Francia es objeto del odio más encarnado por parte del Estado Islámico. Sin embargo, en 2002 y 2003, cuando el conservador Jacques Chirac era presidente, Francia fue el país que lideró la estrechísima coalición que se opuso de manera férrea e irrenunciable a la segunda guerra de Irak lanzada por el ex presidente norteamericano George Bush con un montón de patrañas y mentiras sobre la supuesta presencia en Irak de armas de destrucción masiva. Las armas no existían, en cambio, aquella coalición que derrocó a Saddam Hussein hace 12 años terminó creando un auténtico brazo terrorista de destrucción masiva que hoy golpea dónde y cómo quiere: París, Túnez, Kuwait, Líbano, Turquía, Irak, Siria, Jordania, aviones, ciudades o trenes.
En junio de 2014, el mundo descubría la identidad de ese nuevo actor que es el Estado Islámico cuando el movimiento sunita tomó el control de la ciudad de Mosul. Desde entonces, sus éxitos militares en el terreno son proporcionales al fracaso de la coalición que pretendió desarticularlo. La caída de Mosul dio inmediatamente lugar a la proclamación de un califato que abarca amplias zonas de Irak y Siria. De allí nadie lo movió. El impacto de los crímenes cometidos por el Estado Islámico aceleró, bajo el mando de Estados Unidos, la creación de una supuesta “coalición internacional” compuesta por 15 países cuyo objetivo consistió en bombardear sus bases para debilitarlo. Más de un año después y pese a los partes que hablan de miles de bombardeos y objetivos destruidos, el Estado Islámico conserva intacto su poder de destrucción y desestabilización, dentro y fuera de Medio Oriente. Los desacuerdos estratégicos y políticos entre los aliados son tales que esa fuerza internacional se volvió víctima de sus propias contradicciones. Francia se aunó a la coalición que ataca las posiciones del Estado Islámico en Siria muy tardíamente, en 2015. En cambio, París sí se asoció a la coalición norteamericana formada en 2014 para bombardear blancos del EI en Irak. Los medios de esta doble operación llamada Chammal constan de 700 militares y de 12 aviones de caza. Pero el refuerzo de Francia y, luego, la ambigua pero real participación de Rusia en las ofensivas en Siria no trastornaron la solidez del grupo radical sunita. Los partes oficiales son exitosos, se habla de que el Estado Islámico fue “contenido”, “debilitado”, “degradado” sin que, en realidad, esas afirmaciones se vean en el terreno.
Persisten varios problemas: el operativo norteamericano Resolución Inherente frenó en parte la progresión del Estado Islámico en Irak, pero no lo desarticuló en Siria: en ese país, al contrario, el EI consolidó sus posiciones, sobre todo en las zonas rurales habitadas mayoritariamente por sunitas. En resumen, los dos “objetivos” declarados de Occidente, sus dos “enemigos”, el presidente sirio Bashar al Assad y el Estado Islámico, están más vivos, activos e influyentes que nunca. Peor aún, para muchas opiniones públicas de Medio Oriente, el Estado Islámico pasó de ser un mero grupo terrorista a encarnar un modelo nuevo y exitoso de resistencia islamista, en su vertiente sunita. Ni siquiera hay datos confiables de cuantos son: ¿30.000, 50.000? Los servicios secretos de las potencias adelantan cálculos dispares.
Las temáticas que atraviesan la existencia y la persistencia del Estado Islámico son complejas y sobrepasan en mucho los planteos de cierta izquierda –sobre todo latinoamericana– que reduce todo al espejo del colonialismo. Detrás de este rudo conflicto se mueve la rivalidad entre dos islam distintos, encarnados en dos potencias regionales en perpetua disputa: Arabia Saudita –sunita– e Irán –chiíta–. Si no se resuelve antes este antagonismo, el Estado Islámico seguirá prosperando. Ambos países llevan más 30 años encaramados en un antagonismo que nada redime (desde la instauración de la República Islámica, en 1979). Para los iraníes, el Estado Islámico desafía su autoridad en Irak y es su principal enemigo. Para los sauditas, ese enemigo es Irán. En ese juego se antepone también el reparto del poder dentro de Irak, hoy en manos de la mayoría chíita en demérito de la minoría sunnita que gobernó Irak a sangre y fuego durante los años en que Saddam Hussein estuvo en el poder (1979-2003). El Estado Islámico es, en este contexto, una extensión en Irak del antagonismo entre Arabia Saudita e Irán y, al mismo tiempo, una pieza que les sirve a los occidentales y a los sauditas –sus aliados– para debilitar el poder chiíta y, por consiguiente, la influencia iraní dentro de Irak. Y como si faltara un conflicto más, Teherán es hoy el principal apoyo del régimen sirio de Bashar al Assad, al cual Occidente combate. Por esta razón, las petromonarquías del Golfo Pérsico son los principales contribuyentes en fondos de la oposición siria. Para Arabia Saudita y sus aliados regionales, derribar a Bashar al Assad equivale a apagar el esplendor de Irán. El IE nace y crece en esas tierras de intereses cruzados y posiciones de doble filo.
Fuente Página 12