No deben confundirse con microestados, que son Estados soberanos reconocidos legítimamente; y son distintas a los Estados con reconocimiento limitado con una independencia de facto, que sí cuentan con algún tipo de reconocimiento internacional
Cuando ya no estás contento con el entorno que te rodea, no compartes las políticas ni modelos sociales del país en el que resides y al mismo tiempo estás decidido a imponer tu punto de vista sobre el de los demás para gobernar tu propio reino, no te preocupes, la solución es sencilla: únete al mundo post-utópico de las «micronaciones» y permite que tu ego se infle todo lo que pueda, así sea tan sólo en el dormitorio de tu casa.
Hoy, las autoproclamaciones están de moda en Latinoamérica. La más palpable se puede ver y sentir en Venezuela, donde un diputado se autoproclamó «presidente interino», tras contar con el aval de Estados Unidos y sus aliados. Se trata de un «presidente» sin gobierno, ni territorio, ni instituciones, con un presupuesto derivado de miles de millones de dólares robados al Estado venezolano y una cuenta en Twitter como órgano de comunicación.
No obstante, la idea no es para nada innovadora. De hecho, sus antecedentes se remontan al siglo XIX, específicamente a 1820, cuando el escocés Gregor MacGregor se autoproclamó “Cacique de Poyais” y engañó a varios inversionistas y colonos ingleses para estafarlos.
MacGregor logró atraer a estas personas a su nación ficticia, ubicada en la costa de Mosquitos, y al final los inversionistas y colonos terminaron dándose cuenta que se trataba de un pantano que no les serviría de nada.
Así se rememora el nacimiento de las micronaciones, algunas fundadas con fines malsanos y otras con verdadero interés político e ideológico.
De acuerdo con las investigaciones consultadas, algunos de estos “Estados” también nacieron como resultado de «errores» en tratados históricos, como por ejemplo el Principado de Seborga, una ciudad-estado en la región italiana de Liguria, cerca de la frontera sur con Francia, cuya historia comienza en la Edad Media.
También se hace mención como “micronaciones” al Reino de la Araucanía y la Patagonia o Reino de la Nueva Francia, creado el 17 de noviembre de 1860 por el francés Orélie Antoine de Tounens, quien se autoproclamó “Rey” en su intento de establecer un estado en territorio mapuche y tehuelche, justo en la frontera entre Argentina y Chile.
En aquel momento, De Tounens era un procurador del Tribunal de primera instancia de Périgueux, en Francia, y aseguraba que las regiones de la Araucanía y la Patagonia oriental no dependían de los estados vecinos, Argentina y Chile, por lo cual podían proclamarse independientes pero bajo su soberanía.
Dos años más tarde, De Tounens fue arrestado -el 5 de enero de 1862- por las autoridades chilenas, encarcelado y declarado “mentalmente insano” por un juicio del tribunal de Santiago, el 2 de septiembre de 1862.
Luego, el 28 de octubre de 1862 fue expulsado de regreso a Francia. De Tounens intentó regresar a su “Reino” en tres ocasiones para reclamar su trono, pero fue detenido en cada una de las oportunidades y expulsado. Tras su muerte, existe una línea sucesoria que pretende el trono.
¿Qué son las micronaciones? Muchas surgieron en el siglo XX
Entre 1960 y 1970 surgieron varios micronaciones. En 1967, sobre una plataforma militar abandonada de la II Guerra Mundial fue creado el Principado de Sealand, la primera en lograr cierto tipo de reconocimiento y que aún tiene vigencia.
Le seguiría la Isla de las Rosas, una plataforma de 400 metros cuadrados construida en 1968 en aguas internacionales de la ciudad italiana de Rímini, en el mar Adriático, que hasta imprimió sellos y declaró el esperanto como idioma oficial. Sin embargo, poco después de su formalización, la marina de guerra italiana la invadió y destruyó.
La República de Minerva fue otra micronación que se logró establecer en una isla artificial en los arrecifes de Minerva, al sur de Fiyi, en 1972. El territorio fue invadido por Tonga y terminó siendo anexado a ese país.
Además, en la historia de las micronaciones también existen las virtuales, algunas con sedes digitales y dominios de Internet, otras que sólo se encuentran en la mente de sus creadores e incluso algunas que tienen sus sedes en otros planetas y el espacio ultraterrestre.
Un ejemplo de micronación es el caso de la región separatista de Hutt River, que se declara independiente en 1970 luego que el australiano Leonard George Casley declaró su granja propiedad independiente, después de una disputa por cuotas de trigo con el Estado. De esa manera logra obtener cierta autonomía de Australia con base en recursos legales.
