Autor/a Meghan Bodette
Traducción Maria Inés Cuervo
Documentos no publicados anteriormente revelan que altxs funcionarixs turcxs implicadxs en la elaboración y aplicación de las agresivas y autoritarias políticas anti kurdas del país a los más altos niveles, recibieron formación militar estadounidense en el marco de un programa de ayuda en materia de seguridad que ha respaldado a dictadores y escuadrones de la muerte en todo el mundo y que sigue activo en la actualidad.
En noviembre de 1979, el embajador de los Estados Unidos en Turquía, Ronald Spiers, urgió al Congreso a no recortar la financiación estadounidense para el ejército turco.
Su petición no era nada sorprendente en aquel momento. Situada estratégicamente en el Mediterráneo y compartiendo frontera terrestre con la Unión Soviética, Turquía había sido miembro de la OTAN durante casi 30 años y funcionaba como un estado clave de primera línea en la estrategia estadounidense de la Guerra Fría. Los Estados Unidos establecieron estrechas relaciones con los servicios de seguridad e inteligencia turcos para lograr sus objetivos, reforzándolos a expensas de las autoridades civiles electas.
El programa de Educación y Entrenamiento Militar Internacional (IMET), un programa de ayuda de seguridad que pagaba a personal militar extranjero para que se entrenara en los Estados Unidos junto a sus homólogxs estadounidenses, era un elemento de esa estrategia.
Spiers consideraba que la ayuda del IMET era una inversión digna de mención. El programa «resulta inevitablemente muy rentable para las cantidades relativamente pequeñas que se gastan», dijo.
Como ejemplo, nombró a varios oficiales turcos de alto rango que habían sido «formados en los Estados Unidos bajo el patrocinio del IMET»: Necdet Üruğ, Selahattin Demircioglu, Bedrettin Demirel, Tahsin Sahinkaya y Nejat Tumer. Spiers los describió como un «núcleo de personal que ha estado ampliamente expuesto al entrenamiento y la doctrina militar de los Estados Unidos, así como a la sociedad estadounidense en su conjunto».
El rendimiento de la inversión estadounidense en las carreras de este «núcleo» prooccidental llegaría menos de un año después. El 12 de septiembre de 1980, los cinco hombres participaron en el violento derrocamiento del gobierno electo de Turquía, dando inicio a una era de brutal represión política y guerra incesante que daría forma a la política turca durante décadas.
Tahsin Sahinkaya, comandante de la Fuerza Aérea turca, y Nejat Tumer, comandante de la Marina turca, fueron algunos de los líderes del golpe y miembros del Consejo de Seguridad Nacional que gobernó por decreto durante los tres años posteriores. En 2014, un tribunal turco declaró a Sahinkaya culpable de delitos contra el Estado, junto al líder golpista Kenan Evren.
Necdet Üruğ, comandante del 1er Ejército, fue responsable del mando de la ley marcial en Estambul tras el golpe. Se convirtió en Jefe del Estado Mayor en 1983, cargo que ocupó hasta 1987.
Bedrettin Demirel, comandante del 2º Ejército, fue responsable del mando de la ley marcial en las provincias de Konya, Niğde, Kayseri, Nevşehir, Kırşehir y Yozgat. Selahattin Demircioglu, comandante del 3er Ejército, era responsable del mando de la ley marcial en las provincias de Erzincan, Gümüşhane, Giresun, Trabzon, Rize, Ordu, Sivas, Tokat, Amasya, Çorum, Samsun y Sinop.
El golpe de Estado de 1980 y la guerra en el Kurdistán
El supuesto papel de los Estados Unidos en los golpes militares en Turquía se ha debatido ampliamente. El cable de Spiers, que fue publicado por Wikileaks en 2016 pero del que no se había informado anteriormente, establece algo nuevo: una conexión directa entre el entrenamiento estadounidense y los líderes de un régimen militar que lanzó a Turquía a una trayectoria autocrática y violenta de la que aún no ha podido escapar.
El golpe de 1980 destrozó la poca democracia que existía en Turquía. El parlamento elegido y los partidos políticos del país fueron disueltos. Se ilegalizaron los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil, y se prohibió la publicación de periódicos. Se detuvo a más de medio millón de personas por cargos politizados. La tortura fue tan brutal y generalizada que Human Rights Watch la calificó de crimen contra la humanidad. Se sabe que cientos de personas murieron en prisión, y es probable que la cifra real sea mucho mayor.
Lxs kurdxs fueron lxs más afectados. Ya habían sido objeto de campañas de limpieza étnica declarada desde los años 20 y 30. El régimen golpista trató de rematar la faena negando la existencia kurda y criminalizando toda expresión de identidad kurda.
Al verse privadxs de todas las demás vías para exigir derechos básicos y enfrentarse a la asimilación por la fuerza, algunxs kurdxs optaron por contraatacar. El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), fundado por un grupo de estudiantes universitarios a finales de la década de 1970, comenzó su lucha armada por la liberación nacional kurda en 1984.
En respuesta, el régimen turco arrasó miles de pueblos, desplazó a millones de civiles, impuso el gobierno militar en las provincias de mayoría kurda y supervisó una campaña de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas llevada a cabo por las fuerzas estatales y por sombríos paramilitares. Los llamados del PKK a un alto el fuego nunca se convirtieron en negociaciones sustanciales. De lxs primerxs 22 diputadxs pro kurdxs elegidxs al parlamento en 1991 para intentar abordar las preocupaciones kurdas de forma pacífica dentro del sistema político turco, seis fueron encarceladxs durante su mandato y uno fue asesinado a tiros.
