Sabemos que Iggy Pop es una leyenda viva, un ícono, un dinosaurio, un crack, una estrella de verdad, de esas que brillan tanto, que su luz nos va a llegar hasta después de muerta, en medio de un oscuro cielo rockero, con ángeles en pantalón de cuero, junto a David Bowie o Lou Reed. Cuando ese día llegue, la estrella verá el rostro que viera antes, cuando estaba en el clímax de sus años locos, el huesudo rostro de la muerte, cuando vino a buscarla, con la nariz empolvada de cocaína y una mochila cargada de heroína, descocida y tapizada en parches de los Sex Pistols, colgando del hombro.
Por aquellos días, la estrella quizás nunca imaginó que su resplandor permanecería durante tanto tiempo y hoy, 10 de Octubre del 2016, ya tiene 69 años y créanme que tener su cuerpo contorneándose frente a tus ojos, al ritmo de “I Wanna Be Your Dog”, ha sido un verdadero privilegio.
El show comenzó a eso de las 7 de la tarde, con una breve pero sólida Ana Tijoux, que tras su aparición, dio paso a los ingleses de The Libertines, la banda post punk que cumplió con darle a su fanaticada los hits que fueron a buscar, pero que con unos líderes un tanto pasados de copas (tal vez), hicieron un tanto difícil la fluidez de la comunicación con el público y entre ellos mismos, llegando hasta el punto de hacer enfurecer a su baterista (Gary Powell), que detuvo las baquetas en medio de una mala versión de “Georgia”, del gran Ray Charles.
The Libertines sin duda es una banda poderosa, pero está a años luz de la fuerza de un experimentado Iggy Pop, que tan solo con sus primeras tres canciones, ya tenía bajo sus pies a cada uno de los asistentes al concierto, que gritaban eufóricos con “I Wanna Be Your Dog”, en seguida “The Passenger” y en tercer lugar “Lust for Life”, una de las canciones más icónicas de la generación del 90, luego de revivir como parte de la banda sonora de la película «Trainspotting», de 1996 y que tocada por músicos de la primera línea, transforman el momento en un recuerdo eterno.
Iggy Pop corrió de un lado a otro, bailó sin parar, dio la mano a todos los que pudo y se dejó tocar por todos los que pudieron; abrazó a los dos chicos que lograron burlar la seguridad y subir hasta el escenario para cantar con él, no sin que Iggy interviniera para que los dejaran libres y hasta bromeó con la gente, cuando hizo el amague de lanzarse sobre el público, como antaño, cuando perdió uno de sus dientes.
Iggy es el rock hecho hombre y eso lo vemos en cada uno de sus desinflados músculos, en sus venas hinchadas y en los pliegues de un cuerpo que tiene una gran historia que contar y que en su paso por Chile, quedará grabada en las retinas de todos quienes estuvimos ahí.
Texto y fotografías por Magdalena Chacón