La reciente muerte del ex presidente Mijail Gorbachov da pie para volver sobre las causas de la caída de la URSS. En particular porque en muchos ámbitos de la izquierda prevalece la tesis de que la URSS cayó por la traición de Gorbachov (seguido de Yeltsin). Fue la explicación que en su momento dieron el castrismo y diversas corrientes cercanas al stalinismo. A grandes rasgos, estas lecturas admiten que la economía soviética tenía problemas, pero sostienen que en esencia era sólida.
También críticos por izquierda del stalinismo sugieren que el colapso de la URSS se debió a la traición de la “burocracia restauracionista”. Por ejemplo, muchos grupos trotskistas sostenían, en los 1970 y 1980, y lo continúan afirmando hoy, que la propiedad estatal de los medios de producción generaba, a pesar de la burocracia, una superioridad intrínseca de la economía soviética con respecto a las economías capitalistas. En línea con esta tradición, en una nota publicada por estos días en un periódico trotskista de Argentina se afirma que al momento de aplicarse la perestroika (segunda mitad de los 1980) la URSS competía, en el plano económico, “palmo a palmo con EEUU”. En este marco, la única explicación posible del derrumbe del “socialismo real” discurre por el terreno de lo subjetivo: la “traición” de Gorbachov y su equipo, y la falta de reacción de la clase obrera frente a esa “traición”.
UNA EXPLICACIÓN MATERIALISTA
En oposición a las lecturas subjetivistas, la interpretación materialista pone el acento en la situación económica y social en que se encontraba la URSS en los 1980. Según este enfoque, lo central pasó por la relación de las fuerzas productivas con las relaciones de producción y distribución dominantes. Tengamos presente que en la URSS la relación de producción dominante era la propiedad estatal, administrada por la burocracia. Los trabajadores estaban excluidos del gobierno y de la administración de la economía. Sobre esta base operaba una apropiación sistemática de excedente por la burocracia. Lo que significaba una relación de explotación. Subrayamos: no eran meros “privilegios” de la burocracia, sino apropiación de plustrabajo gratis por parte de la capa social que controlaba el Estado y los medios de producción estatizados. La contrapartida era el extrañamiento de las masas para con la propiedad estatal (considerada “socialista” por el discurso oficial), la apatía y el desinterés generalizados, combinados con una suerte de resistencia sorda a la burocracia.
Es de destacar, sin embargo, que bajo esa forma social la economía soviética había conocido un importante desarrollo entre los inicios de los 1930 y aproximadamente mediados de los 1960 (superando incluso los terribles costos humanos y materiales de la guerra contra los nazis). Pero se trataba de un desarrollo extensivo. Este tipo de desarrollo se caracteriza por el uso intenso de recursos, incluida mano de obra; y por la baja tecnología y el consiguiente agotamiento progresivo de las ganancias de productividad. Es un desarrollo que pone el énfasis en lo cuantitativo más que en lo cualitativo (por ejemplo, el foco en cuántos tractores se producen por sobre cuántos de ellos cumplen con estándares mínimos de operatividad y funcionamiento).
Estos problemas ya habían sido advertidos por Trotsky. A pesar de que consideraba que la economía estatizada era muy superior a la economía capitalista, en La revolución traicionada (publicada en los 1930) señaló como graves falencias la “pérdida de estímulo individual, el bajo rendimiento del trabajo y… la calidad aún más baja de las mercancías”. En otro pasaje: “… la URSS sigue siendo un país atrasado. El bajo rendimiento del trabajo, la mediocre calidad de la producción, la debilidad de los transportes, sólo están compensados parcialmente por las riquezas naturales y la población” (p. 171, edición Fundación Federico Engels, Madrid).
Por eso, ya en los 1960 o en los 1970 era cada vez más necesario pasar a un desarrollo basado en tecnología, donde se prestara atención a la calidad de los productos y la racionalización de las inversiones, de los insumos y la utilización de la mano de obra. Para lo cual era imprescindible el despliegue de iniciativas y de las capacidades de los trabajadores, así como su involucramiento y compromiso a través de la decisión democrática de políticas y objetivos. Pero esto era incompatible con el régimen burocrático. Razón por la cual el crecimiento de las fuerzas productivas entraba en contradicción con la relación de propiedad estatal burocrática. Esta última había dejado de ser una forma bajo la cual se desarrollaban las fuerzas productivas, para ser un impedimento, y en grado creciente. De ahí que, incapaz de apelar a la democracia de los productores sin negarse a sí misma, la burocracia recurrió, cada vez en mayor grado, a medidas de corte mercantil y capitalista, que terminarían en la restauración capitalista.
