Policías en Acción y 133, Atrapados por la realidad: Policías con navaja

Un ariete metálico empujado por un grupo de trogloditas vestidos de azul rompe la puerta de una humilde casa de la periferia de Santiago


Autor: Mauricio Becerra

Un ariete metálico empujado por un grupo de trogloditas vestidos de azul rompe la puerta de una humilde casa de la periferia de Santiago. Los uniformados avanzan por un pasillo oscuro derrumbando puertas hasta que hacen saltar de su sueño a una anciana apuntándola con sus armas. Todo por un par de papelillos con cocaína y unos viagra. La escenas es transmitida a todo Chile por las pantallas del canal de Sebastián Piñera en horario prime. ¿Mostrar la realidad? ¿Contar lo que siempre pasa? Quizás, pero más bien la tecnificación de los instrumentos de control y los llamados al buen comportamiento producen este concubinato entre televisión y policías. Policías en Acción, emitido por Chilevisión; y 133, Atrapados por la realidad, de Megavisión, dos noches a la semana durante casi todo este año, nos están diciendo que carabineros y la policía civil, además de ser violentos, nos pillarán en nuestras pequeñas ilegalidades.

Una camioneta de carabineros irrumpe en una población de la periferia de Santiago. Es de noche y en un pasaje hay un grupo de chicos que salen corriendo. Los pacos salen raudos en su persecución, hay gritos, gente asustada y la poli pilla a uno de ellos. ‘Control de identidad’ dicen los policías mientras lo mantienen en el suelo. El chico no porta drogas, ni armas, ni nada convertido en objeto de control policial, pero está en el suelo bajo la rodilla de un paco. La acción genera resistencias y caen algunas piedras sobre los pacos, estos piden refuerzo y al rato se llena de más radiopatrullas y sacan al chico, como trofeo de guerra. Hay mujeres que los increpan, una madre pregunta porqué se lo llevan. No hay respuesta. Una vez en la comisaría uno de los pacos dice que ‘hay quienes no respetan el accionar de carabineros’.

La secuencia es una de las tantas de 133 Atrapados por la Realidad, programa exhibido en  los últimos meses por las pantallas de Megavisión. En horario prime. Chilevisión, por su parte, exhibe sagradamente los miércoles Policías en Acción. Ambas emisiones, en los que las policías son los protagonistas, reemplazaron a los reality de cabros mamones o programas de farándula. En la constelación de nuestra TV criolla, si el doctor Vidal escenifica flujos de colágeno y recauchajes sobre cuerpos ávidos de normalización, los programas policiales representan el flujo de la violencia estatal sobre esos otros cuerpos  disonantes.

De Columbo al sargento Vera

Imposible despegarse de la imagen de la baliza roja en nuestra mente. Y no se trata de  Columbo, Koyac, el Súper Agente 86 ó Robocop. La trayectoria de la narrativa policial hace tiempo que dejó de ser un acertijo o la oportunidad para una enrevesada historia y ahora exhibe impunemente su brutalidad. Ante las escenificadas entradas a los hogares de la rebautizada PDI, sólo cabe sentir pavor, porque la violencia policial ya no opera como recurso dramático, sino como advertencia. Si la televisión de dictadura nos trajo a las pantallas de las tardes los fomes sucesos de la serie gringa Área 12, la transición amnésica ajustó el rol educativo de la televisión exhibiendo la función policial como reality por excelencia. Sálvense los malos.

La promovida política de apertura a la comunidad del malogrado general Bernales en las pantallas del país de La Razón o la Fuerza, no es otra cosa que la escenificación del trabajo policial. La partida fue grandilocuente hace algunos años en los noticieros mostrando en vivo el asalto a la casa de un narco o las acciones de la ya famosa Fuerza de Tarea Sur a cargo de un fiscal enano que persigue a sus subalternos.

La metodología estaba antes construida. Comparto con colegas de otras escuelas la avidez con que los profesores del ramo de Televisión hacían leer a Soledad Puente, quien redactó la idea de la noticia como drama. La lógica que se reproduce aún en muchas escuelas de Periodismo es que toda noticia televisiva debe tener la estructura dramática de buenos y malos enfrentados. No hay matices, acuerdos mínimos ni historia posible sin conflicto.

El guión de la realidad televisada ha mantenido durante toda la transición a la delincuencia como virtual enemigo escondida en todas las esquinas. El despliegue ha llegado a convertir a los periodistas en policías, sobre todo ahora con las cámaras ocultas. Y el enemigo ya no son solos los malos malos, sino que los que ocultan su patente en las carreteras concesionadas para Teletrece; o los que toman remedios sin receta médica para 24 Horas; o el cuidador de parquímetros para Chilevisión Noticias.

