Una inflación sin precedentes está golpeando los países europeos, con incrementos preocupantes en precios de la energía y otras materias primas.
Esta inflación inédita se ha gestado en el marco de la pandemia de coronavirus y la guerra entre Rusia y Ucrania, de acuerdo con un análisis realizado desde Bruselas y publicado por el diario Clarín.
Los porcentajes, aunque parezcan poca cosa en Europa, pueden tener consecuencias políticas profundas. Los datos en torno a la inflación indican cifras como las siguientes: Holanda 11,9%. España 9,8%. Bélgica 9,3%. Alemania 7,6%. Italia 7,0%, Francia 5,1%. Media Eurozona 7,5%.
Los europeos no han visto esas tasas de inflación desde hace al menos 35 años, en algunos países desde las crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado.
La inflación europea se explica principalmente por dos causas. Después de años de dinero barato, de tener al Banco Central Europeo comprando cientos de miles de millones de euros en deuda pública al año y aun así una inflación anual que nunca alcanzaba el 2% con años rozando la deflación, la pandemia cambió de todo.
La mayoría de los ciudadanos mantuvo sus ingresos pero dejó de viajar, de comprar, de salir por las noches, de gastar.
Cuando los gobiernos levantaron las restricciones por la pandemia, la subida repentina de la demanda interna fue tal que provocó cuellos de botella, por ejemplo en la producción de semiconductores, necesarios para casi cualquier aparato con un sistema eléctrico, desde televisores hasta autos.
¿Inflación temporal?
Hace medio año, en el otoño europeo, el Banco Central Europeo repetía semana tras semana que esa inflación era temporal, que se iría igual de rápido que había llegado y que no pensaba tomar medidas excepcionales para frenarla. No habría subida de tasas. Sólo había que esperar.
El plan del Banco Central Europeo iba dando trompicones hasta que se le cruzaron los cables al zar del siglo XXI y atacó Ucrania.
Rusia es el principal exportador de hidrocarburos a Europa. Las sanciones, la guerra y los miedos de los mercados dispararon el precio del petróleo y sobre todo del gas.
Con ellos, debido a la normativa europea que rige el sistema de fijación de precios de la electricidad, esta se disparó. Su peso en la cesta de productos con los que se calcula la inflación hizo que esta también se disparara.
Eurostat, la Oficina de Estadísticas de la Comisión Europea, explicaba en un informe este viernes que la inflación media en la Eurozona es del 7,5% pero que si se descontaran los productos energéticos sería del 3,4%.
Esos números, que se repiten prácticamente en todos los países europeos, hacen que la energía ahora mismo explique más de la mitad de la inflación que sufren los europeos, aunque el gasto de los hogares en productos energéticos no es ni mucho menos la mitad de su gasto total.
Los riesgos
Los gobiernos y el Banco Central Europeo ya vigilan lo que sí consideran un peligro, los llamados efectos de segunda ronda. Sube la inflación y como se usa para calcular desde los salarios públicos hasta las pensiones pasando por las ayudas sociales, estas deberían subir lo mismo.
A pesar de que el dato de inflación esté “dopado” por los precios energéticos. En algunos países, como España o Bélgica, ya se habla de “pactos de rentas”.
Se trata de que empresarios y sindicatos pacten subidas de salarios por debajo de la inflación a condición de que los empresarios también ajusten sus márgenes de beneficios para no repercutirlos en los precios y no provocar una inflación generalizada. Que todos se aprieten el cinturón.
Debido al peso de la energía en la inflación la solución europea debería estar en disminuir esos precios energéticos. Los analistas más cautos aseguran que no hay certezas del golpe económico que se va a llevar Europa y algún ministro de Finanzas, como el francés Bruno Le Maire, asegura que el golpe de la subida del gas “es comparable al choque del estallido de la primera crisis del petróleo en 1973”.
El precio del gas (el TTF holandés, el de referencia en Europa) pasó de 76 a 340 euros el megavatio hora en las dos semanas que fueron del 22 de febrero al 8 de marzo.
El peso de los hidrocarburos en la economía es menor que hace cinco décadas. La cantidad de energía necesaria para un mismo nivel de producción bajó un 40% en medio siglo. Europa usa menos energía y buena parte de esa energía es renovable (en el caso español o escandinavo ronda el 50%).
El Banco Central Europeo asegura que no ve riesgo de estanflación (inflación con recesión económica) ni en 2022 ni en 2023 ni en 2024. Los gobiernos, mientras tanto, buscan cualquier medida que controle los precios porque lo pueden pagar en las urnas.
La ultraderecha soltó el tema migratorio por un tiempo y en las últimas semanas sólo habla de precios.
Sólo los europeos mayores de 50 años tienen recuerdos de inflaciones de más de dos dígitos. El resto se adentra en un mundo nuevo que acaba con el sueño de que cada generación viviría mejor que la anterior.
Los europeos que llegaron al mercado laboral a partir de 2008 (caída de Lehman Brothers y ya van 14 años) nacieron con el pie cambiado. A la peor crisis financiera desde la Segunda Guerra Mundial unieron la peor pandemia en un siglo y sin descanso la primera gran guerra en Europa en 80 años. Un largo período de inflación sería la puntilla.
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