El domingo pasado, la misión militar de seguridad de la OTAN, ISAF, celebró su salida oficial de Afganistán. Los talibanes lo tomaron como un triunfo, diciendo que la finalización de esta etapa se considera un signo de la “decepción” de la coalición internacional.
“Consideramos que este paso una indicación clara de su derrota y decepción”, declaró el grupo armado en un comunicado, denominando a la misión de ISAF como una “barbarie y crueldad” que dejó “un charco de sangre” detrás, reporta el canal RT.
Sin embargo, la OTAN no dejará Afganistán totalmente. Desde el primero de enero del próximo año, la Alianza Atlántica trabajará solamente en capacitación de las fuerzas policiales y del ejército regular del país. EEUU tendrá fuerzas especiales para seguir el combate contra los talibanes. Originalmente, los dos iban a finalizar sus operaciones militares en el país este mes, pero a finales de noviembre el parlamento afgano votó a favor de la prolongación de su presencia parcial. A partir de esta votación, el país ha sufrido un aumento de la violencia. A principios de diciembre la misión militar de seguridad, ISAF, trasladó formalmente las operaciones de combate a las Fuerzas Armadas afganas.
Se estima que los talibanes tienen una fuerza de 60,000 militantes. Si uno compara en términos de cantidad, los talibanes están superados en número por los soldados de las Fuerzas Armadas de Afganistán (350,000), la coalición internacional de ISAF y la operación militar que realiza EEUU en el país. Sin embargo, a pesar de la inmensa presión militar, la insurgencia persiste en la región devastada durante más de una década de guerra. Hay que preguntarse: ¿cómo puede ser que los talibanes siguen luchando después de 13 años de intervención extranjera?
En un estudio publicado en la revista International Affairs el año pasado, los investigadores, Antonio Giustozzi y Theo Farrell, encontraron que hay varios factores claves en relación a la persistencia de los talibanes como organización militar. En entrevistas realizadas para el reporte, los combatientes señalaron que su entrenamiento militar fue uno de los componentes más importantes de su estrategia. Un militante expresó que los talibanes son “como un ejército regular” en términos de capacitación para combate, y que son vitales sus habilidades fabricando dispositivos explosivos improvisados o chalecos suicidas, así como llevando a cabo combates tipo guerrilla o planeando emboscadas, “sin esa formación, los Talibanes no habrían sobrevivido como una organización militar”.
Además, los entrevistados nombraron la logística como algo muy importante. Según ellos, los talibanes han cambiado su manera de trasladar comandantes y soldados, debido a los ataques de drones que a menudo mataban a líderes estratégicos de la insurgencia. Dado esto, comenzaban a moverse menos y en grupos más pequeños.
Según los autores del estudio, los temas centrales que mantienen funcionando el grupo son una narrativa estratégica y unificadora, la lucha bélica contra los invasores extranjeros. Además, la organización se alimenta de las dinámicas de los conflictos locales entre clanes sobre recursos naturales: su forma voluntaria de reclutamiento y el perfil de los miembros, que normalmente son del pueblo local. Sin embargo, en los territorios devastados por guerra la popularidad del grupo decrece.
“La capacidad de la insurgencia para extraer suficiente apoyo material de fuentes locales se ha visto socavada por el éxito de la campaña de la ISAF y la creciente presencia de las fuerzas de seguridad afganas,” destacaron sobre la provincia de Helmand, región donde se ha visto una fuerte avance del ejército regular nacional y la coalición internacional.
Aunque la organización talibán sigue siendo un organismo ampliamente descentralizado, la inmensa presión militar ha forzado a la insurgencia a volverse más centralizada y profesional, además de a adoptar varias reformas en las estructuras internas para que el grupo sea más efectivo. Por ejemplo, el estudio muestra como se ha dejado el sistema de la red Mahaz, una estructura organizativa en la cual varios líderes talibanes manejaban sus propias tropas.
“En ese momento, todos los comandantes de la red hicieron mal uso de sus posiciones, creyeron que eran reyes”, señaló un comandante talibán a los autores.
En varios casos este sistema organizativo acababa en conflictos dentro del grupo armado, por lo que se decidió que había que centralizar el liderazgo, ya que las disputas restringieron su “efectividad táctica y flexibilidad estratégica”. Durante este proceso, se incluyeron más militantes del país vecino de Pakistán, algo que fue un fracaso, ya que el hecho de que extranjeros participaron en la lucha hizo que los militantes locales (y fuente clave de la fuerza del grupo) ya no quisieran unirse al combate. Su centralización se realizó desde el año 2009, cuando la comisión militar de Peshawar (Pakistán) negoció acuerdos con los líderes claves de los talibanes en el sureste y este de Afganistán, los cuales permitieron la formación de un sistema más formal y centralizado de la organización, según los investigadores.
Obviamente, la economía también es vital para la persistencia de los talibanes. Antes del año 2001, Afganistán producía un 70% de todo el opio vendido en el mercado global, y en el año 2008 había subido su cuota del mercado mundial a un 92%. Este año, la producción nacional vio un incremento del 7% respecto al 2013, la gran mayoría (89%) del cultivo de opio se llevó a cabo en las regiones meridionales y occidentales de Afganistán, las cuales incluyen las provincias más inseguras del país. Sin embargo, el opio es como cualquier cultivo: su función es por temporada. Debido a esto, los talibanes financian sus actividades con la producción de opio en tiempos de cosecha, y, el resto del año, sus fondos vienen de grupos talibanes de Pakistán.
Sandra Segall
El Ciudadano