Cataluña: El independentismo pierde fuerza

La creciente fragmentación del sistema de partidos catalán debilita el bloque soberanista, cuya mayoría absoluta peligra

Cataluña: El independentismo pierde fuerza

Autor: Patricio Araya

LAVANGUARDIA_G_21188290804-k0h-U407375212858cD-992x558@LaVanguardia-WebLa revolución devora a sus hijos y la independencia podría hacer lo mismo con quienes pretenden ser sus padres. Y cuando la democracia, como sucede en Catalunya, avanza hacia un sistema de partidos a la medida de cada colectivo ideológico e identitario, el resultado es una cierta canibalización de la voluntad colectiva. No en vano, el antiguo oasis catalán exhibe un parlamento cada vez más fragmentado y con una creciente dificultad para configurar mayorías viables. Esa fragmentación electoral es uno de los efectos de la crisis política e institucional que afecta al conjunto de España y que ha adquirido una dimensión más aguda en Catalunya. Y el último sondeo del CEO, realizado a comienzos de marzo, confirma y amplía esa deriva.

En concreto, el retroceso de casi cuatro puntos que el sondeo atribuye a la coalición Junts pel Sí, unido al leve descenso de la CUP, no sólo aleja al bloque soberanista de la mitad más uno de los votos –que tampoco alcanzó en los últimos comicios– sino que puede dejarlo también sin mayoría absoluta en la Cámara catalana. La proyección del sondeo, ajustada a la distribución territorial del voto del 27 de septiembre, apenas deja margen para una horquilla abierta. JxSí y la CUP sumarían 65 diputados (a tres de la mayoría absoluta), y la adjudicación del último diputado en cada provincia parece difícil de modificar (sin olvidar que en el caso de Barcelona el escaño número 85 correspondería precisamente a la coalición soberanista).

En cualquier caso, este hipotético retroceso del bloque independentista se inscribe justamente en una mayor dispersión del voto, que ya asomó en las últimas elecciones generales en Catalunya, el 20 de diciembre. Y esa dispersión se explica por la decadencia del voto útil y la búsqueda de ofertas electorales que coincidan en mayor medida con las preferencias ideológicas e identitarias de los distintos grupos de votantes. Es decir, el electorado rechaza escoger entre un menú cerrado y quiere elegir a la carta. De ahí que la pérdida de espacio electoral que registraría JxSí parezca tener como principal beneficiaria la franquicia catalana de Podemos, Catalunya Sí que es Pot.

De hecho, en el fondo de ese trasvase reside un conocido fenómeno: las coaliciones no siempre suman. Al contrario, la pérdida de ciertos perfiles ideológicos o identitarios que normalmente supone el pacto entre actores políticos diferentes conduce de manera inevitable a la fuga de algunos segmentos de votantes. Eso explicaría, por ejemplo, el avance de la CUP en los comicios del 27 de septiembre, con electores procedentes de Esquerra y CDC (coaligados en Junts pel Sí) o de ICV (en coalición con Podemos y el partido de Ada Colau).

Sin embargo, más de seis meses después, la dinámica de alianzas en el Parlament y la entrada en el Govern de los diversos componentes de Junts pel Sí han acentuado el desgaste de esta coalición y también de la CUP, como sujeto político imprescindible para la investidura del convergente Carles Puigdemont. En definitiva, una vez ha quedado atrás el énfasis plebiscitario de los comicios del 27-S, la ideología vuelve a pesar en las conductas de algunos electores que en las últimas autonómicas priorizaron el eje identitario en la definición de su voto. De ahí el retroceso de Junts pel Sí –una coalición soberanista percibida en su momento como una marca de centroizquierda–, pero también de Ciutadans, una oferta liberal que recibió mucho voto sociológico de izquierdas atraído por el inequívoco españolismo de Albert Rivera.

En cuanto al mix de Podemos, ICV y el partido de Ada Colau, exhibe dos activos con un gran potencial hipnótico en una Catalunya escorada al centroizquierda. El primero, un aire de renovación y ruptura frente a la desgastada y estática izquierda socialdemócrata del PSC. Y el segundo, una actitud sobre el conflicto territorial más en sintonía con una parte sustancial del antiguo electorado socialista: el que formaban, por un lado, las clases medias progresistas y autonomistas y, por otro, las nuevas generaciones de la inmigración procedente del resto de España que han asumido el discurso del catalanismo político. El crecimiento que los sondeos atribuyen a CSQP procedería ahora de aquellos independentistas tácticos, que votaron el 27-S a formaciones soberanistas con el objetivo de enviar un mensaje de protesta territorial ante el inmovilismo de Madrid.

La existencia de ese segmento de electores se aprecia en los sucesivos resultados y sondeos: mientras JxSí y la CUP sumaron casi el 48% de los votos en las hiperparticipativas elecciones de septiembre (y reunirían ahora poco más del 43%, según la encuesta del CEO), el porcentaje de ciudadanos que optarían por la independencia si tuvieran al alcance otras opciones (como el Estado federal) se reduce a poco más del 38%.

Este hipotético declive electoral del soberanismo introduce una significativa incertidumbre sobre su porvenir en las urnas. Sin más activos que ofrecer una hoja de ruta más simbólica que real hacia el Estado propio, el futuro del nacionalismo catalán puede mirarse en dos espejos: el de Escocia, donde la derrota en la consulta del 2014 ha impulsado electoralmente a los nacionalistas, o el de Quebec, donde la depresión soberanista tras el fracaso del último referéndum devolvió el poder a los federalistas del Partido Liberal y provocó incluso un cisma en el nacionalismo, con la aparición de un partido quebequés no independentista.


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano