La guerra estadounidense en Afganistán dejó en el último año un total de 11 mil bajas civiles. La cifra establece un nuevo récord, según reportes de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en ese país.
El número de muertos y heridos durante acciones de combate dirigidas por Estados Unidos, otras fuerzas que cuentan con el apoyo de la potencia americana, milicias talibanes y grupos insurgentes, aumentó casi un 5% a lo determinado en 2014, de acuerdo con la ONU.
El último informe responsabilizó a fuerzas del gobierno afgano por el 17% de las muertes, mientras que a EEUU y la OTAN por un 2% de ellas. Identificó, en tanto, a mil civiles cuyos fallecimientos no pueden ser atribuidos a ninguna de las partes de forma concluyente.
El sitio web WSW aporta una visión crítica de las estadísticas, afirmando que el reporte de la ONU hace suyas las afirmaciones del Ejército de EEUU, que desde siempre a apuntado al talibán como el principal culpable del derramamiento de sangre.
“En realidad, la responsabilidad de la catástrofe social cada vez más profunda en Afganistán descansa en el imperialismo americano, que ha fomentado y declarado guerras contra el pueblo afgano durante décadas”, indica Thomas Gaist.
Desde la invasión de 2011, las fuerzas estadounidenses han dirigido un continuo reinado del terror contra la población, considerando el asesinato de civiles como un “daño colateral” del conflicto.
El bombardeo a hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, ocurrido en octubre de 2015, es un ejemplo que deja en claro que este tipo de masacres, dirigida en contra de ciudadanos inocentes, obedece realmente a una técnica deliberada para intimidar a los adversarios del gobierno de Kabul instalado por EEUU, plantea Gaist.
El desastre propagado en el país se convierte ahora en un instrumento para “justificar una presencia extendida del Ejército de EEUU y la permanente ocupación” de Afganistán, alega.
A fines del año pasado, la Casa Blanca anunció un retraso en el retiro planificado de tropas de Afganistán, proyectando que 10 mil de ellas permanecería en el país al término del gobierno de Obama.
En estas circunstancias, “líderes militares hablan abiertamente de sus planes para mantener una fuerza de miles de combatientes en terreno, junto con los despliegues masivos de fuerzas especiales y una red de bases permanentes”, escriben desde WSW.
La determinación de continuar operando de Afganistán cumple una estrategia para contrarrestar la presencia en la región de Rusia y China, usando de cabeza de playa el gobierno títere de Kabul.
“Afganistán está en serios riesgos de un quiebre político durante 2016, ocasionado por desafíos políticos, económicos y de seguridad”, advirtió a inicios de febrero el director de Inteligencia Nacional James Clapper.
Para Thomas Gaist, la fragilidad del gobierno afgano, liderado por el presidente Ashrad Ghani, se debe a que no es más que una “mafia de drogas poco organizada, apuntalada por dinero del opio y dosis masivas de violencia militar estadounidense”.
Hasta hace poco, el régimen de Kabul era encabezado por Hamid Karzai, un hombre íntimamente relacionado con el traficante de drogas más avezado del país. El propio inspector especial del Departamento de Estado de EEUU, en un discurso reciente, caracterizó el régimen político de Afganistán como un “narco-estado».