A Henry Kissinger le agrada intervenir en los conflictos al rojo vivo y a Donald Trump crearlos, sólo con el fin de ganar apoyo dentro del país. Hace pocos días el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, era poco menos que considerado “un caníbal”, capaz de provocar la tercera guerra mundial, pero ahora es un santo, que se abraza con su par de Corea del Sur, y con el Secretario de Estado Norteamericano, Pompeo, ya se saludan hasta de beso.
A Trump le importa muy poco el derecho internacional y, además, se mete en el bolsillo a la inútil Naciones Unidas; poco le importa la Unión Europea y se burla como quiere del banquero Emmanuel Macron, y lo único que le inquieta es tener buenas migas con El Pentágono y mantener el apoyo de los reaccionarios ciudadanos de la América profunda.
En el Medio Oriente se ganó el apoyo de los sátrapas de Arabia Saudita, con quienes junto a Israel forman un eje que quiebra el mundo árabe y salir, olímpicamente, del pacto de reducción de armas nucleares con Irán; sin embargo apoya al terrorismo árabe – ISIS y Alcaida, en Siria y, además, pacta con quienes aportan el dinero y las armas, los emiratos árabes.
El lunes, 14 de mayo, se auguró la nueva sede de la Embajada de Estados Unidos en Jerusalén, con la presencia Yovanka Trump y su esposo, justo el día del aniversario de la creación del Estado de Israel, en 1948, cuando Naciones Unidas le usurpó a los palestinos su territorio. (La gente olvida que David Ben Gurión era un terrorista que atentaba contra los ingleses).
Jerusalén es la capital de las religiones monoteístas existentes: judíos, cristianos y musulmanes; en esta ciudad se encuentra el Muro de los Lamentos, los lugares principales del recorrido en los últimos días de Jesús hacia la crucifixión y la segunda Mezquita más importante de los musulmanes. Según el Corán, la Ciudad Santa fue el escenario de la subida de Mahoma al paraíso, así como la resurrección y ascensión de Cristo a los cielos.
Para los palestinos, Jerusalén es su capital, lo mismo para los israelitas. Esta ciudad está dividida en tres sectores, que corresponden a las tres religiones antes mencionadas. (Con toda razón Naciones Unidas ha emitido numerosas declaraciones en pro de la neutralidad de Jerusalén).
El rompimiento del pacto con Irán y la inauguración simbólica de la Embajada de Estados Unidos en Jerusalén sólo servirán para incendiar la pradera, provocando un conflicto proporciones en el Medio Oriente, que es justamente lo que quiere lograr el trío Israel-Arabia Saudita- Estados Unidos, a fin de tener el dominio de la región.
Hay que reconocer que la política de Trump, por muy desquiciada que les parezca a muchos, ha logrado dividir al mundo árabe que, actualmente, ha perdido toda su potencia cuestionadora. Da pena constar que los países árabes han reaccionado muy débilmente ante más de cien muertes y miles de heridos en la Franja de Gaza. Los palestinos están solos, luchando contra estos tres poderes unidos.
Por otra parte, se trata de pelear contra los que rompe los pactos, antes Corea del Norte y, ahora, castigar a quien los cumple, como es el caso de Irán.
La sociedad civil iraní está bastante dividida: padece una grave crisis económica y la devaluación de su moneda, además de una baja del poder adquisitivo del 50%. Muchos ciudadanos reclaman contra la política internacional del gobierno, que gasta millones de dólares en Medio Oriente, pues están más preocupados por su situación económica familiar – con razón dicen que el gobierno gasta el dinero en subvencionar a los árabes, <los iraníes son descendientes de los persas y son musulmanes chiitas> -.
El Ayatola Alí khomenei ha sido muy cauto ante la agresión norteamericana, pero en los últimos días ha amenazado con reiniciar el programa de enriquecimiento de uranio.
Los países europeos, incluido Gran Bretaña, intentan mantener el pacto con Irán, aun cuando Estados Unidos lo haya descartado, y como los iraníes no son tontos, jamás se van a tragar semejante propuesta, pues el que ronca es Donald Trump y no Emmanuel Macron.
Mientras Trump cuente con el apoyo del Partido Republicano, el Pentágono y gran parte de la sociedad norteamericana, podrá seguir haciendo lo que quiere y como lo quiere, y a sus “mozos” de Occidente y de la ONU, tratarlos como subalternos – como en realidad lo son -.