La opacidad es una de las palabras que mejor describe uno de los grandes negocios de Estados Unidos: la industria farmacéutica.
La estabilidad de este sector empezó a tambalearse a mediados de este mes, cuando más de 40 estados formalizaron sus demandas contra grandes compañías por subir artificalmente los precios de las medicinas.
Ese proceder no es nuevo, pero cada vez asfixia más a los estadounidenses. De hecho, la semana pasada la congresista Alexandria Ocasio-Cortez advirtió que «la gente está muriendo en vano».
Su declaración se produjo mientras condenaba el proceder de la farmacéutica Gelead por el precio de Truvada (el medicamento utilizado para la profilaxis preexposición ―o Prep― la única terapia hasta hora efectiva para la prevención del VIH) que cuesta unos US$ 1.700 al mes en Estados Unidos, mientras que en Australia, apenas US$ 8, reseñó BBC Mundo.
¿La innovación justicia los altos costos?
El problema en EE. UU. es que los medicamentos de prescripción son más costosos que en cualquier otro país. Así lo confirman investigaciones de la Commonwealth Foundation y la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE), que cifra el gasto anual por persona, en promedio, en unos $ 1.200 en medicinas recetadas.
Ese dato ubica la nación en la del gasto por medicamentos más alto del mundo, pues en otras naciones desarrolladas oscila entre los $ 466 y los $ 939.
A finales de abril, organizaciones de salud, sindicales y activistas estadounidenses protestaron contra la industria farmacéutica por aplicar precios arbitrarios a los medicamentos y propusieron la implementación de un sistema de salud que expandiría el actual “Medicare” a toda la ciudadanía, refirió HispanTV.
Según Phrma, una asociación que representa a las mayores compañías de investigación y fabricación farmacéutica y biotecnológica de EE. UU., los altos costos responden a la inversión que se hace para la innovación y los estudios.
Y aunque han argumentado que en el sistema de salud estadounidense existen descuentos que negocian los seguros y los llamados administradores de beneficios de farmacia (PBM, por sus siglas en inglés), la realidad es otra.
Solo la Fundación Kaiser Family detalla que unos 27 millones de estadounidenses no tienen o no pueden costear un seguro de salud y, el gran porcentaje que puede hacerlo no está exento de cancelar gran parte del costo en las farmacias.
En este escenario, muchos optan por no comprar sus medicinas, viajar al extranjero para adquirirlas o tomar una dosis menor a la indicada.
Más allá de las fronteras de EE. UU.
La realidad de este lamentable negocio traspasa las fronteras de EE. UU. En marzo, una investigación de la organización benéfica Asthma UK reveló que en Inglaterra medio millón de asmáticos deben decidir entre comer o comprar las medicinas que necesitan.
De acuerdo con las nuevas cifras, más de un tercio de estas personas admitieron que para poder cumplir con su tratamiento se vieron obligadas a reducir las compras de alimentos.
«La cruda realidad es que cientos de miles de personas con asma se enfrentan a una elección imposible: reducir lo esencial como alimentos y billetes o reducir la medicación que podría salvar su vida (…) Nadie debería pagar por respirar«, advirtió la doctora Samantha Walker, directora de investigación y políticas de Asthma UK.