La llegada de Michelle Bachelet al poder no sólo puso en la agenda pública el tema de la igualdad de derechos, sino también el de la disparidad genérica, problema tan antiguo como la humanidad misma y tan universal como países hay en el globo. La paridad de géneros busca lograr un equilibrio representativo entre mujeres y hombres en los diferentes espacios de poder. Dicho de manera práctica: paridad, entonces, significa 50 y 50 % en los cargos.
Es evidente que Chile -al igual que gran parte del resto del mundo- sufre de un machismo exagerado, agravado por los errados conceptos de valentía, sensatez o éxito social que se asocian a expresiones como “ser bien hombrecito” o “tener los pantalones bien puestos”.
MUJERES Y POLÍTICA
Del mismo modo, el mundo político que dirige a nuestra nación ha sido predominantemente masculino. Los hombres llevan tantos años en el poder como vida republicana tiene Chile. Las distintas organizaciones, estamentos sociales y políticos han estado desde siempre constituidos por los presidentes, los ministros, los parlamentarios, los alcaldes, los dirigentes sindicales, los concejales, los administradores, los empresarios, los dueños de los medios. Los: masculino. Varones. Hombres.
La Historia de Chile está repleta de testimonios de mujeres destacadas y al mismo tiempo incomprendidas por su tiempo y entorno: casos como el de Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Olga Poblete, Elena Caffarena, Teresa Wilms, Violeta Parra, Teresa Calderón o Julieta Kirwood, son sólo una parte de esta larga lista.
Es en 1949 que la mujer chilena obtiene su derecho a voto. Pero la firme irrupción política de las féminas, planteando sus objetivos a través del debate y la difusión alcanza su mayor expresión durante los primeros años ’80. En plena dictadura, cuando las organizaciones políticas comenzaron a reagruparse y consolidarse tras su supresión casi absoluta el año 1973, el movimiento feminista contemporáneo comenzó a instalar sus temáticas en las bocas ávidas de expresión. La idea era la misma de hoy: representar un real aporte en un mundo masculinizado, no sólo en el plano de la política y del poder, sino en un nivel sociocultural profundo, en donde la mujer jugaba un rol extremadamente secundario .
La dirigente del Comité Valdivia Región, Silvia Oyarzún, señala que “las mujeres han dado una lucha para lograr equipararse a los varones, sobre todo en el ámbito público, ya que muchas veces son marginadas en los partidos políticos para candidaturas de elección popular y cargos públicos”.
CIFRAS PREOCUPANTES
En el plano nacional, se ha establecido que las mujeres ganan sueldos casi un 30 % más bajos que los de sus pares varones, en las mismas labores, oficios, trabajos o funciones. Pero a los congresistas este problema parece no preocuparles aún. En una encuesta realizada a 111 parlamentarios y parlamentarias, respecto a si estaban o no de acuerdo con una ley que garantice la presencia de mujeres en el Congreso, tanto representantes masculinos como femeninos de la UDI manifestaron su rechazo en un 84,8 %. Lamentablemente, la Concertación, pese a su discurso más “progresista”, no da señas de estar marcando la pauta en el tema. Si bien dentro del bloque PS-PPD el porcentaje a favor logra el 80 %, en la DC sólo llega al 52,4 %. Estas cifras son preponderantes al momento de legislar o elaborar las propuestas y las políticas en torno a esta materia.
Tras el nombramiento (y hace poco, la renovación) del gabinete de la Presidenta -donde la paridad de género se concretó por primera vez en la historia nacional- hubo un efecto importante en la autoestima de las mujeres. Esta señal política histórica marcó, además, un precedente fundamental a nivel nacional e internacional. Es cierto: las mujeres llevan tanto tiempo como los hombres en los espacios públicos, pero su rol ha sido invisibilizado. Las mujeres “no vienen llegando” a las diversas arenas del poder, pero es patente el desequilibrio en la cantidad de posibilidades que han tenido históricamente.
DISCRIMINACIÓN POSITIVA
De todos modos, es necesario señalar que con la paridad en los ministerios o las intendencias el problema no se termina. Aún queda mucho por hacer, en el corto y en el largo plazo. Sin ir más lejos, en nuestras embajadas hay sólo un 8,9 % de mujeres y en las empresas públicas, un 16,9 %.
Se necesitan leyes paritarias que permitan sustentar estos cambios, para que dichos avances se mantengan en el tiempo. La aplicación de leyes a favor de las mujeres, por ejemplo, suscita efectos que requieren cuidadosa evaluación previa.
Uno de ellos es la llamada “discriminación positiva”, que a juicio de algunos expertos, desfavorece las capacidades de las mujeres, eliminando sus méritos personales como principal valor y utilizando la condición de “sexo débil” como escudo protector.
Para la ex primera dama, Marta Larraechea, por ejemplo, “la participación de la mujer en la vida pública se debe dar en forma natural. Por eso no apoyo la discriminación positiva. Este es un proyecto que pretende impulsarse abriendo espacios de participación a la mujeres en la política contingente en forma artificial”. La idea de quienes critican la discriminación positiva es que la igualdad nazca a partir de demostrar una igualdad de condiciones, no a través de decretos discriminatorios para ambos sexos. O sea, debe competirse en las mismas condiciones, pero en un escenario neutral.
Sea cual sea la discusión, una cosa está clara: ya no podemos seguir escondiendo la cabeza bajo la arena ante las desigualdades que se cometen, y no sólo genéricamente. Pero tomar en cuenta esta problemática puede ser un primer paso para comenzar a combatir nuestros propios prejuicios y diferencias.
Jorge Quagliaroli