@onelortiz
El viernes 13 de agosto, la Gran Tenochtitlán cumplirá 500 años de su caída ante los conquistadores españoles. Después de tres meses de asedio, terror y muerte la gran capital del imperio azteca fue destruida y su último tlatoani Cuauhtémoc, hecho prisionero y torturado por Hernán Cortés. La historia oficial cuenta este relato, pero después de medio milenio es tiempo de, como dicen, quitarle el bronce a las estatuas. Esta conmemoración es un buen momento para tratar de entender el exterminio, colonización, conquista, explotación y mestizaje como un proceso histórico que cambió al mundo y al Hombre a partir del siglo XVI.
No lo veamos desde la cultura y valores actuales. Obvio que este hecho histórico resulta incomprensible desde la democracia, los derechos humanos, la igualdad, el respeto al medio ambiente y la pluralidad. Europa salía de la terrible noche de la Edad Media, llena de dogmas, pestes, guerras, fanatismos, señores y siervos, para abrazar las luces y sombras del Renacimiento. El Humanismo, el florecimiento del arte, la invención del Estado, la democracia, las grandes expediciones, los exterminios y la reinvención de la esclavitud.
Cuando Cortés y sus hombres llegaron a tierras americanas el imperio azteca se encontraba en pleno proceso de expansión, con muchos pueblos que someter. Desde la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz a la caída de Tenochtitlán median dos años. El triunfo castellano no se explica sólo por el arrojo y ambición de los peninsulares y sus armas, caballos, perros y tácticas de guerra; se explica por las epidemias que vinieron con ellos y principalmente por las alianzas que Cortés construyó con los pueblos enemigos de los aztecas a los cuales odiaban y ayudaron a exterminar. Que razón tenía y tiene esa frase de que la guerra es la partera de la historia.
Las pérdidas son irreparables. El exterminio y muerte de la población, la destrucción de templos, códices y documentos. Esas culturas se conservaron en parte en las piedras eternas de Teotihuacán, el Templo Mayor, Palenque, Tajín, Tulum, etc., en los sobrevivientes, en los pueblos y comunidades indígenas que hasta la fecha son objeto de discriminación y olvido. Las costumbres, como la sangre y la comida, se mezclaron, pero no valen igual. En sectores de la población siguen pesando el racismo y el clasismo.
Hay tanto que escribir, por ahora lancemos una pregunta: ¿Qué hacer frente a esta conmemoración? La pandemia, la crisis económica, la austeridad mal entendida como pobrismo y la falta de imaginación de las autoridades, han preparado actividades que no hacen justicia a esta fecha. No hablo de realizar obras fastuosas, sino de que la autoridad asuma decisiones que incidan en la sociedad.
Hace semanas, en este mismo espacio propuse que la Alcaldía Cuauhtémoc cambiara de nombre a Tenochtitlán, de hecho podría llamarse Cuauhtémoc-Tenochtitlán, con todo lo que eso implica. A las autoridades sólo les alcanzó el impulso para cambiarle el nombre a una estación del metro y hacer una maqueta gigante, cuando la Tenochtitlán auténtica existe debajo de nuestros pies y cuando museos y zonas arqueológicas requieren importantes apoyos.
El idioma español es uno de los grandes resultados del mestizaje. Nada como el idioma mantiene viva una cultura. Sólo poco más del 7 % de la población mexicana habla alguno de los 68 idiomas nacionales, es decir alrededor del 93% de los mexicanos somos analfabetos de nuestras lenguas. Propuesta: Que en la educación básica, tanto en escuelas públicas como privadas, se enseñen los idiomas originarios de la región y que se inicie un programa de alfabetización en lenguas originarias para los adultos. Eso sí sería rescatar nuestro pasado. Eso pienso yo, ¿usted qué opina?