Por qué la justicia climática debe ir más allá de las fronteras

La "solución" de la élite a la crisis climática es convertir a lxs desplazadxs en mano de obra migrante explotable. Necesitamos una alternativa verdaderamente internacionalista.

Por qué la justicia climática debe ir más allá de las fronteras

Autor: El Ciudadano México

Autor/a Harsha Walia
Traductorxs Tim Swillens & Maria Inés Cuervo

Las catástrofes climáticas ya provocan el desplazamiento forzoso de 25,3 millones de personas al año y parecen destinadas a convertirse en su principal causa a nivel mundial. Lxs menos responsables del cambio climático son y serán lxs más afectadxs, y se enfrentan a duros regímenes de seguridad y a fronteras cada vez más militarizadas en busca de refugio. Lxs mayores culpables de la crisis climática buscan la forma de sacar provecho de ella y explotan a lxs desplazadxs bajo el pretexto de la mitigación. Si queremos construir sistemas político-económicos más justos y sostenibles y evitar que se imponga un sistema de eco-apartheid, debemos mirar más allá de perspectivas fronterizas.

“No nos estamos ahogando, estamos luchando» se ha convertido en el lema de lxs Guerrerxs del Clima del Pacífico. Desde las reuniones de la ONU sobre el clima hasta los bloqueos de los puertos de carbón australianos, estxs jóvenes defensorxs indígenas de veinte estados insulares del Pacífico están dando la alarma sobre el calentamiento global a las naciones de los atolones bajos. Están desafiando la industria de los combustibles fósiles y gigantes coloniales como Australia, responsable de las mayores emisiones de carbono per cápita del mundo, rechazando la narrativa de la victimización. Como dice la samoana Brianna Fruean: “no necesitas mi dolor o mis lágrimas para saber que estamos en crisis».

En todo el mundo, las catástrofes climáticas desplazan a unos 25,3 millones de personas al año, una persona cada uno o dos segundos. En 2016, los nuevos desplazamientos causados por desastres climáticos superaron en una proporción de tres a uno a los nuevos desplazamientos como resultado de la persecución. Para 2050, se estima que 143 millones de personas se verán desplazadas en solo tres regiones: África, Asia meridional y América Latina. Algunas proyecciones sobre los desplazamientos climáticos a nivel mundial alcanzan los mil millones de personas.

Determinar quiénes son lxs más vulnerables a los desplazamientos revela las líneas de fractura entre ricxs y pobres, entre el Norte y el Sur global, y entre la blancura y sus otrxs negros, indígenas y racializadxs.

Las asimetrías de poder globalizadas crean migraciones pero restringen la movilidad. Lxs desplazadxs son lxs menos responsables del calentamiento global y se enfrentan a fronteras militarizadas. Mientras que el cambio climático en sí es ignorado por la élite política, la migración climática se presenta como un problema de seguridad fronteriza y la excusa más reciente para que los estados ricos fortifiquen sus fronteras. En 2019, las Fuerzas de Defensa australianas anunciaron patrullas militares alrededor de las aguas de Australia para interceptar a lxs refugiadxs climáticxs.

El creciente terreno de la «seguridad climática» da prioridad a las fronteras militarizadas y encaja perfectamente en el eco-apartheid. «Las fronteras son el mejor aliado del medio ambiente; a través de ellas salvaremos el planeta«, declara el partido de la ultraderechista francesa Marine Le Pen. Un informe encargado por el Pentágono estadounidense sobre las implicaciones del cambio climático en materia de seguridad resume la hostilidad hacia lxs refugiadxs climáticxs: «Se reforzarán las fronteras en todo el país para contener a lxs inmigrantes hambrientxs no deseadxs de las islas del Caribe (un problema especialmente grave), México y Sudamérica». Los Estados Unidos han puesto en marcha la “Operación Centinela Vigilante” frente a las costas de Florida y ha creado la Fuerza de Tarea de Seguridad Nacional del Sureste para aplicar la interdicción marítima y la deportación tras las catástrofes en el Caribe.

La migración laboral como mitigación del clima

rompiste el océano por

la mitad para estar aquí.

solo para encontrarte con nada que te quiera

–Nayyirah Waheed

Junto con el aumento de los controles fronterizos, la migración laboral temporal se presenta cada vez más como una estrategia de adaptación al clima. En el marco de la «Iniciativa Nansen», un proyecto multilateral dirigido por estados para hacer frente a los desplazamientos inducidos por el clima, el gobierno australiano ha presentado su programa de trabajadorxs temporales como una solución clave para crear resiliencia climática en la región del Pacífico. De hecho, la declaración australiana ante la Consulta Global Intergubernamental de la Iniciativa Nansen no fue realizada por el ministro de Medio Ambiente, sino por el Departamento de Inmigración y Protección de Fronteras.

A partir de abril de 2022, el nuevo plan de movilidad laboral de Australia del Pacífico facilitará a las empresas australianas la contratación temporal de trabajadorxs con salarios bajos (lo que el plan denomina trabajadorxs «poco cualificadxs» y «no cualificadxs») de pequeños países insulares del Pacífico, como Nauru, Papúa Nueva Guinea, Kiribati, Samoa, Tonga y Tuvalu. No es casualidad que la ecología y la economía de muchos de estos países hayan sido ya devastadas por el colonialismo australiano durante más de cien años.

No es ninguna anomalía que Australia esté convirtiendo a lxs refugiadxs climáticxs desplazadxs en un embudo de migración laboral temporal. Con el aumento de la migración ingobernable e irregular, incluida la climática, los programas de migración laboral temporal se han convertido en el modelo mundial de «migración bien gestionada». Las élites presentan la migración laboral como una doble ganancia, ya que los países de altos ingresos cubren sus necesidades de mano de obra sin proporcionar seguridad laboral o ciudadanía, mientras que los países de bajos ingresos alivian el empobrecimiento estructural a través de las remesas de lxs migrantes.

