El 23 de septiembre de 1939, hace 85 años, falleció Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, agotado por un cáncer de laringe y una septicemia aguda. Con lucidez y amargura, Freud enfrentó su final, marcado por el nazismo que lo había perseguido y obligado al exilio.
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Consciente de su inevitable destino y debilitado por la enfermedad, pasó sus últimos días lejos de la ciudad y del país que conoció toda su vida, Austria. A sus 82 años, aceptó la muerte bajo un pacto secreto con su médico, Max Schur, quien le administraría morfina cuando llegara el momento.
La Segunda Guerra Mundial ya había estallado y Austria había caído en manos nazis. Como judío y fundador de la escuela psicoanalítica, Freud sufrió la presión constante para abandonar su hogar. Su familia enfrentó el hostigamiento de la Gestapo y sus obras fueron destruidas en las grandes hogueras que consumieron a la intelectualidad opositora al régimen.
El 4 de junio de 1938, Freud, al lado de su esposa Martha Bernays y su hija, comenzó su viaje al exilio. Enfermo y anciano, cruzaron la frontera hacia París a bordo del Oriente Express. Un día después, se establecieron en Gran Bretaña, donde pasaría sus últimos meses.
Durante el año y dos meses que le restaron, Freud vivió con cierta intensidad, recibiendo visitas de amigos y atendiendo a algunos pacientes. Sin embargo, en marzo de 1939, su cáncer avanzó, limitando sus oportunidades de interacción. Tras 33 operaciones, había perdido parte de la mandíbula y vivió el resto de su vida con una prótesis. Adicto al tabaco, ignoró las recomendaciones médicas y siguió fumando hasta poco antes de su muerte.
En marzo de 1939, se despidió de la Sociedad Psicoanalítica que él mismo fundó. En agosto, su estado se deterioró drásticamente: el cáncer se ulceró en su mejilla, y la septicemia aumentó.
El 21 de septiembre, Freud le dijo a Schur: “Querido Schur, usted recordará nuestra primera conversación. Usted me prometió que me ayudaría cuando yo ya no pudiera soportar más. Ahora es sólo una tortura ya no tiene ningún sentido”. Schur le prometió sedantes para mitigar su dolor y le aplicó morfina. Freud suspiró con alivio y se sumió en un profundo sueño, falleciendo cerca de la medianoche del 23 de septiembre de 1939.
La enfermedad de Freud planteó dilemas morales que, al ocurrir antes del surgimiento de la bioética moderna, se resolvieron desde perspectivas médicas tradicionales. Su condición empeoró rápidamente; el cáncer ulceró su mejilla, causando un sufrimiento físico casi intolerable, lo que le obligó a permanecer en reposo, aunque mantenía su actividad intelectual.
Su decisión fue vista como un “suicidio estoico”, dado que estaba demasiado débil para llevarlo a cabo por sí mismo, mientras Schur temía que su acción pudiera considerarse eutanasia. La medicina ha tenido una larga historia de controversias sobre la eutanasia, intensificadas por nuevas tecnologías que han generado posturas bioéticas divergentes.
En el caso de Freud, su deseo de morir podría interpretarse como un propósito inequívoco de poner fin a su sufrimiento. La intención de Schur era aliviar su intenso dolor, consciente de que, al administrarle sedantes, la muerte sería un resultado probable. El final de Freud formó parte del cuidado médico integral que se debe proporcionar. La principal responsabilidad de Schur fue garantizar la mejor calidad de vida posible hasta el último instante.
La bioética ha planteado las diversas modalidades de eutanasia desde la muerte entendida como realidad objetiva. La autonomía y no-maleficencia constituyen principios que determinan diferentes elecciones morales siguiendo este presupuesto: eutanasia directa, indirecta y muerte paliada.
Freud entendió la muerte como posibilidad. Su morir es pérdida-de-sentido-cotidiano, pero revelación en tanto “pura posibilidad” o “nada” de ser: la-posibilidad-de-la-imposibilidad. Si su vida consistió en “ser” sus posibilidades, su morir fue asumir esta “nada” o posibilidad como auténtica al momento de apropiársela e hizo de su ser-finito un silencioso ser-para-el-fin.
Nota especial: Fernando Cabrera para El Ciudadano México
Ilustración: Meta IA
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