«Nadie es ilegal ante Dios»: Papa Francisco y su defensa a los migrantes

Incluso en sus últimos días, el Papa se mantuvo firme contra las deportaciones masivas y la exclusión de los migrantes

«Nadie es ilegal ante Dios»: Papa Francisco y su defensa a los migrantes

Autor: El Ciudadano México

El Papa Francisco consolidó su liderazgo moral global enfrentando uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo: la crisis migratoria. Desde su primer año como pontífice hasta sus últimos días, el líder de la Iglesia Católica convirtió la causa de los migrantes en una prioridad pastoral y política, desafiando a gobiernos, ideologías y poderes que optaron por la exclusión.

Véase también: Falleció el Papa Francisco: el pontífice argentino que transformó la Iglesia católica

Con un enfoque centrado en la dignidad humana, el Papa construyó un mensaje firme y coherente contra la indiferencia y el rechazo hacia quienes huyen del hambre, la violencia o la guerra. Desde África hasta América, su voz se levantó en defensa de millones de desplazados, cuestionando la narrativa del miedo y recordando que cada migrante es una persona con rostro, nombre e historia.

En julio de 2013, pocos meses después de su elección, Francisco viajó a Lampedusa, una isla símbolo del drama migratorio en el Mediterráneo. Allí, honró la memoria de miles de personas que murieron intentando llegar a Europa, y criticó la creciente insensibilidad del mundo ante esta tragedia. Su gesto fue más que simbólico: marcó el tono pastoral de su papado.

Tres años después, en Grecia, durante una visita al campamento de refugiados de Lesbos, Francisco protagonizó una acción inédita al llevarse consigo a tres familias sirias musulmanas, ofreciendo asilo en Roma. Fue un acto cargado de mensaje: para él, la ayuda concreta y directa es inseparable de la palabra cristiana.

Durante su visita a Ciudad Juárez en 2016, el Papa colocó a la frontera México-Estados Unidos en el centro del debate internacional. Allí celebró una misa a pocos metros del muro que divide ambos países, y llamó a construir puentes en lugar de barreras físicas o mentales. Este gesto fue interpretado como una crítica directa a las propuestas del entonces candidato presidencial Donald Trump, que abogaba por la ampliación del muro y la deportación masiva.

A lo largo de su pontificado, Francisco no dejó de señalar la inmoralidad de políticas que priorizan la seguridad fronteriza sobre la vida humana, y llegó a considerar como pecaminoso cualquier acto que excluya sistemáticamente a personas por su origen o condición migratoria.

Incluso en sus últimos días, el Papa mantuvo firme su postura. En febrero de 2025, poco antes de fallecer, recibió a representantes del gobierno estadounidense para expresar su rechazo a nuevas políticas de expulsión. Francisco reafirmó que el respeto a la dignidad humana debe estar por encima de cualquier cálculo político.

También escribió una carta a los obispos de Estados Unidos advirtiendo sobre los efectos destructivos de las deportaciones masivas. Aunque recibió respuestas críticas, como la del entonces “zar fronterizo” Tom Homan, el Papa no retrocedió: su visión ética no negociaba con la exclusión.

Bajo su liderazgo, la Iglesia Católica impulsó una visión más activa y solidaria con los migrantes. Francisco no solo predicó, también actuó: acogió refugiados en el Vaticano, animó a parroquias a abrir sus puertas y llamó a los gobiernos a enfrentar las causas profundas del desplazamiento. Para él, migrar debía ser una opción, no una obligación impuesta por el sufrimiento.

Además, denunció la criminalización de quienes ayudan a los migrantes, en especial las ONG que operan en el Mediterráneo, el cual definió como “la mayor fosa común del mundo”. Propuso un cambio de paradigma: dejar de ver a los migrantes como amenaza y comenzar a reconocerlos como parte de un “nosotros” más amplio.

Aunque su muerte llegó en un momento de retrocesos en las políticas migratorias globales, el mensaje de Francisco sigue vivo en la memoria de millones. Su llamado a una “cultura del encuentro” aún resuena como un eco de esperanza frente a un mundo que se cierra.

El Papa Francisco no solo habló de los migrantes: caminó con ellos, lloró por ellos y defendió su humanidad hasta el final. Su legado es un testimonio de que el Evangelio, cuando se encarna en la realidad, puede ser un poderoso motor de justicia y transformación.

Foto: Redes

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