundas, contraponiendo esa imagen a la “barbarie soviética”. El Bien contra el Mal.
La literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el ballet de los EEUU fueron ampliamente divulgados en Alemania, en Francia, en Italia y en otros países. Simultáneamente, anticipándose a eventuales acusaciones de patrioterismo, obras de Aristófanes, Goethe, Schiller, Thomas Mann, Ibsen, Strindberg, Shaw, Gorki, Gogol eran difundidas en una prueba inequívoca del amor de los EEUU por la cultura universal.
Esa ofensiva cultural no logró, contrariamente, los resultados previstos. Le correspondió a la CIA la tarea de llevar adelante en el contexto de la Guerra Fría un proyecto mucho más complejo y ambicioso, también en el frente de la cultura.
Creada en 1947 por la Ley de Seguridad Nacional, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) asumió las proporciones de un pulpo gigantesco. Inicialmente no estaba autorizada a intervenir en asuntos de otros países. Truman y sus sucesores permitieron que desarrollase actividades de espionaje, y promoviese operaciones militares. Hoy posee lineas aéreas, emisoras de TV y radio, periódicos, compañías de seguros, inmobiliarias, bancos.
En l948 fue creada en la Agencia una Oficina de Coordinación de Políticas (OPC) con la misión específica de realizar «operaciones secretas» en múltiples áreas. Ese extraño departamento especial creció vertiginosamente. En tres años su personal pasó de 302 personas a 2.812, además de 3.142 asalariados en el extranjero. El presupuesto se elevó de 4,7 millones de dólares a 82 millones. El ideólogo del sistema era entonces George Kennan, el ex-embajador en Moscú, fanático anticomunista, arquitecto del Plan Marshall, que desempeño un gran papel en la concepción y funcionamiento de la Guerra Fría.
Fue uno de los padres de la CIA y consultor de la OPC. Le correspondió formular el concepto de la «mentira necesaria» como componente fundamental de la diplomacia estadounidense.
Una de las operaciones secretas más difíciles fue concebida para utilizar la izquierda no comunista en campañas anticomunistas. Secreta porque los intelectuales envueltos en campañas contra la Unión Soviética deberían ser manipulados hábilmente. La OPC actuaba en los bastidores, invisible. El gobierno americano, las embajadas de los EEUU, los grandes medios norteamericanos se abstenían inclusive de comentar elogiosamente las posiciones antisoviéticas de escritores y artistas europeos, muchos de los cuales eran ex-comunistas. Todo pasaba como si las conferencias, seminarios, festivales, manifestaciones y otros eventos en que participaban eses intelectuales fuesen espontáneos, nacidos de iniciativas suyas.
Pero la realidad era muy diferente. Oculta, era la CIA quien planificaba orquestas anticomunistas, quien financiaba generosamente (con el Departamento de Estado) esas campañas.
Frances Saunders baja al detalle al describir el esfuerzo desarrollado por la OPC a través de intermediarios respetables, para conseguir que grandes nombres de la izquierda adhiriesen a iniciativas de cariz antisoviético.
En los EEUU se prestaron a ese papel escritores prestigiosos como John Steinbeck, John dos Passos, Gertrude Stein, Schlesinger, W.H.Auden, Arthur Miller, y orquestas sinfónicas, museos, etc. Los intelectuales trotsquistas adhirieron masivamente. En Europa, fueron involucrados en la telaraña antisoviética: André Gide, Albert Camus, Elsa Triolet, Andre Malraux, Simone de Beauvoir, Raymond Aron, Georges Orwell, Aldous Huxley, Laurence Olivier, Jean Cocteau, Salvador de Madariaga, Claude Debussy, Denis de Rougemont, Milan Kundera, y muchos otros. Y -chocante, pero real- Aragon, Sartre, Bertrand Russell.
