Quizás no ha trascendido mayormente en el plano mediático latinoamericano, pero al mejor estilo de lo precario de nuestras sociedades en que las poblaciones de menos ingresos deben sufrir la negligencia de las autoridades, la ciudad de Flint, estado de Michigan, sufre el envenenamiento de su agua “potable”, especialmente con la sustancia sumamente tóxica del plomo.
El contaminante afecta gravemente el desarrollo neurológico de los niños, y ha estado presente en el agua para el consumo humano de Flint por más de un año, gracias a la incompetencia de las autoridades de la ciudad de más de 100 mil almas, en su mayoría afro-estadounidenses y de extrema pobreza.
El famoso documentalista Michael Moore (director de los aclamados documentales Bowling for Columbine y Farenheit 9/11), exige una “revuelta” contra las autoridades, y pide el arresto e inmediata dimisión del gobernador del Estado de Michigan, Rick Snyder, informa Alternet.org.
El problema fue un cambio que se realizó en abril de 2014 de la fuente principal del agua de la ciudad. Solía extraerse desde el sistema de agua potable de Detroit, que se alimenta a su vez del lago Huron. Luego, las autoridades decidieron utilizar el río Flint, para ahorrar dinero. Por más de un año las autoridades de la ciudad aseguraron que el agua era perfectamente potable, pese a la evidencia sobre lo contrario. Bastaba abrir los grifos para recibir un líquido achocolatado. Finalmente, en octubre de 2015 las autoridades admitieron el problema, y volvieron a utilizar el sistema de aguas desde Detroit. Pero el daño ya estaba hecho. Solo en diciembre de 2015 la alcaldesa Karen Weaver vino a declarar el estado de emergencia.
La denuncia surgió del trabajo de una larga cadena de activistas, científicos y personas ordinarias que vieron como de la noche a la mañana su comunidad cercana comenzaba a enfermarse. El sitio web progresista Mother Jones describe a algunos de esos héroes.
Todo comenzó con una simple dueña de casa, LeeAnne Walters, quien comenzó a darse cuenta de que sus hijos sufrían extraños sarpullidos e irritaciones, mientras los adultos comenzaban a perder el pelo y a tener problemas de visión y de memoria. Sus denuncias, centradas en la sospecha del agua debido a que comenzó un deterioro evidente, cambiando de color, olor y a llenarse de partículas, no fueron escuchadas al principio. También estuvo el caso del inspector de la agencia del gobierno en temas medioambientales, conocida como EPA en sus siglas en inglés, Miguel del Toral, quien se dio cuenta que al agua potable no se le agregaba un químico que impide la disolución del plomo presente en cañerías viejas. El agua de Flint está contaminada por el tóxico a niveles que superan en dos veces lo considerado como desechos peligrosos por la EPA. Pese a informar a sus superiores, la respuesta tardó innecesariamente, hasta que finalmente las autoridades admitieron que había un problema gravísimo. La científica Mona Hanna-Attisha descubrió, también, que los niveles ya presentes en la sangre de los niños de Flint era el doble de la contenida antes del cambio de origen del agua.
Otros estudios han confirmado que el agua utilizada del río Flint es 19 veces más corrosiva que la que se usaba antes del cambio, lo que explica el alto aumento de partículas tóxicas en las cañerías. Un completo compendio de los antecedentes del caso se puede encontrar en FlintWaterStudy.org.
En contexto…
El escándalo de Flint se ha centrado en la fuerte desigualdad de calidad de vida de comunidades de minorías y de ingresos bajos, cuando se trata de proveer servicios públicos. Incluso CNN se ha hecho eco del análisis clasista y racista de la situación de la ciudad, con casi un 60 por ciento de habitantes de origen negro, y con más de un 40% de índice de pobreza. Cabe hacerse la pregunta que ha inundado los medios de comunicación: ¿habría acontecido el alto nivel de incompetencia mostrado por las autoridades si se tratara de una ciudad con barrios ricos y de mayoría blanca?
La cadena de errores es enorme: se analizó la calidad del agua con métodos inefectivos, y en lugares equivocados sin seguir los protocolos sanitarios; no se potabilizó el agua según los cánones establecidos claramente para el consumo humano; se retrasó en meses la advertencia sobre la presencia de plomo, afectando directamente el desarrollo mental de miles de niños. Un crimen social imperdonable.