El Mictlan, haciendo arte y resistiendo desde la periferia

Un día, alguien tuvo la idea de descentralizar a la escena poblana y llevar el arte a las orillas de la ciudad, y de ahí todo comenzó

El Mictlan, haciendo arte y resistiendo desde la periferia

Autor: Betsie Bandala

Qué complicado es buscar aquella palabra indicada para comenzar, a veces uno le da tantas y tantas vueltas, hasta que en un momento solo viene y se queda, se plasma hasta una considerable eternidad. Así es El Mictlán, el paraíso prometido de los aztecas, las raíces de la identidad mexicana, asimilada y rescatada y encapsulada en formol.

La historia de cómo comenzó El Mictlán: Pulque, arte y cultura, es una certera y total alegoría al exceso dionisiaco, pero también es contradicción, al ser fruto de un sin fin de noches sin descanso, esfuerzo y contemplación para poder apreciar, ver y constatar algo que se imaginó, justo como cuando el artista planea su próxima pieza.

Este sueño comenzó en las pulkatas más indómitas del sur, con un puñado de amigos, y un montón de cuentas por pagar. Es así como Alex, impulsado por su familia se decidió a abrir en 2018, pues para él ese lugar más que el indicado, es el perfecto.  

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La idea estuvo germinando en Alex desde siempre, porque el notaba que todo lo interesante a nivel artístico sucedía en el centro de la Ciudad de Puebla. Y fue ahí, que el quiso hacer lo mismo, descentralizando y llevarlo a la periferia.

El ingresar a El Mictlán es toda una experiencia visual, auditiva y filosófica. Lo primero que te atrapa es la inmensa serpiente, coatl, que viste los muros negros, los vestigios prehispánicos y folclóricos, los xoloitzcuintles resguardados en formol, los cráneos, la hilera de chiles guajillo, el eterno Día de Muertos, expuestos en un altar detrás de la barra, y por supuesto, ellos, la familia Mictlán.

La historia de un artista plástico

Carlos es uno de los integrantes con más tiempo en el centro cultural, él relató que desde que comenzó el proyecto se sumó, uno de sus murales está expuesto de manera permanente en la entrada.

Él conoció a Alex en el sector restaurantero hace más de seis de años, y cansado de la idea de que todo fuera una reproducción en masa, se aventuró a probar suerte y encontrar más que un trabajo en este sitio, halló un lugar donde sus piezas fueran parte de la columna vertebral.

Él define a El Mictlán como su segundo hogar, un sitio donde encontró compañía, pertenencia y aceptación, a tal grado que cuando las personas se topan con él en las calles lo llaman El Chido. La principal actividad artística que desempeña, son los grabados, de ahí la pintura, como el xolo, que se encuentra junto a su área de trabajo.

La fiesta eterna, le ha permitido conocer a muchas personas, las cuales lo han apoyado y ayudado a encontrar a otros artistas como él, los cuales desde las técnicas urbanas como lo es el grafiti, lo han inspirado a realizar una magnitud de stickers.

Para Carlos, El Mictlan es un lugar de crecimiento profesional, pero también personal, donde hasta casualmente conoció el amor.

Yo siempre quise trabajar aquí

Said, o El Abuelo, es un joven criminólogo que siempre quiso ser parte de El Mictlán, y no fue hasta que Alex, le dijo que su momento había llegado.

Este músico, se aventura cada semana a cruzar la ciudad, de ir de hasta Amalucan hasta Agua Santa para trabajar, o algo así, pues en palabras de él, «es un retiro para mí», en donde puede desentenderse de todo lo ajeno para enfocarse en su arte.

Impetuoso, abierto y original, El Abuelo, se encuentra en la barra, atento a lo que se necesite. Él considera que este sitio es una cuna para todo aquel que tiene un proyecto original, como lo que tiene con su hijo de catorce años.

