Frente a mi casa, hay un cartel gigante. No voy a decir de quién es, pero diré que es amarillo patito… Mi economía personal todavía no me permite comprar cortinas, con lo cual, cada noche, duermo a la luz de la luna cenital de la publicidad. No sería, pues, exagerado decir que el político me «acompaña» hasta en mis sueños. Y bueno, otro tanto me sucede con este y otros políticos, cuando viajo en colectivo o en subte, cuando prendo la radio o la tele, cuando abro un diario o una revista, e incluso, hasta cuando levanto el tubo del teléfono: «Hola, soy fulano y te quiero hablar a vos que tajaí» (encima hablan mal).
Y ya que estoy en modo confesional, les diré que mi abuela, cuando era pequeño, me decía que gritan (y hablan del clima) quienes no tienen nada importante que decir. El subrayado sobre subrayado del invariable discurso político es, en cierto modo, un grito sostenido (tan potente que casi no escucho ni lo que pienso). Algo parecido le sucede a Jimena Bezares, nuestra especialista en Filosofía, que esta vez escribió sobre dicho problema, la invasión de la publicidad política y la sensación apabullante del ciudadano como si estuviera encerrado en una jaula de pajarracos (¿cuervos?) enfurecidos. «Necesitamos argumentos más consistentes y menos tendenciosos», dijo la filósofa.
Hagan silencio, ya sé a quién votar
Lejos de declararme anarquista o apolítica, los que me conocen saben a quién voy a votar en las presidenciales, pero, realmente, ya estoy agotada de escuchar y ver las «promesas», «declaraciones de principios», «preferencias», «definiciones por la negativa» de todos y cada uno de los candidatos.
Pero esto me ha llevado a pensar que soy capaz de cambiar mi voto. Y no se trata de una llamada a la irresponsabilidad cívica, en favor de aquel político que aprenda a guardar silencio. La exhibición permanente de candidatos conocidos y desconocidos —las listas miden mas de 60 cm— en todos los medios, en las calles, radios —y hasta estimo han comprado espacio publicitario en mis pensamientos— hace que se vuelva inevitable cuestionarse el porqué de tanto circo.
Los griegos inventaron la democracia, no para celebrar la igualdad de los hombres, sino para controlar la igualdad de los iguales. E incluso, en este intento de participación política directa, todo fue desastroso. No me malinterpreten, soy argentina y la democracia tiene para mi otros significados, no propongo nuevas formas, simplemente, es tiempo de repensar las viejas.
Ya me parece extraño que las propagandas del día de la madre sean menos invasivas que las propagandas políticas, que se repiten miles de veces por día generando un hartazgo poco sano y, en definitiva, un impacto nada cívico en toda la ciudadanía. Necesitamos un candidato que entienda la importancia del silencio, pero no por no decir, por no mostrar sus propuestas, sino por no repetirse hasta el borde de la locura. Porque en cada repetición, el sentido se ausenta, todos terminan diciendo las mismas generalidades que no hablan de la vida de individuos —que son aquellos a los que representarán—, sino de cosas, que somos nosotros, los votos.
Propongo que quede prohibido abrazar y besar a gente extraña para hacer propaganda política. ¿Por qué querría votar a alguien que besa a cuantos niños y ancianos encuentra? Sin duda, esa persona tiene algún problema, no deberíamos querer ser gobernados por alguien que no puede controlar su afecto, que tiene un desborde emocional que lo lleva a abrazar todo aquello iluminado y en foco.
Tampoco debería ser válido el «yo voy a hacer…», y todavía más el «yo no voy a hacer…», dado que el período del mandato implica tiempo y, por ende, cambio. Esto significa que por más de que uno tenga la voluntad y las mejores intenciones —seamos un poco ingenuos —, el mundo y la historia, al momento, no son predecibles, si difícilmente podemos decir si va a llover o no en un corto período de tiempo. Con lo cual, propongo, para las próximas elecciones, algunas formas distintas de presentar candidatos:
- Reality No Deseado: dado que tanto tiempo desean pasar en nuestras pantallas, propongo que, en lugar de repetir sus propuestas, pongan cámaras en sus casas. Esa es una forma auténtica de convencer al público exigente, muestra cómo vives y te daré mi voto. La declaración jurada ha quedado obsoleta, de una buena vez, muéstrennos sus vidas y así obtendrán nuestros votos. ¡Menos escenario y más cocina!
- 6 meses al trabajo en transporte público: ¿existe mejor publicidad que esa? ¡pero ya está patentada, vade retro Durand Barba!
- No soporto más esto: un espacio donde el candidato pueda expresar su cansancio, su deseo de no presentarse al próximo acto, donde llore de agotamiento y nos implore que no le hagamos hacer más presencias para que lo votemos.
Humanos, queremos ser gobernados por Humanos (demasiado humanos), dejen de mostrar lo que quieren ser y muestren lo que son.
Pero si la democracia no es lo que pensamos, ¿qué debería ser?, o mejor, ¿qué no debería ser?
Esta tolerancia que existe en la democracia, esta despreocupación por nuestras minucias, ese desdén hacia los principios que pronunciamos solemnemente cuando fundamos el Estado, con el que, salvo que un hombre cuente con una naturaleza excepcional, jamás llegará a ser bueno si desde la tierna infancia no ha jugado con cosas valiosas ni se ha ocupado con todo lo de esa índole; la soberbia con que se pisotean todos esos principios, sin preocuparse por cuáles estudios se encamina un hombre hacia la política, sino rindiendo honores a alguien con sólo que diga que es amigo del pueblo!
Platón se queja de la excesiva libertad de la esta forma donde cada uno puede hacer y decir lo que quiera. En la Politeia platónica, todo está obsesivamente calculado, la palabra y la acción libre y desmedida. El pensador tenía sus motivos para denostar esta constitución política, pero nosotros necesitamos argumentos más consistentes y menos tendenciosos. Entonces, pidámosle a aquellos que creen representar la democracia y no a la democracia misma que dejen de acosarnos, porque de nada tienen que convencernos, solo decidiremos en base a lo que creemos y queremos, quitando las personalidades, intentando respetar, si es que aún existen, las ideologías.
Jimena Bezares
Contacto: [email protected]
Ediciones anteriores de #FilosofíasParaResistir:
Tiempo de Marte, tiempo de Mileto
El gigoló o la caída del Imperio
La indiferencia del mundo. Aristóteles y la crisis inmigratoria