La mañana del 19 de agosto de 1991, la Televisión Central Soviética no transmitió como de costumbre los programas de noticias, sino que puso al aire el ballet Lago de los Cisnes de Tchaikovsky. De inmediato, la población pensó que alguno de los líderes del país había muerto. Poco después, sin embargo, llegaron los reportes de que Mijail Gorbachov no podía seguir gobernando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) debido a problemas de salud, por lo que el poder sería traspasado al Comité Estatal para el Estado de Emergencia.
El intento golpista ocurrió un día antes de que el entonces mandatario intentara firmar un nuevo tratado de unión con las repúblicas soviéticas sobre principios democráticos.
Los golpistas introdujeron tanques en Moscú e impusieron el toque de queda, pero Boris Yeltsin, quien recién había asumido como entonces presidente de la República Federativa de Rusia aún integrada en la URSS, encabezó una campaña de desobediencia civil con el respaldo de Occidente.
La negativa del Ejército de apoyar a los golpistas y la firme actitud de los moscovitas, que formaron un escudo humano en el corazón político de la capital para evitar su asalto, condicionaron el fracaso del motín, que terminó dos días más tarde con la detención de los golpistas.
El 21 de agosto, el entonces vicepresidente de Rusia, Alexander Rutskoi, viajó hacia Crimea, donde Gorbachov se encontraba de vacaciones y estaba siendo aislado por el comité. Esa noche, el Presidente soviético regresó a Moscú, pero el destino del país ya estaba escrito: en los meses siguientes las repúblicas soviéticas declararon sucesivamente su independencia y el 25 de diciembre de ese año, Gorbachov anunció -en un discurso televisado- el fin de la URSS. Entonces la bandera soviética fue sacada del Kremlin y media hora después se izó la bandera rusa.
Un cuarto de siglo después Gorbachov reconoció, en una reciente entrevista con la agencia rusa TASS, que las lecciones que se pueden aprender de lo ocurrido es que los complots para derrocar a las autoridades y forzar los intentos para llevar al país fuera de su camino normal de desarrollo son inaceptables”. “Tales intentos tienen consecuencias catastróficas. Cualquiera sean las dificultades que surjan, es necesario permanecer en el curso dentro del marco constitucional y democrático”, añadió. A su juicio, si no se hubiera producido el intento de golpe, la mayoría de las repúblicas soviéticas habrían firmado el nuevo acuerdo de la unión.
Aunque no todos sus compatriotas piensan como él. Según un reciente estudio del centro de sondeos Levada, tan sólo un tercio de los rusos condenan aquel golpe de Estado. Y hace 10 años, eran casi dos tercios los ciudadanos que se expresaban en contra de las acciones emprendidas por el autodenominado Comité Estatal de Emergencia. Es más, un 48% de los rusos no sabe o no recuerda lo que ocurrió esos días.
Actualmente, quien fuera galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1990, reside en Moscú, con un bajo perfil y alejado de la política, aunque continuamente es consultado por los medios. Sin embargo, no cuenta con gran popularidad entre los rusos. Según un sondeo realizado en 2013, un 66% lo consideró el peor líder de la historia del país. Mientras que otra encuesta realizada en febrero, reveló que un 36% lo culpa del colapso de la Unión Soviética y un 46% cree que trabajó por el bienestar de Rusia.
Mientras, Gorbachov intenta explicar la situación del país que gobernó pero que ya no existe. Este año con motivo de su cumpleaños 85 en marzo pasado, lanzó un libro de 700 páginas llamado Gorbachov en Vida, que incluyen memorias, cartas, documentos escritos por él y otras personas, y que – a su juicio- ayudarían a los rusos a entender la historia actual.
Y en mayo lanzó otro libro que lleva por título The New Russia, en el que hace una severa crítica al gobierno de Vladimir Putin. “La gente no es ciega y su paciencia tiene límites”, escribió.