EL ATRASO EN LOS 1980 (según Abel Aganbeguian)
La perestroika, o reestructuración, fue anunciada por Gorbachov en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista de la URSS en abril de 1985. El objetivo declarado era impulsar una reforma económica controlada desde arriba. No se cuestionaba el rol dirigente del Partido Comunista, el régimen de partido único y la dirección centralizada de la economía. Pero la nueva dirección (Gorbachov asumió ese mismo año como presidente) era consciente de la necesidad de introducir cambios. El líder soviético incluso había asistido a seminarios a cargo de académicos e investigadores como Tatyana Zaslavskaya y Abel Aganbeguian. Estos advertían que la economía se estancaba y que empeoraban las condiciones de vida de la población. Sostenían que era urgente introducir cambios, tales como permitir mayor autonomía a las empresas y administraciones locales; otorgar incentivos materiales; y avanzar en la liberalización del mercado.
Un argumento central de Zaslavskaya, Aganbeguian y otros reformistas era que medidas como las que había querido imponer Yuri Andropov, mentor y antecesor de Gorbachov, no eran efectivas. El programa de Andropov había procurado una mayor “disciplina socialista” basada en la represión del ausentismo, el alcoholismo y la corrupción. En los 1980 muchos funcionarios tenían conciencia de la inutilidad de esa política, dada la hondura económico-social de los problemas. Fenómenos como el extendido ausentismo en las empresas podían leerse como expresiones de resistencia obrera al régimen; o al menos, de desafección y distanciamiento. Pero era imposible imponer a las masas trabajadoras algo siquiera parecido al represivo régimen que había habido en los 1930 (véase aquí). El desarrollo extensivo había dado lugar a una numerosa clase obrera con capacidad de resistencia en los lugares de trabajo (contrapartida de la ausencia de derechos políticos y democráticos). Por otra parte, el disciplinamiento capitalista de la fuerza de trabajo -presión del ejército industrial de reserva- era imposible en la URSS dado el pleno empleo (y, de hecho, escasez de mano de obra).
En esa coyuntura Aganbeguian publica Perestroika. Le Double Defi Sovietique (París, 1987). Un trabajo que desmiente la idea de que “en los 1980 la URSS competía mano a mano con los países capitalistas adelantados”, y que “solo eran necesarias algunas correcciones más o menos de superficie”.
Aganbeguian comienza señalando que el ritmo de crecimiento del ingreso nacional había disminuido 2,5 veces en los 15 años anteriores a 1985. Era una caída no solo relativa, sino también absoluta. Además, el crecimiento entre 1981 y 1985 se había obtenido, al menos parcialmente, gracias a un aumento de las importaciones superior a las exportaciones. Por otra parte, el índice de precios utilizado para evaluar el ingreso era discutible. La estadística oficial era imperfecta, y no tenía suficientemente en cuenta el alza de los precios ligados a cambios de calidad de los productos y la sustitución de bienes baratos sin mejoras de la calidad para los consumidores. Si se tomaban en cuenta estas circunstancias, la tasa de crecimiento del ingreso, como otros indicadores, se mostraban aún más débiles de lo que decían las estadísticas oficiales. De hecho, el crecimiento había sido nulo.
El estancamiento anunciaba una crisis, como ya había ocurrido entre 1979 y 1982. Los indicadores de rendimiento de la producción social se habían degradado: la productividad del trabajo no había aumentado; la eficacia de las inversiones había disminuido; y el rendimiento del capital se había deteriorado fuertemente. La estructura de la economía soviética era “completamente atrasada y conservadora” (p. 12). Las industrias extractivas y la producción agrícola representaban una porción excesiva de la economía nacional, y las industrias manufactureras y de transformación de las materias primas estaban insuficientemente desarrolladas. En cuanto al sector terciario, servicios, estaba todavía más restringido. Era grande la parte de la producción obsoleta; la gama de productos y servicios ofrecidos estaba considerablemente distanciada de las necesidades sociales y no las satisfacía.