Cuando el lugar está tranquilo, toma su bajo y practica, las personas se acercan a escucharlo y comparten sus expresiones mientras platican sobre sus cotidianidades. Porque para El Abuelo, este centro cultural, no es solo eso, sino un sitio seguro, en donde la gente lo hace su lugar.

Pies en la tierra

Cinthya, es la hermana menor de Alex, lleva la parte administrativa del lugar, y cuando inunda el caos, sin miedo se encarga de todo. Ella se ve a sí misma como una persona seria, pero no por ello es cerrada a ideas, su perspectiva acerca de lo que es el trabajo, cambió cuando llegó a ayudarle a su hermano.

En El Mictlán sí aplica eso de que «más que una empresa, somos una familia», porque ella es la guía de este barco de artistas, los cuales los regresa a la realidad cada que lo requieren. Cinthya relata que este segundo hogar ha sido un lugar de redescubrimiento consigo misma, gente, artistas y músicos que en su vida se imaginó que conocería, los ha tenido a unos cuantos centímetros, dejándola con gratas experiencias.

Ella es una artista creadora de vida, el ser madre le ha dado la experiencia necesaria para poder enfrentar cualquier situación y encausar desde la tolerancia, la comprensión y la empatía lo que El Mictlán exige como foro cultural.

El adquirir nuevos gustos, el entender que el arte va más allá de una estética clásica, le ha permitido dejarse maravillar por las primeras impresiones. Desde su trinchera, ella, en modo de espectadora es testigo de lo que cada visitante deja.

Mal de Amores

David, o Mal de Amores, es el fotógrafo de este centro cultural disfrazado de pulquería. Él ha forjado una solida amistad con Alex desde hace más de quince años. Su paso por el foro es intermitente, pues solo se dedica a dejar registro de lo que sucede en El Mictlán.

De ser un ingeniero en sistemas, su gusto y pasión por la fotografía de Juan Rulfo, lo inspiró a aventarse a hacer proyectos desde el 2016, él es de esas personas, que un día se despierta y dice «quiero hacer otra cosa con mi vida», una persona que estuvo dispuesto a quemar las naves y comenzar su propio camino, alejado de lo que se supone que era su mundo.

Mal, cuenta que comenzó trabajando en la Radio Comunitaria Cholollan, que se iba a realizar fotorreportajes a las comunidades rurales cercanas de la mancha urbana de la Ciudad de Puebla, y que ahí, se encontró a sí mismo.

Junto con Alex, llevan las redes sociales del foro, ellos son el puente con artistas, son la conexión con aquellas propuestas emergentes, ya sean visuales o musicales. Para el Mal de Amores, lo más importante que puede tener una persona es su nobleza. Por lo que en su lente deja clara esa idea.

Él también ha sido expositor en El Mictlán, realizó una galería con sus fotografías a la que nombró «Camino entre montañas», en donde de alguna manera conectó su día a día en la Sierra mexicana con los espectadores que de alguna u otra manera llegaron a la exposición.

Para Mal de Amores, el próximo paso que debe dar la pulquería es abrirse a más puestas en escena ya sea gráfica, teatral, literaria sin dejar de lado el aspecto musical.

Y a pesar de que otros lugares hayan requerido de sus servicios como testigo fotográfico, él afirma que sí, que se ha casado con El Mictlán.

Para él este sitio, significa aprendizaje, una constante en su vida, que lo ha llevado a forjar una fuerte, e incluso a veces, impenetrable hermandad.

La chica de los trolles

La tía Sam, o Andrea León, es la hermana más reciente de el foro cultural. Ella se define como una artesana chacharera, incluso, es la más colorida del lugar, sin embargo, eso solo refleja el gran corazón que tiene El Mictlán, a la hora de adoptar a alguien más a su clan.

Ella llegó porque Alex la buscó y le ofreció realizar un evento en donde convergiera la cultura del trueque. Así que esa vez, se sintió muy emocionada porque sería su primera experiencia como organizadora de un evento en donde la protagonista sería ella, sus artesanías, sus esculturas y su colección de cosas en busca de una segunda vida.