¿Cómo se sustenta una micronación?
La micronación es definida entonces como “un nuevo proyecto de país o un país modélico” que sostiene ser una nación o estado independiente, pero que carece del reconocimiento de los gobiernos mundiales u organismos internacionales.
Su estructura se fundamenta en el apoyo de pequeños grupos de personas, a veces por una pequeña familia, que se reconocen ciudadanos de esa micronación, con interés de ser reconocidos en el ámbito internacional y con algo de soberanía sobre su territorio físico.
De hecho, algunas micronaciones expenden instrumentos como pasaportes, sellos y moneda, y confieren títulos y premios.
Las micronaciones no deben confundirse con los microestados, que son Estados soberanos reconocidos legítimamente; y al mismo tiempo son distintas a los estados con reconocimiento limitado con una independencia de facto, que sí cuentan con algún tipo de reconocimiento internacional y relaciones diplomáticas con otros Estados soberanos.
Un dato importante es que el estudio académico de las micronaciones, microestados, y gobiernos alternativos es conocido como micropatrología; y el pasatiempo de establecer y operar micronaciones es conocida como micronacionalismo.
¿Cómo crear una micronación?
El motivo para crear una micronación puede ser cualquiera: un enfado, una forma de vida, diversión, estafa, locura, ideología, entre otros. Sin embargo, se deben tomar en cuenta algunos requerimientos del derecho internacional para que la declaratoria y constitución del Estado soberano tenga «algo» de base legal.
Ahí aparece el tratado de la Convención de Montevideo sobre derechos y deberes de los Estados, el cual establece un criterio para la definición de estado en su artículo 1: «El Estado como persona de Derecho Internacional debe reunir los siguientes requisitos: población permanente, territorio determinado, gobierno y capacidad de entrar en relaciones con los demás estados».
Muchas de las micronaciones, su gran mayoría, logran reunir las tres primeras características de un Estado Nación, pero el cuarto requisito es el que casi siempre les hace falta, razón por la cual terminan siendo una especie de “sueños” de Estado o “ilusiones” de Estado.
Sin embargo, el primer párrafo del artículo 3 de la Convención de Montevideo explícitamente dice: “La existencia política del Estado es independiente de su reconocimiento por los demás Estados”.
Entonces, según la teoría declaratoria, el estatus de Estado se adquiere por los hechos sin necesidad de reconocimiento por parte de los Estados preexistentes, de modo que el reconocimiento de un Estado emergente por el resto de Estados es un mero acto simbólico («declaratorio») de reconocimiento de que el nuevo Estado ha satisfecho los criterios del estatus de Estado.
Sin embargo, en cuanto a la práctica internacional, los criterios de reconocimiento finalmente dependerán del interés político, económico, social y estratégica común de los países con el Estado emergente. Además, el Estado naciente deberá cumplir derechos y obligaciones con el resto de Estados preexistentes y bajo normas legales internacionales, como no usar la fuerza para crear nuevos Estados o extender el territorio de un Estado y tener acceso a la comunidad internacional a través de organizaciones regionales e internacionales, convenios multilaterales y asociaciones intergubernamentales.
Con estas premisas, las micronaciones tratan de adoptar los rasgos identificativos de la estatalidad para asemejarse a los Estados soberanos. Así, tienen pocos habitantes y reclaman un territorio reducido, aunque sea el jardín de su casa, crean instituciones de gobierno en miniatura e instituyen parafernalia simbólica que les permita asemejarlos a los Estados soberanos como disponer de bandera, himno, moneda y sellos postales, e incluso emitir pasaportes, redactar una constitución o buscar alguna forma de reconocimiento.
La era digital
Como el reconocimiento de los Estados a las micronaciones es prácticamente nulo, muchas de ellas han aprovechado la globalización en Internet para darse a conocer y mostrarse ante el mundo.
De hecho, la plataforma digital le ha permitido a las micronaciones pasar de ser simples curiosidades a ser objeto de estudio. Algunos gobernantes de esos proyectos utilizan la red para promover el turismo, que en muchas ocasiones es su principal fuente de ingresos.
Así es como un gran número de micronaciones territoriales al viejo estilo, incluyendo la provincia de Hutt River y también Sealand, mantienen sitios web que sirven en gran parte para dar a conocer sus reclamaciones y promocionarse. Estas dos mencionadas anteriormente son micronaciones que reclaman su derecho a obtener estatus de Estado en otras entidades internacionales, y no meras cibernaciones o países creados solo en Internet.
