Si para algo ha servido el portal WikiLeaks, fundado por el australiano Julian Assange, es para revelar los secretos que esconden las grandes corporaciones y los grupos de poder político.
Aunque podría pensarse que nadie jugaría con un tema tan delicado como el del calentamiento global, una filtración de miles de correos electrónicos reveló lo contrario a finales de 2009.
En los documentos que publicó la plataforma se puso sobre la mesa una sospecha: influyentes científicos eran culpables de abusos éticos por haber manipulado ciertos datos para exagerar el impacto del calentamiento global.
Los correos registraban el intercambio de información entre las autoridades de la Unidad de Investigación Climática de la británica Universidad de East Anglia, especializada en el área, durante casi diez años.
El hallazgo de lo que luego se conocería como el escándalo «Climategate» estalló además horas antes de que se iniciara la cumbre de Cambio Climático en Copenhague, en 2009.
En uno de los correos, los científicos avalaban el maquillaje de datos para ajustarlos a sus teorías. Incluso, en uno de ellos anuncian su intención de bajar 0,15 grados la temperatura registrada del océano para que se ajuste a sus modelos climáticos, reseñó el portal Libertad Digital.
Y los datos revelaron más acciones de este tipo. Entre ellas, la oposición del científico David Parker a cambiar el período de referencia para elaborar el índice de temperatura global porque «tal cambio podría confundir al público y, sobre todo, reflejaría que el actual período es menos cálido de lo que pretenden hacer creer».
También quedaron en evidencia la destrucción de pruebas y la puesta en marcha de conspiraciones para evitar que los escépticos publicaran en revistas científicas.
La filtración obligó al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas a investigar la presunta manipulación de información por parte de científicos británicos, refirió BBC Mundo.
Y derivó en la suspensión del director de la unidad de investigación en ese momento, Phil Jones, porque en algunos correos se señalaba que quería exluir cierta información de la evaluación del IPCC.
Luego, en abril de 2010, una comisión parlamentaria británica negó la manipulación de los datos y, seguidamente, un grupo científico internacional creado por la universidad y la Royal Society, la academia de ciencias británica, concluyó que no había «evidencia de mala práctica científica deliberada».
Sin embargo, las dudas sobre el manejo intencional de los datos quedaron en el aire.