La Cuarta Transformación es un movimiento político de restauración nacional. Es la alternativa surgida en el amanecer, de la larguísima y dolorosa noche de los 36 años de gobiernos neoliberales. Sería inverosímil suponer que al terminar los seis años de gobierno del presidente López Obrador, la transformación sería consumada. La regeneración nacional tuvo como punto de salida el año electoral de 2018, más no como punto de llegada.
Es menester que se genere un planteamiento colectivo sobre el porvenir del movimiento político que ha encabezado Andrés Manuel durante décadas. Es imprescindible el desarrollo de una reflexión grupal sobre el programa de gobierno y la profundización ideológica, en función a la secuencia gubernamental que tendrá morena en el certero año de 2024.
Esencialmente, el sostenimiento de la aprobación social del gobierno de AMLO está arraigado al sublime ejercicio de comunicación política, gestado por el propio presidente de la república. Las guerras modernas tienen como cuartel prioritario el del ataque informativo. En todas partes del mundo los gobiernos quedan titubeantes, -al borde del desmayo- cuando son heridos por las balas de la desinformación.
Es tan importante el desarrollo de políticas públicas eficientes, como la forma de comunicar las mismas. Es tan determinante el acto, como lo es la acción de comunicarlo. Ahí se encuentra la gran fortaleza del mensaje Obradorista, en las conferencias de prensa diarias que ejerce el presidente de México.
La primera reflexión ante la sucesión venidera será sobre ese ejercicio comunicativo. Quién encabece la transformación después de AMLO, ¿mantendrá las conferencias de prensa diarias? ¿Seguirá hablando con la misma tonalidad? ¿Radicalizará o ablandará el discurso?
No es un tema menor; el anclaje del proyecto de nación del presidente AMLO ha sido fijado en la narrativa discursiva. Las líneas de gobierno son delimitadas a partir de la concepción del ejercicio del poder público, y no al revés. Es decir, el gobierno de la república acciona las políticas públicas producto del ideario retórico. Contrario a como había ocurrido tradicionalmente. Antes la vocería gubernamental reproducía las labores burocráticas, ahora se construye la acción de gobierno en prosa anticipada.
Quien presida nuestra nación a partir de diciembre de 2024 deberá delinear las bases de la nueva comunicación institucional. El presidente López Obrador ha puesto sumo énfasis en la alegoría con la historia. Sus balances gubernamentales no son descritos en el estado presente, las valoraciones se desarrollan en analogías permanentes con las categorías de las tres transformaciones pasadas: la independencia; la reforma y la revolución mexicana.
Ante la eventual ausencia del liderazgo carismático de López Obrador, el vacío discursivo e identitario es inevitable. Por ello debe considerarse desde ahora la intencionalidad del proyecto a realizar por quien suceda al presidente. Y en esa medida homologar el lenguaje en la regionalización de los cuadros políticos locales. Contextualizar la utopía nacional; arraigándola a las características propias de cada comunidad.
Los tiempos de la transformación se miden con distintos relojes. La intensidad de su desarrollo varía según la entidad y municipalidad. Los gobiernos locales deben descifrar sus propias narrativas, sus auténticos gritos por las incontenibles dolencias de cada lugar. Donde el dolor es distinto, donde la sangre tiene sus propias tonalidades rojizas.
La emoción nacional debe permanecer intacta, solamente de esa forma existirá garantía en consolidar lo ya trazado. El pueblo de México debe acompañar en intensidad de convicción los futuros planteamientos del Movimiento de Regeneración Nacional.
Lo inamovible son dos grandes aforismos, que no pueden ser alejados siquiera un milímetro: Sólo el pueblo puede salvar al pueblo, y sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación.
Por el bien de todos, primero los pobres.
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Por: Jorge Hernández Aguilera
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