La era digital también originó la aparición de las micronaciones virtuales, entidades que solo existen en Internet y que no poseen territorio físico. Se trata más como un hobby y no como asuntos más serios.
Todo este movimiento ha llamado la atención académica, literaria y de los medios.
¿Soberanía personal plena o ego magnificado?
El articulista español Iván de la Nuez escribió el 20 de abril de 2017 un artículo de opinión titulado «Reino de Redonda First». Allí describe a las micronaciones como una especie de modelo ideado para conseguir la soberanía personal plena, es decir, el mayor placer de vivir la vida en torno a su propio ego magnificado en «nación».
Agrega de la Nuez una breve reseña del libro «Atlas de las micronaciones», escrito por Graziano Graziani, que busca mostrar con un estudio serio el fenómeno de esta representación del ego en su máxima plenitud.
A continuación, el artículo de Iván de la Nuez:
«En estos tiempos post-utópicos, llama la atención la persistencia de medio centenar de micronaciones que se han plantado en el mundo, con bandera e idioma incluidos. Y cuando crecen tantos nacionalismos sin Estado, sorprenden estos micropaíses que pueden acreditar territorio y gobierno. Demarcaciones que no aluden a la Utopía (de Moro) ni a la Ciudad del Sol (de Campanella), pero que tampoco guardan demasiado correlato con Catalunya, Escocia o el Brexit, pongamos por caso. Pequeñas jurisdicciones con su historia y su cultura, aunque no demasiado patriotismo, en las que queda resuelta sin complejos la mezcla de realidad y ficción que trae aparejado cualquier ensamblaje nacional.
Esto es lo que recoge el Atles de micronacions, de Graziano Graziani, libro que no se comporta como una fantasía utópica ni como la teoría de una aspiración política, sino como una agenda concreta con los datos precisos de estos emplazamientos. Da lo mismo si se trata de la Republica Roja de Caulònia –situada en la península itálica y donde se habla calabrés o italiano- o de la República de Kalakuta –ubicada en Nigeria y con el inglés como lengua oficial. Del Principado de Sealand –batido por el Mar del Norte- o del Reino de Redonda –bañado por el Mar Caribe.
En algún caso, el estatuto microscópico no se refiere a un problema de tamaño -algunas de estas naciones pueden abarcar toda California o parte de la Patagonia-, sino a su nula importancia en el orden mundial.
De las utopías, asumen la imaginación y una cierta filiación monárquica (reyes y príncipes no faltan en su modelo político), pero también un punto libertario propio de aquellos que han plantado sus tiendas a un costado del mundo. Las micronaciones recogidas por Graziani han sido alentadas por la literatura y, al mismo tiempo, por la política y el fraude. Las impulsa un afán justiciero y a la vez un impulso pirata. Así pues, resulta difícil encuadrarlas en el regionalismo –nada que ver con algo parecido al ALBA o la Europa de las regiones- o en las patrias virtuales tan al uso en Internet. Más bien, parecen encaminarse a un sueño de soberanía personal plena, sólo asumible desde el estatuto improbable de “individuos-estado”. En cualquier caso, estos países no han sido reconocidos nunca y su amenaza, si la hubiera, sólo acecharía a nuestros estados mentales.
Suelen ser multilingües y lo mismo pueden ofrecer la ciudadanía de honor a Saddam Hussein (como ocurre en el Territorio Libre de Mapsulon) que erigirse en honor de Frank Zappa (como sucede en Uzupis). También implican a espacios reales que podemos visitar en países concretos, tal cual la ciudad Libre de Christiania, en Copenhague.
De Dinamarca, precisamente, nos ha llegado hace poco una noticia curiosa que tiene alguna relación con todo este asunto. Resulta que sus políticos se han percatado de que hay empresas con más poder que muchos Estados. Así que han decidido nombrar embajadas virtuales ante esas corporaciones con un producto interior bruto y una influencia global mayor que decenas de países. Puede esperarse que la medida cunda, y que pronto veamos a nuestros embajadores presentando sus cartas credenciales ante las plenipotenciarias repúblicas de Ikea, Google, Facebook o Twitter.
Siguiendo ese ejemplo de Dinamarca, no estaría mal pensado que también se nombraran embajadores en algunas de las micronaciones comentadas antes. A fin de cuentas, con los políticos que tenemos, discutir los problemas del mundo con Coetzee o Alice Munro sólo puede traernos ventajas».