Aganbeguian decía que en los últimos 15 años anteriores a 1985 la URSS se había desarrollado gracias a factores extensivos, comprometiendo en la producción cada vez más recursos nuevos. Era necesario pasar a un desarrollo intensivo, donde el progreso científico y técnico fuera el principal vector del crecimiento económico. En la URSS era normal apoyar el crecimiento en aportes crecientes de mano de obra, combustible y materias primas, de inversiones y capitales. En un quinquenio típico de la posguerra el capital productivo y las inversiones aumentaban una vez y media, la extracción de combustibles y materias primas entre el 25 y 30%. La economía utilizaba entre 10 y 11 millones de personas suplementarias de las cuales una gran parte estaba en las ramas de producción material. Ese tipo de crecimiento ya no se podía sostener. Después de 1975 se había enlentecido el aumento de la mano de obra, y había crecido el empleo en servicios. La tasa de crecimiento de la industria extractiva también había disminuido considerablemente. Los mejores yacimientos y terrenos se habían agotado muy rápidamente. Los costos de producción aumentaban. Era necesario poner el acento en la economía de recursos.
Por otra parte, en la década anterior a 1985 el ritmo de crecimiento de las inversiones se había reducido bruscamente y disminuía el capital fijo productivo. El rendimiento del capital había caído, en promedio, un 14% de un quinquenio al otro. En muchas ramas la tecnología era considerablemente atrasada. Como caso ilustrativo, todavía en los 1980 se fabricaban camiones que funcionaban a nafta, de baja potencia, alto consumo y elevados costos de mantenimiento. Había que pasar a la fabricación de camiones con motores diésel. Aganbeguian señalaba que en los 15 a 20 años anteriores el progreso técnico había avanzado muy lentamente, se conservaban equipos sin renovar suficientemente la técnica, empeoraba la calidad, no aumentaba la eficacia y disminuían los ritmos de crecimiento. En 1985 solo el 29% de la producción de construcciones mecánicas estaba a nivel mundial.
COMPARACIÓN INTERNACIONAL
Ya en los años 1920 Trotsky alertaba que los logros de la economía soviética debían ponerse en relación con el desarrollo del capitalismo a nivel mundial (véase Towards Socialismo or Capitalism?).
Pues bien, a mediados de los 1980 la economía soviética se estancaba más y más en términos de comparación internacional. Al respecto, Aganbeguian escribía: “… nuestro nivel de productividad del trabajo está entre 2,5 y 3 veces retrasado con respecto al de EEUU, y entre 2 y 2,5 veces en relación a los otros países capitalistas desarrollados” (p. 41). Si se saca del cálculo la agricultura –donde la productividad estadounidense era 5 veces la soviética- el retraso con respecto a EEUU era entre 2 y 2,5 veces, y con respecto a otros países capitalistas entre 1,5 y 2 veces.
DETERIORO DEL BIENESTAR SOCIAL
Aganbeguian destaca que desde el fin de la Segunda Guerra, y con el crecimiento de la economía soviética, se había acabado el desempleo; se había introducido la gratuidad de la enseñanza y el cuidado de la salud; el Estado en gran medida otorgaba viviendas; se había implantado la semana laboral de 40 horas; los bienes materiales de la población habían aumentado y se respondía mejor a la demanda cultural. Sin embargo, en la década y media anterior a 1985 “se han manifestado procesos negativos… el freno del crecimiento y de la eficacia han afectado particularmente el desarrollo social” (p. 23). Los recursos destinados al bienestar social habían disminuido. Agregaba:
“El mecanismo de gestión económica envejecido y donde predominan los métodos administrativos autoritarios y de órdenes ha agravado los desequilibrios del desarrollo, especialmente en el ámbito social” (p. 24). A lo largo de los años 1981 y 1985, con el estancamiento del ingreso nacional, se había registrado “un aumento de los procesos anti-sociales”: especulación, corrupción, utilización del trabajo profesional para objetivos personales. “Las manifestaciones de marasmo o de apatía y las consecuencias de fenómenos negativos del desarrollo han conducido a una parte de la población a perder toda motivación por el trabajo, a percibir la propiedad social como una cosa extraña. (…) La justicia social ha sido transgredida. Los planes de crecimiento del bienestar no se ejecutaban y se producían las alzas de precios camufladas. La nivelación y fijación sin fundamento del salario, los privilegios otorgados a ciertas categorías de trabajadores, han producido enormes estragos” (p. 24). Incluso en las dos décadas anteriores la esperanza de vida en la URSS no había aumentado, y había aumentado la mortalidad de los hombres en edad activa. Páginas más adelante: “Así, a fines de los años 70 y al comienzo de los 80 se ha conocido una situación anunciadora de crisis: la economía se estancaba, el nivel de vida había dejado de aumentar” (p. 31).
