Hace casi 10 años el australiano Dave Pearson estaba surfeando en la costa este de Australia, cuando un tiburón bulldog, de tres metros de largo, le arrancó el brazo y lo arrastró hasta el fondo del océano.
Sus amigos lograron auxiliarlo y llevarlo a la playa, lejos del depredador. De este feroz ataque logró sobrevivir, gracias a la actuación rápida de sus acompañantes.
El hombre, que cuenta en la actualidad con 58 años de edad, quiere ayudar a cientos de personas de todo el planeta, que han vivido este tipo de experiencia traumática. De allí que creara el “Club de los mordidos” una singular agrupación cuyo único objetivo es apoyar a las víctimas de ataques a superar el trauma, reseñó la agencia AFP.
“Mi vida está hecha de ataques de tiburones”, dijo Pearson luego de pasar un día jugando con las olas en la misma playa donde ocurrió la tragedia.
Inicialmente, el “Club de los mordidos” tenía solo un pequeño número de víctimas de estos depredadores marinos. Desde entonces se ha extendido a personas atacadas por perros, caimanes e incluso hipopótamos.
Sus miembros -cerca de 400- suelen reunirse al menos una vez por año. Algunos se ven para surfear, mientras que otros se mantienen en contacto a través de las redes sociales.
El club es una red de supervivientes que busca apoyo. De ahí que su fundador pase la mayor parte de las noches al teléfono con alguien que necesita hablar.
Fue por coincidencia que se dio cuenta de la importancia de compartir la experiencia, pues en el hospital donde fue atendido conoció a Lisa Mondy, quien había sido atacada también por un tiburón, unos días antes que él.
“Todos estaban allí para desearme lo mejor, pero hasta antes de hablar con Lisa era como si los demás no pudieran comprender lo que tenía en la cabeza”, recuerda el surfista.
El impacto del ataque mezclado con la cobertura de los medios es inquietante para las víctimas y sus familiares, pero también para los trabajadores humanitarios. En algunos casos, puede provocar un trastorno de estrés postraumático.
El día de 2013 en el que Zac, de 19 años, murió por el ataque de un tiburón tigre cerca de Coffs Harbour, su padre, Kevin Young, se sintió destrozado.
Con las piernas casi cortadas, su hijo logró remar hasta donde estaban sus tres amigos, de 14, 15 y 19 años, que, en medio de las aguas de color rojo sangre, lo llevaron vivo a la orilla. En vano.
“En mi mente, ese día, esos tres chicos se convirtieron en hombres”, dijo Young, quien se siente “en deuda de por vida” por lo que hicieron.
Al igual que Pearson, Young habla del dolor de los demás antes que del propio. Todos los que participaron en el rescate de su hijo pagaron el precio psicológico, dice.
Para Young, es una suerte pertenecer al “Club de los mordidos” que evita a las víctimas encerrarse en sí mismas.
Entre ellos se encuentra Ray Short, a quien en 1966, cuando tenía 13 años, un tiburón le arrancó la pierna mientras nadaba cerca de Wollongong, al sur de Sídney.
Pearson explica que aunque todos los integrantes del club están estrechamente relacionados, sus puntos de vista pueden ser divergentes. Algunos están a favor de matar tiburones mientras que otros son defensores del medio ambiente. Igualmente, la manera de superar el trauma es diferente.
Pearson, como muchos otros miembros, no le ha dado la espalda al océano. Sólo su práctica de “surfear ha cambiado, probablemente ahora sea más especial porque conozco las consecuencias”, dice.
Aunque los ataques de tiburones siguen siendo excepcionales, fueron particularmente numerosos (22 en total) el año pasado en Australia y dejaron siete muertos, según la sociedad de conservación Taronga.
En 2020 fue el país con más ataques de este tipo, según los registros del Programa de Investigación de tiburones del Museo de Historia Natural de Florida.
Otras noticias de interés: