Las negociaciones entre Rusia y Ucrania continuaron este miércoles por videoconferencia, lo cual es sin duda una buena noticia, pero todo indica que aún está lejos de poder alcanzarse un arreglo político que satisfaga a ambas partes, mientras la población civil sigue sufriendo los estragos de una guerra que, al margen de las razones que argumente el Kremlin, proviene de un país al que los ucranios se sentían –así en pasado– unidos por tantos lazos fraternos, que quedaron hechos añicos por los bombardeos que continúan ya tres semanas.
Y no es fácil llegar a un acuerdo de paz porque la aceptación de Ucrania de que no va a ingresar a la OTAN –que podría presentarse como victoria del Kremlin– va acompañada de dos exigencias más, una que Moscú considera innegociable: que Crimea sea reconocida como parte de Rusia para siempre, y la otra, que sí puede debatirse: qué tanto territorio de Ucrania quiere el iniciador de esta guerra que sea considerado “liberado” del yugo de Kiev: ¿sólo las regiones de Donietsk y Lugansk en la fronteras que tenían antes de 2014? O ¿el mapa de ubicación de las tropas que exista el día que se firme la paz?
Por otro lado, se filtró al londinense Financial Times que desde el lunes anterior se discute una propuesta de acuerdo de quince puntos, entre otros el compromiso firme de no adherirse a la OTAN ni de instalar bases militares ni armamento ofensivo, que presupone declarar un alto el fuego y retirar las tropas rusas que entraron desde el 24 de febrero, a cambio de que el estatus de neutralidad de Ucrania sea garantizado por sus aliados, en particular Estados Unidos, Gran Bretaña y Turquía.
No es claro de qué manera esos países podrían garantizar la seguridad de Ucrania sin que Rusia se sienta amenazada, siendo los tres miembros de la OTAN.
Expertos militares más escépticos creen que las negociaciones son para Rusia una suerte de pretexto para ganar tiempo y reagrupar sus fuerzas mientras prepara el asalto final de Kiev. Vaticinan que las pláticas van a prolongarse hasta que Rusia consiga unir el Donbás con Crimea, extendiendo sus dominios a toda la costa de los mares de Azov y Negro, cuando caigan los dos puertos estratégicos ucranios, Mariupol y Odesa, que parecen objetivos prioritarios de la “operación militar especial” rusa como parte de un plan de expansión geopolítico, a imagen y semejanza de lo que ha venido haciendo la OTAN desde que cayó el muro de Berlín.
Tal vez por eso, Aleksei Arestovich, asesor de la presidencia ucrania, en declaraciones al canal de TV Ukraina-24 comentó que “siendo realista, no creo que alcancemos un acuerdo antes de mayo siguiente. A lo mejor me equivocó y se consigue antes. Hablo de plazos máximos. Ahora estamos en una situación en que dentro de una o dos semanas podríamos llegar a un entendimiento de paz con el retiro de tropas y todo lo demás. Y en el otro extremo, después de la enésima ronda de negociaciones, hacia fines de mayo, la opción será seguir combatiendo”.
El vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, no quiso hacer ningún pronóstico este miércoles: “Preferimos abstenernos de adelantar estimaciones, hay que esperar que se obtengan resultados sustantivos, cuando sería el momento de informar a la opinión pública de ambos países”.
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Zelensky, más realista
El canciller Serguei Lavrov, en entrevista concedida al canal ruso de televisión RBK, declaró hoy que el presidente de Ucrania “esta evaluando de manera más realista la situación en torno a su país”.
Dijo que “actualmente se está negociando el estatus neutral de Ucrania junto con las garantías de seguridad que plantea Rusia, y estamos dispuestos a explorar cualquier vía para garantizar la seguridad, tanto la nuestra como la de Ucrania y Europa, todo menos la ampliación de la OTAN”.
Durante las negociaciones, en opinión de Lavrov, “hay algunas formulaciones concretas que están cerca de concordarse”.
Sin embargo, el impulso que recibió el proceso negociador al declarar el presidente ucranio Volodymir Zelensky que Ucrania acepta que no va a formar parte de la OTAN y que habrá que buscar nuevas formas de cooperación militar podría diluirse un tanto con la precisión hecha por Aleksei Danilov, secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa, acerca de cómo interpretar lo dicho por su mandatario en cuanto a las garantías de seguridad que espera Ucrania de alguno de sus aliados.
Según Danilov, Ucrania necesita establecer una “alianza militar” con una de las cinco potencias nucleares que tiene asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, que desde su punto de vista, al día de hoy, tiene más posibilidades de ser Gran Bretaña.
Y si eso fuera cierto, se esfumaría el optimismo que generó Zelensky, aunque es probable que ninguna potencia nuclear –las que tienen ese estatus oficialmente reconocido– quiera involucrarse de manera directa en una guerra con Rusia, ya que los propios poseedores de arsenales nucleares son conscientes de que nadie podría ganar una conflagración que equivaldría a suscribir su propia acta de defunción.
Es más, los cinco –Rusia, EU, Francia, Gran Bretaña y China– lo firmaron con esas palabras en una reciente declaración especial del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Lo más importante en este momento, ante la magnitud de la catástrofe humanitaria, que está castigando a la población civil es abrir verdaderos corredores seguros para que la gente pueda salir de las ciudades y poblados asediados por las tropas rusas y dirigirse adónde quiera, sin ser bombardeada si no sigue la única ruta que le marcan con fines más propagandísticos que humanitarios.
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Cruce de acusaciones
El ministerio ruso de Defensa desmintió haber bombardeado este miércoles el teatro de arte dramático de Mariupol, en cuyo sótano –como asegura el consejo urbano de esa ciudad– se refugiaban cientos de personas. Endosó la responsabilidad a “los combatientes del batallón Azov” al acusarlos de haber minado el edificio.
Las autoridades rusas no se cansan de repetir que este deleznable “batallón Azov”, que en efecto está formado por ultras de corte neonazi y tiene su sede en Mariupol, retiene por la fuerza como “escudo humano” a los habitantes del puerto. Cabe una pregunta: ¿pueden 900 ultras neonazis, que es el número reconocido de integrantes del tristemente célebre batallón, retener a los 400 mil civiles que viven en Mariupol?
De acuerdo con el canciller Lavrov, Rusia no comenzó esta guerra, sino está terminando “la que inició el régimen de Kiev, que durante por lo menos los ocho años recientes lleva a cabo contra la población civil del Donbás”.
Enfatiza: “Esta guerra tiene que terminarse, sobre todo ahora que vimos (el lunes anterior) por enésima vez la confirmación del auténtico rostro de los radicales de Kiev, quienes con el sistema Tochka-U y proyectiles de fragmentación (prohibidos) atacaron el centro de Donietsk y mataron a 21 personas e hirieron a muchos habitantes”.
No hay datos oficiales de cuántos civiles murieron en el Donbás en 2021 por ataques de los “radicales de Kiev”, nuevo sinónimo de los “ultranacionalistas neonazis” en la terminología oficial de Moscú, pero sí los hay de 2020 y 2019.
La comisionada para los derechos humanos en la República Popular de Donietsk, Daria Morozova, afirma en su más reciente reporte anual: “En 2020 se registró el nivel más bajo de víctimas mortales entre civiles durante todo el periodo del conflicto armado: cinco personas. En 2019, murieron nueve civiles”.
En la República Popular de Lugansk, a juzgar por sus documentos oficiales, están aún mejor: en 2020 murieron dos civiles y en 2021, uno solo.
Con información de La Jornada
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