En su origen, el género pretendía ofrecer una lección moral, desprovista de ánimo agresivo. Así lo ejercieron Epicteto, Cicerón y Séneca, cuyas denuncias no se dejaban tocar por las injurias.
Cristiano Ronaldo recibe insultos en todos los estadios que visita. ¿Es posible asestarle una diatriba filosófica? Criticar a quien ha ganado el Balón de Oro con dos equipos diferentes resulta fascinante porque es fácil errar el tiro. Su aspecto, su salario y su carácter pueden nublar la razón y elevar la bilirrubina. Tanto él como su novia rusa se han encargado de recordarnos que su apostura causa envidia.
Estamos ante un caso de narcisismo altamente productivo. Cuando se dispone a cobrar un tiro libre, el delantero da pasos con teatral escuela. Así sabemos que prepara algo inaudito. Luego se detiene con las piernas abiertas en compás, como una estatua de sí mismo, en una pose que se le olvidó ensayar a Apolo. ¿Sirve esto para chutar mejor? Desde luego: Narciso se concentra llamando la atención.
El apodo de CR7 sugiere que estamos ante alguien ajeno a la condición humana: un cyborg o un arcángel, una criatura que se depila de modo diferente.
Sus gestos pueden ser chocantes, pero eso importa poco. En la cultura de masas, la vanidad funciona. Si Mick Jagger fuera humilde, los Stones tocarían en un garaje.
Quienes han tratado de cerca a Cristiano aseguran que se trata de un ser compasivo y algo ingenuo, cuyo único interés es el juego. La verdad sea dicha, poco importa que se adore en el espejo o dedique su tiempo libre a acariciar cachorros. Juzguemos al personaje por sus aventuras en el césped.
Ningún futbolista contemporáneo tiene el mismo potencial atlético. La televisión es esclava de la pelota y solo muestra una zona del partido. Esto nos priva de ver los largos recorridos que algunos jugadores hacen para desmarcarse o recuperar balones. Cristiano corre con sostenida velocidad, aquilatando los consejos que Usain Bolt le dio en Inglaterra. Su potencia para rematar al arco de pierna o de cabeza recuerda a Batistuta o Bierhoff. Además, corre con el balón dominado y hace una pausa repentina, demostrándole a su perseguidor que las consecuencias del regate están en el ortopedista.
Todo esto lo convierte en lo que la lengua alemana, tan afecta a la exactitud, denomina un Kraftpaket, un paquete de fuerza. Juzgado con criterio olímpico, CR7 merece medalla de oro. Pero el fútbol es mucho más que un deporte. Su grandeza está más allá de la condición física: la picardía no se obtiene en un gimnasio.
El fútbol es el arte que perfeccionaron los pies torcidos de Garrincha, la baja estatura de Lionel Messi, el sobrepeso de Ronaldo, la mala vista de Tostao, la inmovilidad de Dino Zoff. Sus grandes virtudes escapan a todo sistema de medida. ¿Cómo cuantificar las fintas, la intuición, el pase al hueco, la sangre fría, la colocación, la certeza de lo que hará el otro?
Cristiano entiende el fútbol como un deporte de alto rendimiento donde los récords personales sustituyen al embrujo. Incapaz de identificarse con jugador alguno, se refleja en el objeto del deseo, el balón. Cruyff enseñó que lo que se debe mover en un partido es la pelota. CR7 trata de revertir esta certeza para ser más visto y codiciado que el esférico.
Olvida que participa en una de las más extrañas variantes de la vida en común. En un mundo donde las familias son disfuncionales y las juntas de vecinos revelan la rareza de nuestros congéneres, el fútbol propone la convivencia donde hay once jugadores.
Cristiano participa como un entenado de prestigio. Se ha vuelto famoso por no celebrar los goles en los que no interviene. Sus logros individuales están por encima del grupo. No en balde sus compañeros del Real Madrid lo rebautizaron como “Ansias”. Su sed de triunfo comienza y acaba en sí mismo.
En la temporada 2011-2012 fue nominado al Balón de Oro. Florentino Pérez no asistió al acto en Montecarlo. En cambio, ahí estaba Sandro Rosell, presidente del Barcelona. El trofeo se lo llevó Messi. Cristiano se sintió menospreciado. En su siguiente partido, contra el Granada, anotó dos goles y no los festejó. Cuando le preguntaron por qué había mostrado esa apatía, dijo estar triste “por razones profesionales”.