En otro pasaje: “El conservadorismo de las estructuras económicas, las tendencias extensivas, el sistema de gestión perimido, se han convertido en frenos y obstáculos al desarrollo económico y social del país. Estos fenómenos fueron particularmente fuertes en el curso de los 10 o 15 últimos años, en el momento en que el crecimiento de los recursos se redujo, cuando comienza una nueva fase de la revolución científica y técnica, donde en fin, las necesidades sociales de la población aumentan rápidamente. Esto ha llevado al país a un estado de “pre-crisis… ” (p. 53).
LA SITUACIÓN A FINES DE LOS 1980
Hacia fines de la década de los 1980 era claro que la economía continuaba estancada. Un eslabón especialmente problemático era la agricultura. Según datos oficiales, se calculaba que unas 20.000 granjas colectivas, el 42% del total, estaban operando a pérdida o con ganancias casi nulas; y de ellas unas 3.000 no cubrían siquiera los costos laborales. Por otra parte, la productividad general de la economía no avanzaba. Se mantenía, o profundizaba, el desinterés y extrañamiento de las masas con respecto al régimen. La caída de los precios del petróleo desde 1986 profundizó las dificultades. La deuda externa escaló de 29.000 millones de dólares en 1985 a 80.000 millones en 1991.
Frente a una crisis que se desarrollaba a pasos agigantados, crecieron el mercado negro y las actividades subterráneas vinculadas a los mercados negros y “grises”. Se desarrollaron prácticas proto capitalistas, como el uso de medios de producción estatales para la producción para el mercado y el beneficio personal. También había negociados vinculados al comercio exterior-entre ellos contrabando y especulación con el dólar en el mercado negro- que daban oportunidades de enriquecerse a sectores de la burocracia, y “allegados”. Muchos dirigentes del Partido y del Komsomol (la organización de la juventud del Partido) fueron atraídos por esta economía paralela. A su vez, la perestroika aceleró la descomposición de la economía estatizada al dar vía libre a procesos que de todas maneras estaban en crecimiento. Por ejemplo, la Ley sobre Actividad Laboral Individual (1987) legalizó muchos trabajos que se realizaban sin autorización, en especial en servicios, por lo que potenció la producción para el mercado. La Ley de Cooperativas (también de 1987) permitió blanquear dinero obtenido en los mercados negros y grises. Por todos los poros de la sociedad respiraban fuerzas sociales que apuntaban al mercado y el capitalismo. Es absurdo reducir estos procesos a una pretendida “conspiración de traidores”.
OTROS FACTORES DE CRISIS
Con el telón de fondo del impasse y estancamiento, o retroceso, económico y social, se sumaron otros factores de crisis. Entre ellos, la explosión de la planta de Chernobyl (abril de 1986), el peor desastre nuclear de la historia: la explosión arrojó a la atmósfera el equivalente a 500 bombas de Hiroshima. Se calcula que murieron por radiación y enfermedades asociadas a la radiación unas 95.000 personas. La energía atómica hasta ese momento era presentada como “el modelo” de eficacia de la producción soviética. Pero Chernobyl puso de manifiesto altos niveles de corrupción, ineficacia y secrecía en el manejo de información. Por ejemplo, Gorbachov recién se dirigió por TV a la nación para comunicar el desastre 18 días después de ocurrido. Y, contra toda evidencia, la cifra oficial de muertos siempre se mantuvo en 31. A partir de este desastre crecieron la preocupación y quejas de muchos sectores de la población por daños ambientales, por la contaminación y el manejo burocrático.
Otro factor que colaboró en la crisis de la URSS fueron los avances estadounidenses en informática y computación aplicados a la tecnología militar. Los mismos pusieron mucha presión sobre el régimen soviético, especialmente cuando Reagan lanzó la Iniciativa de Defensa Estratégica. Sencillamente, la URSS no estaba en condiciones de responder.
