Alemania se encuentra en alerta frente a una masacre con sello racista y supremacista que demuestra que el peligro del terrorismo de ultraderecha está creciendo en Europa, Norteamérica y Oceanía.
Tobias Rathjen, de 43 años, perpetró dos tiroteos consecutivos en dos bares de la ciudad alemana de Hanau, estado de Hesse, situada a unos 20 kilómetros al este de Frankfurt, en los cuales asesinó a nueve personas. Luego regresó a su casa, le quitó la vida a su madre y se suicidó.
La Fiscalía Federal alemana clasificó al caso como un acto violencia terrorista, con graves indicios de motivación racista, tomando en consideración una carta y un video que el asesino colgó en sus redes sociales con mensajes propios de la extrema derecha.
La llamada masacre de Hanau no es un hecho aislado, las cifras demuestran que el terrorismo de extrema derecha vivr en auge y los expertos consideran que se trata de una epidemia.
Los ataques ultras se han incrementado 320 % en los últimos cinco años en Europa, América del Norte y Oceanía, y además, cada vez son más letales.
En 2017 se cobraron 17 vidas, en 2018 fueron 26 y el año pasado se dispararon a 77 víctimas, tal y como revela el índice de terrorismo global que elabora el Instituto de Economía y Paz (IEP, por su sigla en inglés).
“El terrorismo es un instrumento político que la extrema derecha lleva utilizando desde hace décadas en Occidente. Sin embargo, tenemos una tendencia a tratar este tipo de atentados como casos aislados y no como una campaña en curso”, advirtió Daniel Poohl, director de la revista sueca Expo.
Según Poohl, Occidente debe abrir los ojos: “Estamos ante una epidemia de terrorismo de extrema derecha. No va a parar”, alertó.
Anders Breivik, el precursor de la violencia
El auge de las agresiones inició con Anders Breivik, el ultra noruego, que el 22 de julio de 2011, hizo detonar un coche bomba en Regjeringskvartalet, el distrito de las oficinas gubernamentales en Oslo, afectando varios edificios y desatando el fuego en el Ministerio de Petróleo y Energía.
Después, se dirigió hacia el norte, donde los jóvenes del Partido Laborista Noruego realizaban su encuentro anual. Se presentó con uniforme de oficial de la policía y pidió que los presentes se congregaran para advertirles de unas medidas de seguridad especiales en prevención de un atentado terrorista. Cuando los jóvenes comenzaron a juntarse en una explanada del edificio principal, Breivik comenzó a dispararles con un rifle de asalto y una pistola.
El noruego asesinó a decenas de personas y otros murieron ahogados o cayeron por un barranco al intentar escapar. En total fueron 77 las víctimas, la gran mayoría adolescentes.
Antes de perpetrar los atentados, Breivik colgó en Internet un documento titulado “2083: Una Declaración de Independencia Europea”, en el que se pronunció contra “el marxismo cultural y la inmigración musulmana”.
El ultraderechista estaba convencido de que su acción despertaría a los europeos a rebelarse contra “los males del multiculturalismo”.
En el juicio confesó que atacó a los jóvenes del Partido Laborista como “venganza” por “el abrazo del gobierno noruego a los inmigrantes musulmanes” y por aceptar “culturas ajenas al sentir noruego y europeo en general”.
Breivik es descrito por el experto francés en terrorismo Jean-Pierre Filiu como el “precursor y referente de esta nueva ola de violencia”.
De acuerdo con Filiu, el patrón Breivik se ha ido repitiendo: un terrorista que actúa en solitario y que deja un manifiesto –en forma de carta o vídeo– donde desgrana sus motivaciones y su visión del mundo.
De hecho, Breivik es nombrado en los foros ultraderechistas como “el santo” o “el comandante”, y su manifiesto alimenta a los supremacistas de todo el mundo.
“Breivik se convirtió en algo potencialmente más peligroso: un símbolo, héroe y mártir para individuos y grupos que caen bajo la amplia carpa de la ideología neonazi y la supremacía blanca, particularmente aquellos que abogan por el uso de la violencia contra inmigrantes, musulmanes, judíos y cualquier político que se considere que tiene inclinaciones liberales o que adopta el multiculturalismo o la tolerancia de otras razas, religiones y sectas”, indicó el periodista Gustavo Sierra.
Bajo la influencia del manifiesto
La influencia de Anders Breivik es visible en el caso de Brenton Tarrant, autor de la masacre antimusulmana registrada el 15 de marzo de 2019 en la mezquita Al Noor y la mezquita de Linwood, en la ciudad neozelandesa de Christchurch, que dejó 49 muertos.
Tal y como hizo Breivik, el australiano Tarrant dejó un manifiesto de 78 páginas titulado “El Gran Reemplazo”, en el que alertó sobre una conspiración para perpetrar un “genocidio blanco” mediante la inmigración musulmana.
En el texto rindió homenaje a una serie de terroristas de ultraderecha, incluido el estadounidense Dylann Roof, el italiano Luca Traini, el sueco Anton Lundin Pettersson y el británico Darren Osborne.
Sin embargo, colocó a Breivik en una categoría superior, como un símbolo, un héroe para ser venerado, quien a través de sus acciones se había mostrado dispuesto a “tomar una posición y acción concreta contra el genocidio étnico y cultural, por lo que era su verdadera inspiración” para lanzar el ataque.