Financiando la represión
Desde Washington, la violencia puede haber parecido simplemente el precio de una victoria de la Guerra Fría. Turquía no fue, ni mucho menos, el primer país en el que los graduados de los programas de entrenamiento militar estadounidenses pasaron a hacer la guerra a los movimientos populares y a cometer atrocidades contra las minorías étnicas, disidentes y la izquierda.
La ayuda del IMET que, según el cable de Spiers, benefició a los golpistas turcos también financió la infame Escuela de las Américas, donde los Estados Unidos entrenaron a dictadores militares y escuadrones de la muerte que aterrorizaron a países desde Chile y Argentina hasta El Salvador y Honduras.
«Las dictaduras militares respaldadas por los Estados Unidos gobernaron la mayor parte de América Latina a lo largo de la década de 1970… Provistos de ayuda militar estadounidense, los jefes de estas fuerzas armadas se encontraron en posición de enviar un gran número de tropas a la Escuela… un mecanismo para subsidiar el entrenamiento de soldados extranjerxs, llamado programa de Educación y Entrenamiento Militar Internacional (IMET), facilitó el flujo de soldados a la SOA», escribe Lesley Gill en La Escuela de las Américas: entrenamiento militar y violencia política en las Américas.
Un informe del Servicio de Investigación del Congreso afirmaba que «la mayoría» del personal entrenado en la Escuela de las Américas estaba «financiado con fondos del programa de Educación y Entrenamiento Militar Internacional (IMET), proporcionados a través de la legislación sobre la ayuda financiera para el extranjero».
La publicación de una lista de nombres de personal formado en la Escuela de las Américas implicado en graves abusos contra los derechos humanos, y la revelación de que el material de formación utilizado en la institución defendía la tortura y las ejecuciones extrajudiciales, causó indignación en la década de 1990. Manifestantes exigieron el cierre de la escuela y el fin de los programas de formación militar y otras formas de apoyo a los regímenes represivos de América Latina. Miembros del Congreso presentaron una ley para recortar la financiación de la Escuela y pidieron a la administración Clinton que la cerrara.
El IMET y Turquía en la actualidad
Aún no se ha producido un ajuste de cuentas similar sobre el papel del entrenamiento militar estadounidense en el fomento de los peores abusos de la guerra de Turquía contra lxs kurdxs. Pero es posible que haya que hacer uno. Aunque la Guerra Fría ha terminado, los Estados Unidos siguen apoyando a los elementos más militaristas y nacionalistas del Estado turco, sin tener en cuenta las consecuencias.
Entre 1950 y 2020, Turquía fue el mayor receptor de fondos del IMET en todo el mundo. El Departamento de Estado destinó 220.650.000 dólares a la formación de personal turco durante ese periodo. En el año fiscal 2004, Turquía recibió 5.000.000 de dólares en ayuda del IMET, el mayor total anual no sólo para Turquía, sino para cualquier receptor del IMET durante el siglo XXI.
El enfoque de Turquía sobre la cuestión kurda apenas ha cambiado durante ese tiempo. Aunque la campaña armada del PKK, las movilizaciones masivas de civiles kurdxs y una tradición política civil pro kurda asediada pero tenaz han hecho imposible la negación de la existencia kurda al estilo de los años 80, el régimen del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de extrema derecha, sigue considerando la cuestión como un problema militar con una solución militar, al igual que sus predecesores de la época golpista.
En nombre de la «lucha contra el PKK», Turquía ocupa actualmente franjas de territorio en Irak y Siria, lleva a cabo una limpieza étnica de kurdxs, yazidíes, asirixs y otras minorías, da poder a las milicias yihadistas, obstaculiza la lucha contra el ISIS y encarcela a decenas de miles de civiles bajo falsos cargos de «terrorismo», incluidos diputadxs y alcaldes democráticamente elegidxs del progresista Partido Democrático de los Pueblos (HDP) y sus predecesorxs.
Funcionarios entrenados en los Estados Unidos siguen dirigiendo estas políticas. En un documento del Departamento de Defensa creado en 2018 o después de esa fecha para hacer un seguimiento de los funcionarios formados en el IMET que ascendieron a puestos de relevancia en sus países de origen, figuran casi 70 funcionarios turcos. El primer y más alto funcionario turco de la lista es identificable como el ministro de Defensa Hulusi Akar, que consta como formado en Estados Unidos entre enero y junio de 1987.
Desde que asumió el Ministerio de Defensa de Turquía en 2018, Akar ha supervisado una época especialmente violenta de la política exterior turca: una devastadora invasión y ocupación del noreste de Siria, múltiples ataques al Kurdistán iraquí y una campaña creciente de ejecuciones extrajudiciales de líderes kurdos y yazidíes en la lucha contra el ISIS y el esfuerzo por estabilizar sus tierras.
En un giro irónico, tanto Akar como el Ministerio de Defensa en su conjunto fueron sancionados por los Estados Unidos por «poner en peligro a civiles inocentes» y «debilitar la campaña para derrotar al ISIS» durante la invasión de octubre de 2019 de las ciudades sirias de Serekaniye y Tal Abyad.
Hoy, mientras Turquía lanza una nueva invasión militar del Kurdistán iraquí y reprime más que nunca a la oposición política kurda y no kurda, el Departamento de Estado ha solicitado 1.450.000 dólares de ayuda del IMET para el país para el año fiscal 2023. Dado el historial del programa, es difícil ver esto como algo distinto a una inversión en la dictadura, la guerra interminable y una solución militar a la cuestión kurda –políticas fallidas que no han traído más que muerte y destrucción a la región.
Meghan Bodette es la Directora de Investigación del Instituto Kurdo de la Paz.
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Foto: Wire