Pero peores efectos tuvo la invasión a Afganistán. Esta guerra llegó a involucrar casi un millón de soldados soviéticos; unos 14.500 murieron (aunque algunos informes elevan la cifra a 30.000); varias decenas de miles fueron heridos. En el plano político, la guerra desacreditó al Ejército Rojo y generó tensiones y divisiones entre el Partido y los mandos militares. Hubo denuncias sobre corrupción, saqueos y abusos a la población afgana. También de ventas de equipo militar a las guerrillas afganas a cambio de droga. Por otro lado, los soldados del Ejército Rojo provenientes de las zonas asiáticas de la URSS se resistían a luchar contra los afganos. Hubo deserciones, incluso algunas revueltas. En las repúblicas soviéticas no rusas la guerra fortaleció el anti-militarismo, aumentaron las críticas a Moscú y la resistencia al reclutamiento. En su informe al 27 Congreso del PCUS (febrero y marzo de 1986), Gorbachov reconoció que la guerra era “una herida sangrante”. En diciembre de 1989 el Congreso de Diputados del Pueblo (había sustituido al Soviet Supremo) condenó la intervención y a los líderes que la habían decidido. Ese año habían estallado protestas y revueltas en muchos lugares de la URSS, entre ellos Lituania, Georgia y Latvia (véase R. Reuven y A. Prakash, 1999, “The Afghanistan war and the breakdown of the Soviet Union”, Review of International Studies, vol. 25, pp. 693-708).
A lo anterior hay que sumar las crecientes protestas y movimientos antiburocracia en el Este de Europa, con Polonia-y el sindicato Solidaridad– en primer lugar.
PRIVATIZACIONES Y RESTAURACIÓN CAPITALISTA
Todavía en 1991 el 92% de la capacidad productiva de la URSS estaba en manos del Estado. A comienzos de ese año el gobierno introdujo una reforma monetaria y de los precios que tuvo como resultado evaporar la mayor parte de los ahorros de los hogares. En junio de 1991 ganó la presidencia Boris Yeltsin. En 1990 y 1991 se extendió el movimiento independentista en las Repúblicas Bálticas, Moldavia, Georgia y Armenia. El 26 de diciembre de 1991 la URSS quedó oficialmente disuelta. A partir de 1990 la economía colapsó: entre ese año y 1992 el producto de Rusia cayó aproximadamente un 25%. Hubo escasez de comida y otros insumos básicos. Entre 1992 y 1994, y en medio de un desastre social y crecimiento de la violencia mafiosa, se aplicó un programa de privatización masiva. Por el mismo pasaron a manos privadas más de 15.000 empresas industriales (dos tercios del producto industrial, 60% de la fuerza laboral en la industria). También se privatizaron 85.000 tiendas, restaurantes, proveedores de servicios, que representaban el 70% del total nacional.
Las privatizaciones se realizaron principalmente a través de la distribución de vales (o bonos) de propiedad. Estos tenían una denominación de 10.000 rublos (63 dólares) y podían ser utilizados para comprar, en subastas públicas, acciones de las empresas que se privatizaban. Entre 1992 y 1994 el gobierno distribuyó unos 144.000 millones de vales; el 98% de la población los recibió. Pero las empresas cayeron principalmente en manos de gente rica. Por un lado, porque inversores compraron vales a los hogares que, dada la crisis y la descomposición económica, estaban desesperados por dinero. Por otra parte, muchas subastas de acciones no se anunciaban al público o se realizaban en zonas remotas, de manera que eran coto de caza de los inversores.
En 1994 comenzó una segunda fase de privatizaciones; esta vez las acciones de las empresas se vendían a cambio de dinero. Se consolidó entonces la relación entre los nuevos grandes magnates y el gobierno. Este entregó acciones de las 12 principales empresas estatales a cambio de dinero aportado por los grandes inversores, unos 800 millones de dólares. Por otra parte, empresas estatales fueron directamente apropiadas por mafias y funcionarios corruptos. Aunque los capitales externos participaron de manera limitada en las privatizaciones (desconfiaban de los vales y había incertidumbre sobre el horizonte político), algunos adquirieron empresas petroleras y carboníferas, las reestructuraron y las hicieron rentables. Un proceso parcialmente inverso ocurrió con bancos que quebraron y fueron estatizados.
En cualquier caso, no hubo una resistencia obrera a las privatizaciones, y mucho menos “defensa de las conquistas de Octubre”. En 1989 y 1990 se produjeron algunas huelgas en regiones carboníferas, y los mineros formaron comités de huelga independientes, pero este movimiento no se extendió ni profundizó. En la clase obrera el sentimiento generalizado era de extrañamiento con respecto al régimen y la dirección.
Por Rolando Astarita
Columna publicada originalmente el 19 de septiembre de 2022 en el blog del autor.