Los ataques en Estados Unidos
El argumento del genocidio blanco también fue empleado por John Earnest, quien el 27 de abril de 2019, atacó una sinagoga en California, matando a una mujer e hiriendo a tres personas, incluyendo a un rabino. Earnest, en vez de ir contra los musulmanes, culpó a los judíos.
El 3 de agosto de 2019, antes de perpetrar una masacre que dejó 22 personas asesinadas en un almacén de El Paso Texas, Patrick Crusius colgó un manifiesto en la red en el que afirmó estar combatiendo “la invasión hispánica” de esa ciudad estadounidense.
Asimismo, Tobias Rathjen, el asesino de Hanau, también dejó un “mensaje al pueblo alemán”, en el que denunció la presencia en su país de “grupos étnicos, razas o culturas en nuestro medio destructivas en todos los sentidos”.
“Son lobos solitarios en cuanto su modus operandi –no tienen ninguna organización detrás, ni han recibido entrenamiento o armas– pero es evidente que comparten referencias y se sienten parte de un movimiento global, aunque sea una nebulosa conspiranoica y racista”, indicó la periodista Gemma Saura en un artículo publicado por La Vanguardia.
Terrorismo al servicio de la extrema derecha
El analista Daniel Poohl planteó que el terrorismo es un instrumento que está al servicio de una ideología política en concreto: la ultraderecha.
“La ultraderecha abomina la sociedad multicultural. Si vives convencido de que la inmigración es una amenaza, cada vez que ves alguien que no es del color o la cultura que tú quieres te parece que estás a un paso del colapso total. Y siempre habrá una minoría radical que llegará a la conclusión que se debe pasar a la acción. Ya sea matándoles, en el caso más extremo, o simplemente acosándoles. Todo forma parte de una estrategia para que estas minorías no tengan un lugar en nuestra sociedad”, señaló el director de la revista Expo.
Poohl condenó que exista una mayor cautela al momento de calificar a los atacantes de extrema derecha de terroristas, a menudo tachados de desequilibrados, a diferencia de los lobos solitarios yihadistas.
“Un ataque islamista siempre tendemos a verlo como parte de un patrón más amplio. Entendemos que forma parte de la estrategia de una ideología política malévola. Con la ultraderecha, en cambio, solemos olvidarnos de este patrón e intentamos entender al individuo detrás del ataque”, explicó.
“Eso ocurre porque le vemos como un miembro de la sociedad y queremos entender los factores individuales que le han llevado a cometer este acto. De los yihadistas no nos interesan tanto estas particularidades, los vemos como soldados leales dentro de una campaña. Es un error, porque todo atentado se inscribe en un patrón más grande pero también tiene una dimensión individual. Deberíamos ser capaces de contemplar ambas perspectivas, hay mucha información que podemos extraer para evitar más atentados”, planteó.
El peligro de la extrema derecha
El manifiesto de Anders Breivik se ajusta a la idea de que todos los males sociales de Europa y Norteamérica se pueden atribuir a los inmigrantes, que traen consigo el crimen y el terrorismo.
Estas son las mismas ideas que son cultivadas por cientos de miles de activistas de la llamada “alt-right” (derecha alternativa) en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, entre otros países.
“Debemos entenderlo. Hay que ver al terrorismo de ultraderecha de la misma manera que vemos la ideología yihadista salafista, el terrorismo de ambos bandos está globalizado y golpea con los mismos métodos”, advirtió el profesor Daniel Byman, de la Universidad de Georgetown (EE. UU.).
Sin embargo, el peligro mayor para sociedad es que las agresiones racistas se ven respaldadas por el auge de discursos políticos xenófobos, tanto en Europa como en Norteamérica.
El periodista y documentalista español Antonio Maestre advirtió que el mayor riesgo terrorista que atraviesa Europa en los últimos años es el de auge y normalización de la extrema derecha.
“Es un movimiento que tiene su consistencia en el tiempo, sobre todo, desde la caída del muro de Berlín (…) Hay partidos nacionalsocialistas que se han refundado y muchos operan con normalidad», explicó.
De hecho, el último informe de los servicios secretos alemanes cifra en más 24.000 los ultraderechistas. De esa cantidad, alrededor de 13.000 se consideran potencialmente violentos. Para finales de 2018, más de 900 tenían permiso de portar armas.
En el otro lado del océano, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con sus incendiarios discursos contra los inmigrantes latinos, China, Irán y el mundo musulmán, alienta el odio, la xenofobia y el supremacismo.
Por si fuera poco, el magnate redujo considerablemente el financiamiento a los programas de desradicalización que comenzaban a funcionar en Estados Unidos y se atrevió a minimizar la amenaza que representa el ultranacionalismo blanco.
Cuando se le preguntó, después de los ataques perpetrados en las sinagogas de Nueva Zelanda, si veía que la amenaza planteada por los nacionalistas blancos estaba creciendo respondió que “es apenas un pequeño grupo de personas”.
También en Chile, el presidente Sebastián Piñera decidió ignorar y encubrir la amenaza de los ultraderechistas, de clase social acomodada ABC1 y pinochetistas, que buscaban armarse con fusiles de asalto AK-47 para agredir a los ciudadanos que osaran protestar por reivindicaciones sociales.