Taiwan, la pequeña isla del Pacífico ubicada a 180 kilómetros al este de China, ha realizado interesantes esfuerzos por reaprovechar los desechos que genera su población, labor que la ha convertido en líder mundial del reciclaje.
Recientemente la nación insular dio a conocer un nuevo intento por estimular el reciclaje entre sus habitantes. En su capital, Taipéi, se instalaron y estrenaron unas máquinas llamadas “casetas iTrash” para reciclar latas y botellas a cambio de crédito para las tarjetas de transporte de los habitantes de esa urbe.
La iniciativa tiene como objetivo promover el reciclaje y darles a los habitantes mayor flexibilidad para deshacerse de la basura de su hogar, señaló una nota informativa de la agencia AP.
Las casetas son del tamaño de una máquina expendedora y comprimen automáticamente los desechos y contienen los olores, además de depositar los pagos en las tarjetas y emitir recibos. Cada una de las cabinas puede recolectar hasta 200 kilogramos (440 libras) de latas y botellas y hay planes para instalar 10.000 unidades en la ciudad de 2,67 millones de habitantes.
Hasta el momento, la gente ha reaccionado de manera positiva, afirmó el comisionado de Información y Tecnología del gobierno de la ciudad, Lee Wei-bin. “Las personas pueden controlar su horario en su totalidad y ya no deben preocuparse sobre guardar la basura en su casa”, dijo Lee.
La instalación de las máquinas recicladoras es solo una de las tantas iniciativas puestas en marcha por Taiwan, para controlar el grave problema de generación de desechos sólidos que vive desde que pasó de la economía basada en la agricultura a la industrialización.
Con poco espacio para rellenos sanitarios y opciones de incineración limitadas, Taiwán ha requerido durante décadas de una separación estricta de papel, plástico metal y desechos de alimentos.
Al dejar atrás una economía de subsistencia basada en la agricultura y emprender el camino hacia el desarrollo industrial en los años 60, el país comenzó a experimentar una nueva realidad: la basura se acumulaba en las calles sin control y los residuos tóxicos que provenían de las industrias ennegrecían cada vez más el territorio , señaló un informe del diario El País.
Para frenar esta situación, el Gobierno puso en marcha una solución rápida aunque no demasiado efectiva: las plantas incineradoras fueron las encargadas de eliminar estos desperdicios, pero la quema emitió una gran cantidad de gases tóxicos a la atmósfera.
Ante aquel desastre ecológico, surgieron propuestas tan interesantes como Homemakers United Foundation, una asociación preocupada por el medioambiente puesta en marcha por un grupo de amas de casa de Taipéi.
En 1987, cansadas de que el Gobierno no actuase ante la situación desesperada que vivía el país, contactaron con la Agencia de Protección del Medioambiente de Taiwan (EPA) para pedirle que aprobase un sistema de reciclaje.
Los comienzos no fueron sencillos: la organización tuvo que enfrentarse con el machismo ( la propuesta venía de un grupo de mujeres) de las instituciones, pero su perseverancia logró demostrarles que era posible reciclar el 40% de los residuos municipales y que otro 35% se podría emplear como fertilizantes, recuerda la ONG China Dialogue.
Pronto estas medidas dieron los resultados esperados: en 2012, los 23 millones y medio de ciudadanos taiwaneses lograron una tasa de reciclaje de 54% (en Taipéi era de 67%); un dato que resulta aún más admirable si se compara con el 5% que se había obtenido 14 años antes.
Uno de los principales aciertos de la EPA fue imponer unas tasas sobre la basura general que vierte cada ciudadano. De esta forma, no solo se conciencia acerca de la necesidad de reciclar, sino que además se anima a que las personas generen los mínimos desechos posibles, porque estos después acabarán incinerados en los vertederos. Las bolsas de plástico azules destinadas a este tipo de sobras se pagan con un recargo que va desde los 2 céntimos hasta un poco más de 1 euro, dependiendo de su tamaño.
El resto de la basura debe separarse de manera meticulosa: la comida cruda en una bolsa y la cocinada en otra. El motivo es que la primera se usará para elaborar fertilizantes y la segunda hará de alimento de los cerdos y otros animales de granja.
Los plásticos y el papel también se clasifican. Nadie se libra: en algunas áreas hay cámaras que vigilan que todos los vecinos reciclen correctamente. Y si no lo hacen, se enfrentan a sanciones de 200 euros. “Para hacer que la ley se cumpla, tienes que conseguir que esta sea efectiva para la gente. Necesitas incentivos y también castigos”, comentó Wu Sheng-chung, director general del departamento de tratamiento de desechos de la EPA.
Gracias a esta propuesta, la cantidad de basura que cada persona genera al día se ha desplomado desde poco más de 1 kilo hasta unos 400 gramos en solo seis años.
Por si fuera poco, en Taiwán sacar la basura se ha convertido en una actividad casi festiva: los camiones amarillos recorren las calles varias veces a la semana con música de Beethoven, y el grupo de performances Prototype Paradise ha acompañado en alguna ocasión a los trabajadores por Taipéi, para hacer del reciclaje algo más ameno.
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