La tía Sam, antes de llegar a El Mictlán se dedicaba a las ventas, con una formación en artes plásticas, ella ilumina al oscuro y lúgubre lugar con su sonrisa y su voz, pues se la vive cantando.

En El Mictlán encontró un lugar de soporte para impulsar sus proyectos, pero también la familia que por tanto tiempo buscó, para La tía Sam, este es un espacio seguro donde puede ser ella, donde nadie la juzga y donde, en definitiva, la apoyan.

La clave es disciplina y constancia

Dentro de El Mictlán, se encuentra El Averno, un espacio perteneciente a alguien que «no llegó, sino me trajeron», el artista de la piel, de la gran serpiente, y baterista de Los Simios Rojos, Jorge o El Jorch.

Él al igual que el Mal de Amores, tiene una relación con Alex de bastantes años, por lo que su lazo de confianza resulta indestructible. Cuando comenzó el proyecto, Alex lo llevó a ver las instalaciones para que también Jorch se animara a hacer algo con el espacio. Él es el genio de los muros del foro cultural.

Si algo tiene claro Jorge, es que en primer lugar, los negocios son negocios, y que esto no sería posible sin ser una persona constante y sobre todo disciplinada.

El estudio de tatuajes de Jorch es un espacio que complementa la experiencia Micltán, de mano suave, toma todos aquellos conocimientos que por tanto tiempo lleva albergando hasta llevarlo a una máxima expresión, el de la perpetuidad en la piel.

Pero sus funciones no solo lo dejan en una habitación apartada, sino que a la hora del desorden, él busca la manera de apaciguar los conflictos. También ha notado que con el paso de los años las personas, los sitios y los pensamientos van evolucionando, por lo que para él, El Mictlán es ese refugio en explora las posibilidades del arte.

De carácter fuerte, energía contagiosa y una sonrisa sincera, Jorge invita a tener coraje para hacer que los sueños se conviertan en realidades, él menciona que «la vida es como un videojuego, no se puede pasar de nivel si aún no se ha concretado la primera misión».

Acota que sin la música estaría muerto, y por tanto que el trabajar en lo que ama, no solo es un privilegio, sino es el fruto de su esfuerzo.

Resistiendo desde la periferia

Hablar de sueños, de la muerte, de la cultura prehispánica, del rito que es beber pulque, de las expresiones artísticas cualquiera que sea la disciplina, es una actividad que toda persona debería hacer alguna vez en su vida a lado de Alex.

Él, el agricultor de esta idea, es una persona singular al igual que todo aquel que vive/trabaja/refugia en El Mictlán.

Si algo coincidieron todos los elementos que forman parte de este centro cultural, es que uno, son familia, dos, están totalmente agradecidos, tres, es un lugar que los ha transformado para seguir forjando su camino como artistas.

Alex es la cabeza, pero también el corazón de El Mictlán, desde sus ideas locas sobre mixología, el hacerte en menjurje a base de vinagre hasta el felizmente platicarte sobre su colección de cráneos, guajes y toda aquella cosa que le parezca ocultistamente genial, acompaña a los artistas siendo una especie de mecenas moderno, pues presta su lugar para hacer del arte una expresión para compartir.

Para él, este lugar debe ser democrático, abierto a ideologías, pero siempre con aquella consigna de descentralizar a la escena poblana y por qué no, también a la nacional y si se puede a lo internacional.

Considera realmente importante que es necesario trabajar con lo propio, lo original, lo que es del pueblo para el pueblo. Por eso es que abiertamente invita a todo aquel que tenga un proyecto a presentarlo, a usar el spot como una catapulta para alcanzar, al igual que él, los sueños.

Porque al final, el realizar arte, es una manera de resistencia, de resistir al mundo y a sus complejidades, de ponerle cara a los problemas sociales, de hacer visibles a las minorías, de hacer justicia y resonar todo aquello que está podrido en el mundo, y por qué no, si se puede hacer a lado de un gran curado, qué mejor.

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Fotos: Betsie Bandala Benavides

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