Un fantasma recorre el mundo: el fantasma expansionista del Destino Manifiesto

Donald Trump parece decidido a reforzar la idea de que América y el mundo es para los estadounidenses, sin considerar el impacto negativo en las relaciones internacionales

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma expansionista del Destino Manifiesto

Autor: Fernando Cabrera

Donald Trump ha reavivado una antigua ambición estadounidense: el expansionismo. Sus comentarios sobre Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá y su propuesta de renombrar el Golfo de México como Golfo de América trascienden las simples excentricidades, ya que resuenan con las doctrinas que, en el siglo XIX, impulsaron a Estados Unidos a consolidarse como una potencia global. La Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, en su momento herramientas para justificar la expansión territorial, reviven ahora bajo la retórica de «Make America Great Again», pero en un contexto mucho más complejo.

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Trump parece decidido a reavivar la idea de que América y el mundo es para los estadounidenses, ignorando las implicaciones diplomáticas y los efectos devastadores que tales acciones tendrían en las relaciones internacionales. Su obsesión por la expansión territorial, aunque inverosímil, evoca un pasado imperialista que muchos creían superado. Sin embargo, es un error subestimar sus palabras como simples disparates. Detrás de su aparente desenfado, hay un propósito ideológico que, si bien no puede materializarse con las mismas tácticas de antaño, sí tiene la capacidad de deteriorar el orden internacional.

El problema de Trump no es solo su discurso, sino el respaldo que tiene de sectores influyentes como Elon Musk, cuyas ambiciones espaciales podrían reinterpretarse como una nueva forma de Destino Manifiesto. La expansión ya no se limita a la Tierra, sino que se proyecta hacia el cosmos. Esta retórica revive el espíritu colonizador, ahora con un giro cósmico, lo que pone en alerta no solo a las naciones, sino también a las estructuras internacionales.

La política de Trump no es una simple anécdota. El juego de poder que está impulsando con sus declaraciones podría fracturar alianzas estratégicas como la OTAN y dar espacio a potencias como Rusia y China para fortalecer su influencia global. Mientras Europa y Estados Unidos se enredan en sus propios conflictos, los beneficiarios de este caos geopolítico estarán listos para ocupar el vacío de poder.

Trump y su base de seguidores, MAGA, parecen añorar una época dorada que solo existió bajo el prisma de la conquista y el sometimiento. Las ideas de grandeza nacional basadas en la expansión y el proteccionismo suenan peligrosamente familiares. Lo que está en juego no es solo la soberanía de naciones como Canadá o México, sino la estabilidad de un orden internacional que lleva décadas tratando de consolidarse.

Lo que está claro es que Trump ha tocado una fibra sensible en la historia de su país, y mientras sus palabras resuenan en los medios, el mundo observa con cautela los próximos movimientos de este proyecto que amenaza con desenterrar los viejos fantasmas del imperialismo estadounidense.

El Destino Manifiesto: legado de expansión, guerra e ideología imperialista

El concepto del «Destino Manifiesto» fue popularizado en 1845 por el periodista John O’Sullivan, quien afirmó que la expansión territorial de Estados Unidos era inevitable y estaba divinamente ordenada. Este pensamiento reflejaba el excepcionalismo estadounidense, justificando la expansión a costa de otras naciones. La guerra contra México fue uno de los ejemplos más controvertidos de esta doctrina.

La idea del Destino Manifiesto se basaba en la creencia de que Estados Unidos tenía una misión divina para expandirse a lo largo del continente. Esta creencia, influenciada por el calvinismo y las convicciones puritanas, justificaba la expansión como un derecho natural. La anexión de Texas, un territorio que pertenecía a México, fue un ejemplo de esta mentalidad expansionista, que llevó finalmente a la guerra entre ambos países en 1846 bajo la presidencia de James Polk.

La guerra contra México fue un claro ejemplo del poder destructivo del Destino Manifiesto. Las tropas estadounidenses ocuparon gran parte del territorio mexicano, y en 1848, el Tratado de Guadalupe Hidalgo obligó a México a ceder la mitad de su territorio. Este conflicto también reflejó el racismo subyacente en la doctrina, ya que los líderes estadounidenses justificaban la invasión al considerar a los mexicanos inferiores, en una retórica que exaltaba la superioridad anglosajona.

Aunque el Destino Manifiesto encontró oposición, especialmente entre los Whigs, que veían sus implicaciones imperialistas y la expansión de la esclavitud, la doctrina evolucionó y se extendió más allá de la adquisición de tierras. En el siglo XX, su espíritu se resignificó para justificar la política exterior de Estados Unidos, donde se sigue viendo a sí misma como una nación indispensable con la responsabilidad de guiar al mundo. Sin embargo, el Destino Manifiesto es también percibido como una expresión de imperialismo, violencia y racismo.

Una doctrina ampliada a través del tiempo

La visión expansionista de los gobiernos fue evolucionando desde los “Padres fundadores” en adelante. El destino manifiesto siguió presente en el siglo XX controlando -o intentando controlar- el mundo desde la política exterior y la economía.

El concepto del Destino Manifiesto, reinterpretado a lo largo del tiempo, llegó al siglo XXI con las intervenciones militares y guerras protagonizadas por George W. Bush y Barack Obama. Ahora con el retorno de Trump a la presidencia, pareciera que el Destino Manifiesto estuviera despertando de nueva cuenta.

El lema de Donald Trump, «Haz a los Estados Unidos grande otra vez», hace recordar a varios estadounidenses que, desde su optica, Estados Unidos fue grande, cuando creció a costa de sus vecinos.

Foto: Redes

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