2 de octubre de 1968. Se reúne en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, El Consejo Nacional de Huelga (CNH), organización autogestiva integrada por 70 universidades y preparatorias de la Ciudad de México, y formada en respuesta a irrupciones de corporaciones policiales y destacamentos militares en instituciones educativas.
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El CNH articula una eficiente red de asambleas en las que se debaten con toda seriedad reformas enfocadas a rubros estratégicos del quehacer social, tales como la promoción de la educación y la resistencia ante los embates de un gobierno que poco conserva de revolucionario y solo se apega a lo institucional cuando no compromete los intereses de los líderes del partido.
Las preocupaciones de Gobernación
El nivel de organización del CNH, conglomerado activista en constante expansión, intimida al presidente Díaz Ordaz, y también al subsecretario de gobernación, Luis Echeverría. Perciben en el CNH una organización que aspira a competir en influencia con el estado que ellos representan, y que enarbolan posicionamientos y acuerdos en una retórica que les resulta incomprensible. Algo tienen en claro: los Juegos Olímpicos de México 1968 no se los van a entorpecer y para ello han formado en secrecía un destacamento militar enfocado a ese particular: el Batallón Olimpia. Han acordado no echar mano de él con ligereza, pero cuando se acuerde que su activación es inminente, no les temblará la mano.
Los infiltrados tienen al tanto a Gobernación de que este 2 de octubre es un día de abundante actividad para el CNH, pues se reunirán en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, alrededor de diez mil personas pertenecientes a asociaciones ligadas al CNH. Las cabezas del CNH estarán ahí; los “instigadores”, como los caracterizan en gobernación.
“Hemos sido tolerantes hasta extremos criticables”, ha declarado el presidente. “Pero todo tiene un límite”.
El momento ineludible ha llegado: el descabezamiento del Consejo Nacional de Huelga se ofrece en bandeja de plata. «Y esa calidad en la oportunidad…», suele decir Echeverría,que nunca concluye esa oración más que con una sonrisa tétrica.
Planeando el descabezamiento
El subsecretario Luis Echeverría se envanece en la meticulosidad de la operación que han diseñado para decapitar al CNH, que considera como amenaza contra las cuatro instituciones genuinas del país: los tres poderes del estado mexicano y el Partido Revolucionario Institucional. Este golpe va a frenar en seco la conflagración civil que se expande aceleradamente, alimentada por corrientes extrañas provenientes de París, California, Nueva York y Sudamérica. Corrientes desaforadas que postulan la imaginación al poder.
Este golpe va a sentar un precedente que sirva de lección e instructivo a los gobiernos timoratos que no saben poner un alto a los civiles envalentonados. ¡Un golpe digno de ser filmado! Para después mirar, por ejemplo, en alguna sala de proyecciones dentro de una blanca mansión en Washington.
Pero… ¿qué cineasta se prestaría a filmar una operación tan delicada? Los cineastas suelen ser sujetos con ‘temperamento artístico’, un temperamento que en esta época de 1968 suele presentarse embadurnado de una conciencia social malentendida. Así lo reflexiona Luis Echeverría, el máximo conocedor de cine en todo el gabinete de Díaz Ordaz, admirador del trabajo de Einsenstein, Dziga Vertov, Herbert Biberman. El subsecretario se ha planteado la íntima promesa, en caso de alcanzar La Silla, de hacer de la nación una potencia fílmica.
Luces de bengala, cámara… ¡acción!
Pero para alcanzar tan insignes objetivos, se necesitan instituciones, piensa el subsecretario Echeverría. Instituciones fuertes y como Dios manda. Ello exige desactivar aquella organización que amenaza a las Genuinas Instituciones. Y aquello debe ser filmado. Ahora bien, ¿Qué cineasta de los que tiene a la mano sería capaz de guardar el secreto? No parece haber muchos candidatos.
Un nombre se proyecta en su mente: Servando González Hernández. Ese muchacho de talento, que aún joven ya dirigía los laboratorios de los estudios Churubusco, y que después se convirtió en el primer mexicano en dirigir una película estadounidense, así fuera compartiendo el crédito con Anthony Perkins. Eso por no mencionar su película “Viento negro”, en cuya cruda atmósfera y tragedia el subsecretario Echeverría encuentra tanto eco de “La sal de la tierra”, de 1954.
Gobernación envía la propuesta de trabajo a González Hernández, cuidando de no revelar en ella nada que no sea indispensable. La tarea consiste en filmar determinado perímetro a lo largo de un tiempo preestablecido, registrando con la mayor nitidez los movimientos que se configuren en el área, después llevar a término el proceso de edición con la mayor celeridad posible, y entregar las latas al gobierno. La utilidad de la película no es de su incumbencia.
