«No rompo el silencio para limpiar mi conciencia». Así de tajante se muestra Brunhilde Pomsel, la única testigo viva de lo que se cocía en el Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda de Adolf Hitler durante los años del nazismo (1933-1945), el capítulo más oscuro de la historia de Alemania.
Allí trabajó ella durante tres años, a las órdenes de Joseph Goebbels, el máximo responsable de la propaganda nazi y mano derecha Hitler.
Y a su figura está dedicado el documental Ein deutsches Leben («Una vida alemana»), estrenado en junio pasado en el Festival de Cine de Múnich, la capital de Baviera, estado del sur de Alemania.
La cinta también se mostró en el Filmfest de Jerusalén (del 7 al 17 de julio) y en el Festival de Cine Judío de San Francisco (del 21 de julio al 7 de agosto).
«Conocimos a la señora Pomsel por casualidad, mientras investigábamos otra historia», contaron Christian Krönes y Florian Weigensamer, dos de los cuatro directores de la cinta, al medio alemán Deutsche Welle.
«No era una ávida nazi. Tan sólo no le importó (lo que el régimen nazi estaba haciendo) y miró para otro lado. En eso descansa su culpa», le dijo luego Weigensamer al diario estadounidense The New York Times.
El documental, sin embargo, no se centra en la responsabilidad particular de Pomsel.
Según sus directores, «en un momento en el que el populismo de derecha está en auge en Europa», ellos quieren que la cinta sea un recordatorio de la «capacidad de complacencia y de negación del ser humano».
Una capacidad que también se hace evidente en una entrevista reciente dada por Pomsel al diario The Guardian.
«Ver la película es importante para mí, porque puedo reconocer delante del espejo todo lo que hice mal», le dijo la secretaria del jefe de la propaganda nazi al rotativo británico.
«Aunque lo que hice no fuera más que trabajar en la oficina de Goebbels», insistió la anciana. Ese trabajo, como ella misma cuenta, incluía desde amañar las estadísticas de soldados nazis caídos hasta exagerar el número de violaciones de mujeres alemanas por parte del Ejército Rojo soviético.
Criada de acuerdo a los preceptos del deber prusiano, aprendió el oficio de secretaria con un abogado judío y trabajó también en una emisora de radio antes de acceder, en 1942, al Ministerio de Propaganda del gobierno nazi.
Para ello, aunque asegura que era «apolítica», tuvo que afiliarse al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, más conocido como el partido nazi).
«¿Por qué no? Todo el mundo lo hacía», confesó en el documental.
Al ministro de Propaganda lo describe como «un caballero, elegante y noble», pero también un «actor» que, cuando se quitaba «su máscara de hombre culto y educado se volvía loco».
«Nos enterábamos de cuándo llegaba a la oficina, pero no lo volvíamos a ver hasta que se marchaba», relata. Y tampoco sabía a qué se dedicaba exactamente la mano derecha de Hitler.
De lo que sí tenía conocimiento era de la existencia de los campos de concentración, aunque aclara que no sabía cuál era su función real.
Según ella, en esa época creía que «no se quería que la gente fuese a la cárcel de forma inmediata ,así que iba a los campos de concentración para ser reeducada».
«Nadie se podía imaginar algo así», dice de la constatación de que en realidad su objetivo era exterminar a los judíos de Alemania.