Los trabajos peligrosos y mal pagados, como el trabajo agrícola, doméstico y de servicios, que no se pueden externalizar, se deslocalizan casi por completo de esta manera. La deslocalización y la externalización representan las dos caras de una misma moneda neoliberal: la desinflación deliberada del trabajo y del poder político. No hay que confundir la migración laboral temporal con la libre movilidad, ya que representa un enfoque neoliberal extremo del cuarteto de la política exterior, climática, de inmigración y laboral, todas ellas estructuradas para ampliar las redes de acumulación de capital mediante la creación y el sometimiento de poblaciones excedentes.

La Organización Internacional del Trabajo reconoce que lxs trabajadorxs migrantes temporales se enfrentan a trabajos forzados, bajos salarios, malas condiciones laborales, ausencia virtual de protección social, negación de la libertad de asociación y de los derechos sindicales, discriminación y xenofobia, así como exclusión social. En estos programas de indentación sancionados por el Estado, lxs trabajadorxs están legalmente atados a un contratante y pueden ser deportadxs. Lxs trabajadorxs migrantes temporales se mantienen conformes mediante las amenazas de despido y deportación, lo que revela la conexión crucial entre el estatus de inmigración y la precariedad laboral.

A través de los programas de migración laboral temporal, la fuerza de trabajo de lxs trabajadorxs es captada primero por la frontera y esta mano de obra flexible es luego explotada por lxs contratantes. Negar a lxs trabajadorxs inmigrantes un estatus de inmigración permanente garantiza un suministro constante de mano de obra barata. Las fronteras no pretenden excluir a todas las personas, sino crear condiciones de «deportabilidad», lo que aumenta la precariedad social y laboral. Estxs trabajadorxs son etiquetadxs como trabajadorxs «extranjerxs», lo que fomenta la xenofobia racista contra ellxs, incluso por parte de otrxs trabajadorxs. Aunque lxs trabajadorxs inmigrantes son temporales, la migración temporal se está convirtiendo en el modelo neoliberal permanente de migración dirigido por el Estado.

Las reparaciones incluyen que no haya fronteras

«Es inmoral que lxs ricxs hablen de sus futurxs hijxs y nietxs cuando lxs niñxs del Sur Global están muriendo ahora». 

– Asad Rehman

Los debates sobre la construcción de sistemas político-económicos más justos y sostenibles se han aglutinado en torno a un Nuevo Acuerdo Verde. La mayoría de las propuestas de políticas públicas para un Nuevo Acuerdo Verde en EE.UU., Canadá, Reino Unido y la UE articulan la necesidad de abordar simultáneamente la desigualdad económica, la injusticia social y la crisis climática mediante la transformación de nuestro sistema extractivo y explotador hacia una sociedad basada en el cuidado, baja en carbono, feminista, controlada por lxs trabajadorxs y la comunidad. Aunque un Nuevo Acuerdo Verde entiende necesariamente que la crisis climática y la crisis del capitalismo están interconectadas –y no una dicotomía de «el medio ambiente frente a la economía»– uno de sus principales defectos es su alcance limitado. Como escriben Harpreet Kaur Paul y Dalia Gebrial «el Nuevo Acuerdo Verde ha quedado atrapado en gran medida en la imaginación nacional».

Cualquier Nuevo Acuerdo Verde que no sea internacionalista corre el riesgo de perpetuar el apartheid climático y la dominación imperialista en nuestro mundo que se calienta. Los países ricos deben corregir las dimensiones globales y asimétricas de la deuda climática, los acuerdos comerciales y financieros injustos, el sometimiento militar, el apartheid de las vacunas, la explotación laboral y la securitización de las fronteras.

Es imposible pensar en las fronteras fuera del Estado-nación moderno y sus vínculos con el imperio, el capitalismo, la raza, la casta, el género, la sexualidad y la habilidad. Las fronteras ni siquiera son líneas fijas que delimitan el territorio. Los regímenes fronterizos están cada vez más rodeados de vigilancia con aviones no tripulados, interceptación de embarcaciones de inmigrantes y controles de seguridad que van más allá de los límites territoriales de los Estados. Desde Australia, que deslocaliza la detención de inmigrantes en Oceanía, hasta la Fortaleza Europa, que externaliza la vigilancia y la interdicción en el Sahel y Oriente Medio, las cartografías cambiantes demarcan nuestro presente colonial.

Quizás lo más ofensivo es que cuando los países coloniales entran en pánico por las «crisis fronterizas» se posicionan como víctimas. Pero el genocidio, el desplazamiento y el movimiento de millones de personas fueron estructurados de forma desigual por el colonialismo durante tres siglos, con los colonos europeos en América y Oceanía, el comercio transatlántico de esclavxs de África y lxs trabajadorxs contratadxs importadxs de Asia. El imperio, la esclavitud y la servidumbre son los cimientos del apartheid mundial actual, que determina quién puede vivir dónde y en qué condiciones. Las fronteras están estructuradas para mantener este apartheid.

La libertad de permanencia y la libertad de movimiento, es decir, la ausencia de fronteras, es una reparación y redistribución decolonial que se debe desde hace tiempo.


Harsha Walia (@HarshaWalia en Twitter) es la premiada autora de “Border and Rule: Global Migration, Capitalism, and the Rise of Racist Nationalism” (Haymarket, 2021), y “Undoing Border Imperialism” (AK Press, 2013). Es organizadora comunitaria y hace campaña en los movimientos de justicia migratoria, anticapitalista, feminista y anticolonial.


Foto: Asian Development Bank / Flickr

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