De aceptar, recibirá una suma de veinte mil pesos y el compromiso de mantener el proyecto en secrecía por varias décadas. Servando González Hernández evalúa la asignatura como pan comido: es prácticamente como ganarse veinte mil pesos por filmar un desfile. Hasta le tranquiliza que la finalidad privada del proyecto fílmico lo exima de conflictos con el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica, que tantos dolores de cabeza le han acarreado desde su primera película. ¡Muchos proyectos así!
Desde el 1 de octubre de 1968, le son entregadas a González Hernández por 8 cámaras de 35 milímetros en la Torre de Tlatelolco, que sirve por aquel entonces como sede al departamento de Relaciones Exteriores, donde es recibido con su equipo por el diplomático José Gallástegui Contreras, oficial mayor de la cancillería, quien supervisó personalmente la construcción de dicha torre. El diplomático ha recibido de Gobernación la orden de brindar al cineasta todas las condiciones necesarias para su trabajo.
Durante la jornada, acompañará al equipo el oficial Yáñez, miembro del Estado Mayor Presidencial que suele fungir como el escolta más cercano a Luis Echeverría. Yáñez nada sabe sobre procesos fílmicos, pero ahí está, a cada segundo, registrando cada escena en ese carrete de la memoria tan fidedigno que suelen desarrollar cierto tipo de militares que recibe la encomienda de redactar partes de guerra.
Tras varias pruebas y mediciones, González Hernández se decanta por los pisos 17 y 19 para realizar la filmación, dado que le proveen ángulos óptimos para el registro de la Plaza de las Tres Culturas.
Miembros destacados del equipo del cineasta son Cuahutémoc García Pineda, camarógrafo de la Presidencia de la República quien el resto de su vida callará “por miedo y por amor a la vida” su participación en aquel proyecto fílmico que lo marcará para siempre; y Alex Phillips, un cinefotógrafo nacido en Canadá, que había arribado a México en 1931 para acompañar la filmación de “Santa”, dirigida por Antonio Moreno, y que se convertiría en la primera película sonorizada del cine mexicano.
A las tres de la tarde, el equipo ha emplazado todas las cámaras y se encuentran registrando a la multitud congregada en la Plaza de las Tres Culturas. Cinco minutos antes de las seis de la tarde, escuchan helicópteros sobrevolar la Torre de Relaciones Exteriores. Veinte minutos después, el equipo registra bengalas cayendo desde los helicópteros. Empiezan los disparos, al principio dispersos, aunque velozmente se transforman en ráfagas.
Décadas después, en una entrevista televisada, Servando González rememorará los hechos de Tlatelolco como uno de los dos eventos más memorables de su trayectoria:
“Yo tuve ocho cámaras presenciando todos los problemas de Tlatelolco. Desde muy temprana hora, desde las tres de la tarde, emplacé cámaras por todos lados. Yo vi el paracaídas, yo vi todos los muertos, yo vi… todo, en cine está todo esto”.
El 2 de octubre era el cumpleaños de la hija de Servando González Hernández. El cineasta tenía contemplado llevarla a cenar terminando su encomienda. Pero este momento de celebración no sería posible, dado que el realizador terminaría su asignatura hasta las 5 am del 3 de octubre; y a esa hora, solo la mitad de la encomienda estaría concretada.
El 2 de octubre, diría más adelante Servando González, sería el segundo momento más impactante en su trayectoria como cineasta. El primero: ver uno de sus filmes distribuido por la Metro-Goldwin- Mayer.
3 de octubre, 5 am: editando el capítulo final
El equipo no cerró su turno de trabajo en la Torre de Relaciones Exteriores para irse a sus domicilios. El equipo salió rumbo a los estudios Churubusco, escoltados por el comandante Yáñez y otros elementos del Estado Mayor Presidencial. Ahí, pasaron una jornada más editando contra reloj.
Cuando la misión estuvo concluida, el Estado Mayor realizó una inspección minuciosa de los laboratorios para asegurarse de que no fuera a quedar fuera de las latas un solo cuadro. El comandante Yáñez se despidió del equipo con un recordatorio cortés, pero firme, de mantener el proyecto como información confidencial «hasta con sus familias». Sólo hasta entonces, pudo el equipo de filmación dar su labor por concluida.
Aquel cónclave de artistas técnicos había filmado una de las mayores masacres urbanas del México moderno… con los medios y el salario proporcionado por los asesinos.
De aquel documental no se tiene hasta nuestros días conocimiento de su paradero; pero de su realización existe suficiente información en el documental “Los rollos perdidos” de 2018, lanzado con motivo de los cincuenta años del fatídico acontecimiento, y que al momento de la redacción del presente artículo se puede visualizar en la plataforma You Tube.
IMAGEN: MUSEOS DE MÉXICO
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