Las 10 micronaciones más excéntricas y curiosas del mundo
Un trabajo publicado por Actualidad RT en 2015 hace mención a 10 micronaciones que existen actualmente y califican como las “más excéntricas y curiosas del mundo”.
En ese despacho se resalta que, para la fecha, ya existían alrededor del planeta unas 400 micronaciones, la gran mayoría de ellas sin contar con el reconocimiento oficial de otros gobiernos.
Akhzivland
Situada cerca de la frontera líbano-israelí en la costa mediterránea, fue fundada por Eli Avivi en 1971, después de una disputa con el Gobierno israelí que quería utilizar el territorio como base militar. Akhzivland se compone de «una casa, un par de cabañas improvisadas y un perro perdido o dos». Avivi fue elegido «democráticamente»; él era el único elector, informa The Independent.
República Glaciar
Está formada por activistas de la ONG ambientalista Greenpeace que residen en los altos Andes, en una franja de tierra de nadie situada entre la frontera argentino-chilena. Esta micronación surgió en 2014 como parte de una campaña contra las corporaciones mineras que contaminaban el medioambiente de la zona. Posee la capacidad de emitir sus propios pasaportes.
Liberland
En abril del 2015, el político euroescéptico checo Vit Jedlicka, junto con otros dos libertarios, declaró un pequeño territorio de tan solo siete kilómetros cuadrados, situado entre Serbia y Croacia, como Estado soberano. Jedlicka asegura que «se podría convertir en un nuevo Mónaco, Liechtenstein o Hong Kong». Más de 160.000 personas han solicitado la ciudadanía de esta micronación.
Reino de Sudán del Norte
Esta compuesto por una pequeña franja de árido desierto situada entre Egipto y Sudán. Fue reivindicado por el estadounidense Jeremiah Heaton, quien quería cumplir el deseo de su hija de 6 años de convertirse en una princesa en la vida real. Los derechos sobre una película acerca de esta micronación fundada en 2014 fueron comprados por Disney en abril de este año.
Molossia
Establecida originalmente como un proyecto infantil en 1977, Molossia, situada cerca de Dayton (en Nevada, Estados Unidos), subsecuentemente evolucionó como entidad territorial al final de la década de 1990. Fue fundada por Kevin Baugh, quien afirma que la micronación posee su propia marina, programa espacial, ferrocarril, servicio postal y banco central. También declara estar en guerra con Alemania del Este (la extinta República Democrática de Alemania).
Whangamomona
Fue fundada en 1989 como protesta ante los cambios fronterizos en los distritos locales de Nueva Zelanda, que establecían que la ciudad de Whangamomona quedaba incorporada a la región neozelandesa de Manawatu-Wanganui. Actualmente, es un lugar convertido en atracción turística y entre sus expresidentes figura una cabra.
Imperio de Copeman
Fundado por Nicolás Copeman, «un parado (desocupado) de 25 años que vivía con sus padres». Se trata de una caravana de cuatro amarres en Sheringham (Norfolk, Reino Unido) que puede ser distinguida por su estampilla que dice ‘Monarch on Board’ (‘monarca a bordo’). Además de escribir un libro, Nicolás ha cambiado su nombre por el de SM el Rey Nicolás I.
Wallachia
Es una pequeña región montañosa (del tamaño de Luxemburgo) situada al sureste de la República Checa. Fue fundada en 1997 como una «broma elaborada» para atraer turismo a la región. La estabilidad del lugar se vio empañada por una agria polémica cuando el rey Boleslav –el comediante checo Bolek Polivka– tuvo una fuerte disputa con su ministro de Relaciones Exteriores –el fundador de la micronación Tomas Harabis- sobre las ganancias de su floreciente industria turística, lo cual desembocó en un juicio.
Imperio de Austenasia
Fue fundado en 2008 por Terry Austen y su hijo Jonathan, quienes se autodenominaron emperador y primer ministro, respectivamente. Austenasia reclamó la independencia de Sutton, al sur de Londres (Reino Unido), y ahora dispone de más de una docena de pueblos y territorios alrededor del mundo, en lugares tan distantes y dispares como Australia y la República de Argelia.
Sealand
Esta micronación fue fundada en 1975 por el ciudadano británico Paddy Roy Bates. Su hijo, Michael Bates, creció allí, a siete millas náuticas de la costa de Inglaterra, en una plataforma de 550 metros cuadrados construida por la Marina Real británica en 1942 en el mar del Norte.
Debido a que su forma de gobierno es una monarquía constitucional hereditaria, Michael Bates es ahora el príncipe de esta micronación, que tiene entre 20 y 30 ciudadanos como población.