A la sombra de una huelga del sindicato de guionistas de cine y televisión hace ya 20 años que la cadena estadounidense Fox encontró la veta con Cops, serie que aún se mantiene al aire. Desde aquel hallazgo que el recurso a la violencia para arman un guión no tuvo que ir a buscar animales al Serengeti, pixelar las Caras de la Muerte o pagar a luchadores para que hagan un teatro. Parapetados tras los policías el registro resulta seguro y barato.

Sobre todo en Chile, en donde el viejo recurso al orden público terminó por dar las bendiciones al casamiento entre policías y televisión. Dicen que el rating manda en esto y que les ha ido bien. Claro que no siempre que veamos algo significa adhesión. Es más, cualquier guionista sabrá que del lado de los malos se arma mejor la historia.

Policías en Acción

Copia de su símil argentino y producido por Edemol, el programa dirigido por Carlos Moena obtuvo en promedio más de 8 puntos de rating en abril de este año1. El 40% de sus auditores son audiencias pobres. Las versiones de ambos países son un potente documento de la brutalidad de las policías latinoamericanas.
El programa es una hipérbole de la irrupción policial. El objeto de intervención son, en la mayoría de los casos, pobres urbanos y jóvenes. Efecto del programa: solidificar la idea de eficacia policial. No por nada son puestos en el aire puros procedimientos exitosos.

Entre sus historias más comunes están la del asalto a una casa de un narco o alguien requerido por la policía. La violencia con que rompen cada puerta termina siendo un aviso para todos, la advertencia de que no podemos dormir tranquilos en nuestras nimias faltas. No importa la privacidad de un hogar o que haya ancianos. Luego de las entradas de la poli es común ver los cuerpos de los delincuentes esposados en el suelo, objetos plenos de intervención. Atrás los niños pobres lloran para todo Chile.

Otras notas son de controles de identidad, la venta de cachorros en Temuco, la muerte de una llama en elLago Chungará (parábola de la función panóptica), allanamientos en poblaciones pobres y una que otra vez un chico tomando copete en Las Condes. No sólo es mostrar la detención de ladrones o narcos, el concentrarse en las pequeñas ilegalidades nos dice que nuestra planta de marihuana o el paté que nos echamos al bolsillo en el supermercado perfectamente pueden provocar una madrugada entrando PDI a patadas a nuestros hogares.

Muchas historias terminan con la confesión del inculpado, pidiendo disculpas, diciendo que se pagan los errores. La técnica del confesionario masificada ahora por la televisión termina por poner, luego de la violencia policial exhibida, la idea de que todo vuelve a su orden. Los buenos son los polis y los malos se irán presos.

Incluso se valen del cómic con sus viñetas para reforzar el argumento de la intervención policial. Claro que los súper héroes son fofos detectives fofos atiborrados en armamentos.

El recurso al hip hop al finalizar cada emisión quizá termine limpiando culpas de una exhibición de poder tan grosera, termina ajustando en la boca de chicos artistas de poblaciones, pagados o con ánimo de ser famosos, que todo sigue en su lugar.

133 Atrapados por la realidad

Hay consenso: lo más patético de este programa del canal de Ricardo Claro es la voz en off que explica cada cosa que pasa. Claro que no sabemos que si el que habla es un periodista del Mega o relacionador público de Carabineros. En fin, es como lo mismo, si el propio editor dijo que quien registra el material es “un carabinero más”.

Este programa persigue la criminalización de lo cotidiano. En su temporada del 2007, los ocho capítulos que puso en el aire, tuvieron un promedio de 19,9 puntos de rating, liderando la sintonía en muchas ocasiones o bien peleando el primer lugar con Pelotón, de TVN, reality que, por lo demás, cumplió sus expectativas: este años se llenaron las vacantes del servicio militar voluntario.

Los capítulos de marzo y abril de este año de 133 se concentraron en mostrar controles de identidad. El mensaje nos resultó claro: volvía la detención por sospecha. Harboe firma el edicto y Claro es el lenguaraz. En otro capítulo vimos como se desplegaban más de 6 radiopatrullas por Gran Avenida para detener a un auto. Al final del relato el tipo yacía en el suelo esposado. El delito: no tener patente.

Algunas frases del conductor de 133 son para la antología de la TV mamona: “El arma era de juguete, pero en manos de un violento antisocial puede intimidar a cualquiera, sobre todo se si trata de menores de edad”. Otra: “Ni siquiera esta herida que la mujer se hizo en el pie, luego de forzar con la policía, la hace callar”.
Será. Tenemos estos docurrealitys para rato. Si bien seguirán exhibiendo groseramente el poder de las policías en Chile, quizás permitan a los investigadores sociales o periodistas hallar las causas de la violencia contra la policía de los chicos pobres cada 11 de septiembre. Claro que ese día los canales transmitirán, como ocurrió el año pasado, desde el Hospital de Carabineros.

Mauricio Becerra R.


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