La intervención en Hungría de las tropas del Tratado de Varsovia, en 1956 creó en Europa una atmósfera favorable a la intensificación de la Guerra Fria. Entre los muchos libros cuya publicación fué promovida por la CIA, uno de ellos, ‘The God That Failed’ (El Dios que falló) fué ‘best-seller’ mundial. Traducido a decenas de lenguas vendió millones de ejemplares. Partió de la CIA la idea de reunir seis ensayos (la mayoría ya publicados en la revista alemana ‘Der Monat’ controlada por la Agencia) de Arthur Koestler, Ignazio Silone, Andre Gide, Richard Wright, Stephen Spender, Louis Fisher todos ellos escritores famosos que habían sido militantes o simpatizantes comunistas.
«Además de ser una especie de confesión colectiva –escribe Frances Saunders- el libro era un acto de recusación, un rechazo del estalinismo en el momento en que para muchos esa actitud era aún una herejía. Fue un libro de importancia transcendental en la postguerra y aparecer en él fue un pasaporte válido para el mundo oficial de la cultura en los veinte años siguientes».
Koestler, que había adquirido enorme notoriedad con su novela ‘El cero y el Infinito’, Milovan Djillas y George Orwell, autor de ‘1984’, destacaron en esas iniciativas por su fiebre anticomunista. El primero, que había sido en los años 30 un entregado militante del Partido Comunista Alemán (DKP), colaboró íntimamente con la CIA y fue consejero del Foreign Office en campañas antisoviéticas.
Comités y Asociaciones constituidas para defender la Cultura, la Libertad y la Democracia, pero cuyo objetivo era la promoción de iniciativas anticomunistas, permitían entonces a la CIA (siempre actuando en los bastidores) ejercer una gran influencia sobre una parcela importante de la «izquierda no comunista». Para eso contó con la colaboración y la ayuda financiera de organizaciones como la Fundación Ford.
De las muchas revistas creadas para «promover la cultura», una de ellas, la británica ‘Encounter’, alcanzó prestigio mundial. Dirigida por Stephen Spender, un poeta inglés, fue concebida para funcionar como un instrumento político anticomunista en el mundo de la cultura. Y alcanzó el objetivo. Durante años colaboran en ella eminentes figuras de la ‘intelligentsia’ mundial.
Ni el director, Spender, conocía el origen del financiamiento. Cuando una inconfidencia reveló, en vísperas de la Asamblea del Congreso por la Libertad de la Cultura, el puente entre ‘Encounter’, la CIA y las élites financieras de los EUA, el escándalo fué mayúsculo. En reuniones de ese Congreso fantasmagórico, ideado por la CIA, participaron, además, durante años grandes nombres de la izquierda no comunista. En la práctica fué una tribuna anticomunista.
En su bello libro, Frances Saunders dedica algunos capítulos a acciones encubiertas de la CIA no comentadas en este artículo. Cita concretamente varias Fundaciones, Universidades, congresistas y gobernantes que apoyaron iniciativas criminales de la famosa Agencia. Un mar de lama tóxica.
Y dedica especial atención a los cuadros –ideólogos y ejecutores- que idearon las campañas antisoviéticas, haciendo de ellas una poderosa arma de la Guerra Fría. Cito algunos nombres de esa mafia política prácticamente desconocida en Portugal: Lasky, Josselson, Nabokov, Kristol, Hook, Wisner. Termino transcribiendo el último parágrafo del libro de Frances:
«Bajo la (aún no) estudiada nostalgia de los «Días dorados» de la inteligencia americana había una verdad mucho más demoledora: las mismas personas que leían ‘Dante’, habían estudiado en Yale y se educaran en la virtud cívica, reclutaron nazis, manipularon el resultado de elecciones democráticas, proporcionaron LSD a personas inocentes, abrieron el correo de miles de ciudadanos americanos, derrumbaron gobiernos, apoyaron dictaduras, concibieron asesinatos, y organizaron el desastre de Bahía de Cochinos.
¿En nombre de que? preguntaba un crítico: «No de la virtud cívica, si no del imperio».
Vila Nova de Gaia, 9 de Agosto de 2013
*Frances Stonor Saunders, ‘Who Paid the Piper? The CIA and the Cultural Cold War’, Granta Books, United Kingdom, 1999.