La patudez de hablar de «violencia» sobándole el lomo a Paty Maldonado

¿Habrá algo más incoherente que despotricar contra la "violencia" en las manifestaciones, cuando festinas, juegas, simpatizas y compartes tu espacio de trabajo con una defensora del pinochetismo?

La patudez de hablar de «violencia» sobándole el lomo a Paty Maldonado

Autor: Daniel Labbé Yáñez

«Violentos». «Vandalismo». «Anarquistas». «Caótico». La mañana del viernes 4 de noviembre a los periodistas y comentaristas de los matinales de la televisión chilena les faltaron adjetivos para calificar los cortes de calles y barricadas que en alrededor de 30 puntos del país se realizaron en el marco de la jornada de paro y protesta en contra de las AFP.

Foto @REnriqueTorres

Foto @REnriqueTorres

Que una persona ajena a la demanda por el fin de este sistema se moleste y espontáneamente critique el actuar de los manifestantes porque «llegará tarde a su trabajo» es comprensible. Una de las estrategias políticas más efectivas de la Concertación fue promover una desideologización de la población y ruptura en el tejido social, junto con una criminalización de todo aquello que no adhiriera a la llamada «política de los consensos». Gracias a esto la protesta social legítima pasó ser una actitud trasnochada, antisocial, de «hueones flojos que quieren que les regalen todo», como oí decir a varios entrevistados.

Pero la validez y el peso de una crítica de ese tipo debe también guardar un mínimo de coherencia con el espacio desde donde se emite, sobre todo si viene de aquellos que a través de los medios de comunicación construyen realidad diariamente.

¿Dónde se sitúa la gente de un programa como Bienvenidos de Canal 13, por ejemplo, para calificar de «violento» lo ocurrido durante las protestas si quien deposita mensualmente sus sueldos lleva años maltratando a pueblos enteros, como el de Caimanes, contaminándolo, dejándolo sin agua, dividiéndolo con dinero?

Dentro de los que más vomitaron su rabia contra lo que ocurrió el viernes estuvo Rodrigo Herrera, periodista y panelista del matinal de MEGA Mucho Gusto. Junto con hablar de delincuencia llegó a decir que los ciudadanos que se manifestaban en las calles con cortes de tránsito eran «piqueteros profesionales».

Rodrigo Herrera

 

En casa de Herrera cuchillo de palo. ¿Habrá algo más incoherente y patudo que despotricar contra la «violencia» en las manifestaciones, cuando ríes, festinas, juegas, simpatizas y compartes con agrado tu espacio de trabajo con una de las voces más fanáticas del pinochetismo como Patricia Maldonado?

Defender un régimen que violó los derechos humanos de miles de personas durante 17 años y sostener una amistad con uno de los criminales más perversos de la dictadura, como Álvaro Corbalán, no es otra cosa que considerar legítimo introducirle un ratón por la vagina a una detenida por el solo placer de torturarla.

¿Tendrá los huevos algún día Herrera de explicarle eso en pantalla a esa mujer a la que cariñosamente llaman la Paty? ¿Habrá pensado Herrera y todos lo que la legitiman en ese matinal, lo violento que resulta para tantos familiares de asesinados por la dictadura el ver cómo le prenden velas?

Columna

 

Monofocalizar la mirada respecto a la violencia y reducirla a una barricada, a un semáforo en el suelo, a un corte de calle, es por supuesto la salida más cómoda para no hablar de la violencia más genuina y permanente, la de las pensiones de 90 mil pesos, la de los ancianos que se mueren en consultorios, la de los colegios que se llueven, la de llegar a la casa pasada la medianoche después de un viaje de dos horas en un Transantiago, la de las mujeres a las que nos les alcanza la plata para irse a una clínica del barrio alto y deben abortar con Misoprostol, la de los sueldos miserables.

El análisis de «lo violento» se reduce discursivamente a cuestiones como una barricada por ignorancia, pero también por cobardía y conveniencia, sobre todo cuando como rostro de televisión llegas a ganar 100 veces más de lo que recibe una persona común y corriente a fin de mes. Bueno, eso también es violencia.

Por Daniel Labbé Yáñez

 


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