«Soy de Camerún, me escapé de mi país porque mi marido me pegaba. Me pegaba porque no podía tener hijos», cuenta Josefa (no Josephine como la habían nombrado en principio algunas agencias) con un hilo de voz en un francés dulce. Se toca la tripa. “No podía tener hijos”, repite. Es de cuerpo robusto y manos pequeñas aún arrugadas por haber pasado toda la noche en el agua.
«Apenas consigue hablar, tiene dos ojeras profundas que le excavan los ojos, sus pupilas son de un negro intenso. Levanta el brazo para saludarme, luego me aprieta la mano. Sigue fría, parece que tuviera escalofríos», relata Giovanna Scaccabarozzi, la doctora italiana de la ONG Open Arms que se ocupa de ella y dice que ya está ya fuera de peligro, aunque sigue bajo shock. Tiembla, no consigue tranquilizarse, parece cansadísima.
“Hemos estado en el mar dos días y dos noches”, cuenta Josefa. No recuerda desde donde zarparon ni sabe dónde están sus compañeros de viaje. “Llegaron unos policías libios”, dice, “y se pusieron a pegarnos”.
No recuerda nada de lo que pasó después y tiene un único temor. No quiere que le lleven a Libia. “Pas Libye, pas Libye”, repite como rezando, una letanía susurrada con un hilo de voz. “Pas Libye”. Para tranquilizarla los voluntarios le dicen que ahora está a salvo, que pronto llegará a Europa.
Una hora mas y también hubiese muerto
La doctora Scaccabarozzi afirma respecto a la condición de Josefa: “Si hubiéramos tardado algunas horas más, hubiese muerto también ella». Agrega sobre su paciente: “Tiene una fuerza increíble que le ha permitido recuperar rápido».
Junto a Marina Buzzetti, Scaccabarozzi forma parte del equipo médico a bordo del Open Arms. A las dos doctoras les ha tocado la tarea de hacer el informe de los dos cadáveres recuperados. Uno es de un niño que tiene edad de entre tres y cinco años. “El niño estaba totalmente desnudo, no sabemos si tenía algún vínculo familiar con las dos mujeres”, cuenta Scaccabarozzi.
“Murió de hipotermia poco antes de que llegáramos”, confirma el médico. Esta es la noticia más dura de aceptar para todo el equipo de voluntarios que lleva años dedicando sus vacaciones y sus momentos libres de trabajo para socorrer a quien corre el peligro de perder la vida en medio del mar. “Llegar tan solo una hora antes podría haber bastado” y ser conscientes de ello atormenta a los voluntarios.
El barco Open Arms solicita que dejen desembarcar a Josefa y los cuerpos del niño y de la mujer sin nombre. “Hemos tenido que llamar a España, nuestro Estado de bandera, luego a los libios, luego a los italianos”, explica Marc Reig, comandante del Open Arms. Todo está bloqueado debido a una serie de discusiones y de rebotes infinitos. Las mismas discusiones y los mismos retrasos que decretaron la muerte de un niño sin nombre que ahora yace en un saco blanco en la proa.
Scaccabarozzi pasa ahora un trapo mojado por la frente de Josefa, que susurra “Merci” (Gracias). Luego levanta el brazo y la saluda como una niña el primer día de escuela. En el brazo de Josefa hay marcas de una quemadura. No me atrevo a preguntarle quién o qué se la produjo relata la médico. Dice que le duele todo por todas partes.
Es la tragedia cotidiana que pasa frente a la Europa, cuyos gobiernos les encanta dar cátedras de derechos humanos al resto del mundo.
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