Un futbolista estelar gana millones de euros. Una parte de esa fortuna está destinada a garantizar su felicidad pública: ha sido contratado para transmitir alegría. Anotar y poner cara de “huele a podrido” es tan anticlimático como insultar al público al recibir una ovación. Todo mundo tiene derecho a deprimirse, pero Cristiano lo hizo como una afrenta laboral. No se preocupaba por una derrota de su club, sino porque la Uefa y su presidente no lo valoraban como quería.
Al llegar al Real Madrid, el entrenador más sibilino de todos los tiempos, José Mourinho, armó un equipo en el que privilegiaba a los jugadores representados por su agente, José Mendes. Nunca un promotor ha tenido tanto peso dentro de una entidad deportiva. Para perfeccionar la tensión entre sus jugadores y reforzar su autoridad a través del miedo, cada cierto tiempo Mou el Terrible criticaba en público a sus favoritos o los dejaba fuera de la alineación. Cuando el turno de maltrato le llegó a Cristiano, el portugués pateó los muebles del vestuario. Sergio Ramos e Iker Casillas le ofrecieron su apoyo. Los capitanes del equipo habían tenido el valor de enfrentarse al tirano. ¿Qué hizo el Apolo de Chamartín? Habló con su agente y le pidió que lo defendiera ante Mourinho. Mendes negoció protección y el asunto quedó resuelto (para Cristiano, no para el grupo).
Cuando Marcelo se negó a firmar con Mendes, argumentando que su representante era como alguien de su familia, Cristiano le retiró la amistad que hasta entonces le profesaba y celebró en la prensa la costosa contratación de Coentrão, el peor jugador del Mourinhato, que competiría con Marcelo.
Los intereses de CR7 rara vez tienen una condición gregaria. Dependiendo del entrenador, esto se mitiga o empeora. Quien desee conocer más detalles de la negra historia de Mourinho en el equipo blanco puede consultar Prepárense para perder, de Diego Torres.
El “Ansias” es un portento individualista y favorece estrategias ajenas al juego de conjunto. El peligro que genera en descolgadas o jugadas de táctica fija permite prescindir del dominio del balón. Como los superhéroes, gana la guerra solo.
En 2014 recibió su segundo Balón de Oro y sorprendió al planeta con lágrimas de gratitud. El gesto lo humanizó, pero se conmovía por un logro personal.
Cuando Eric Cantona escogió como la mejor jugada de su vida un pase de gol, enfatizaba la relación con los demás. Incluso los prodigios más caprichosos requieren de los otros. La carrera de Maradona en el Mundial de México, sorteando súbditos de la Corona inglesa, fue posible porque a su lado corría un eminente fantasma, Jorge Valdano, que en algún momento podía recibir la pelota y debía ser marcado.
Criticar la apariencia, el carácter, el club o el dinero de Cristiano es una forma vulgar de la diatriba. El formidable atleta portugués nos desafía a lograr un modo más complejo del repudio. Llegamos a un punto decisivo: ningún futbolista mejora en su compañía. Egoísta en grado sumo, ignora la noción de dupla. Careca se superó con Maradona y Rivelino, con Pelé. “Clodoaldo, rima de Everaldo”, escribió Vinicius de Moraes, subrayando el valor asociativo del juego.
El perfeccionamiento físico de Cristiano refleja su soledad en el campo. Los grandes hechiceros tienen cómplices y les sacan provecho a sus defectos.
La Estatua de la Libertad muestra los versos de Emma Lazarus para darle bienvenida a gente sin otro capital que su esperanza:
Dadme a los que están cansados, los que son pobres,
Vuestras masas amontonadas sedientas de aire puro,
Los desechos miserables de vuestra tierra superpoblada,
Enviadme a esos sin patria que la tormenta tambalea,
Yo levanto mi antorcha junto a la puerta de oro…
Los egresados de los potreros donde bota el balón no son muy distintos. Democrático en grado extremo, el fútbol se inventó para superar la tiranía atlética y darles una oportunidad a los que patean descalzos y superan sus limitaciones con ingenio.
Los parias que colonizaron esa tierra se llaman Maradona, Di Stéfano, Puskás, Cruyff, Pelé… Ninguno de esos extravagantes dependió de su fuerza o su velocidad y todos hicieron mejores a los suyos.
En un oficio que autoriza a ejercer la magia, Cristiano Ronaldo solamente practica un deporte.
Por Juan Villoro
Texto publicado en la Revista SOHO
Ilustrador: Jorge Restrepo