Por Katu Arkonada
En 1962, y mientras sesionaba el Consejo Interamericano Económico y Social de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Punta del Este, Uruguay, y el representante del gobierno cubano Ernesto Che Guevara denunciaba las maniobras hostiles del imperialismo estadounidense, Cuba fue expulsada de la OEA y todos los países, excepto México, rompieron relaciones con la Revolución Cubana.
60 años después de ser expulsada de lo que el Canciller de la dignidad, Raúl Roa, definió como el “Ministerio de las Colonias yanqui”, Cuba, y también México, vuelven a ser protagonistas de una cumbre.
La negativa de otro Presidente defensor de la soberanía, Andrés Manuel López Obrador, a acudir a una Cumbre de las Américas a celebrarse del 6 al 10 de junio en Los Ángeles, California, si no son invitados del “eje del mal” latinoamericano, Cuba, Venezuela y Nicaragua, ha abierto grietas en la diplomacia estadounidense, incluso tensiones entre la Casa Blanca de Joe Biden y el Departamento de Estado que encabeza el Secretario Anthony Blinken.
La posición de México ha sido respaldada por países progresistas como Honduras, Bolivia o Argentina, la mayoría de países caribeños con San Vicente y las Granadinas a la cabeza, e incluso por países con gobiernos de derecha como el de Guatemala.
Todo esto abre una crisis difícil de cerrar que hace que ante el fracaso de una Cumbre donde Cuba, Venezuela y Nicaragua ya han anunciado que no acudirán, y el bajo perfil de la mayoría de delegaciones gubernamentales que sí lo hagan, se esté planteando que Joe Biden no tenga protagonismo en la misma, incluso poniendo abriendo la posibilidad de su no participación.
Hay por tanto temor, e incluso pánico, al colapso de la Cumbre de las Américas, y se ha comenzado un despliegue “diplomático” que incluye seducción con los países que pueden, como Uruguay, y coacción con los que no, como en el caso de Perú, donde Estados Unidos le ha recordado a Pedro Castillo que necesita su apoyo para contener a una oposición que puede impulsar un proceso de vacancia en el Congreso, garantizando de esta manera su no alineamiento con la postura de México y sobre todo, su no beligerancia contra las posiciones de Estados Unidos.
El Departamento de Estado está realizando recorridos por diferentes países, tratando de apuntalar una cumbre que ya se da por fracasada. En esa desesperación es que se intentó la fórmula de invitar a un representante de Cuba, craso error diplomático que más que dividir, solo refuerza la unidad latinoamericana en torno a una idea: la no exclusión y el respeto a la soberanía de América Latina y el Caribe más allá de las diferencias ideológicas entre gobiernos.
Si no hay igualdad de condiciones, Cuba dejó claro que no va a participar de la misma, y en ese mismo sentido es necesario reconocer la unidad en la diversidad del bloque caribeño del CARICOM, y las posiciones de México reiterando una y otra vez su apuesta por una cumbre sin exclusiones y con pleno respeto a la diversidad ideológica del hemisferio.
América como continente tiene múltiples desafíos al margen de los modelos políticos y parece claro que la política exterior de Estados Unidos no se puede definir desde la gusanera mayamera y el lobby anti Revolución Cubana, y por extensión, anti procesos progresistas, de Florida. Mientras la política de Biden hacia América Latina pase por Miami, solo obtendrá fracasos.
La Cumbre de las Américas no solo es un fracaso anticipado, sino que demuestra las debilidades de negociación en América Latina de un imperialismo acostumbrado a someter vía soft o hard power (no es casualidad la postura de Xiomara Castro de Zelaya quien sufrió un golpe de Estado impulsado por Estados Unidos en 2009) a quienes considera su patio trasero.
En cualquier caso, dado que Joe Biden pasará sin pena ni gloria por la Casa Blanca, y en Estados Unidos seguirán gobernando los mismos, Wall Street y el complejo industrial-militar que ahora necesita la guerra en Ucrania para mantener su ritmo de gasto y producción, se hace más urgente y necesario que nunca que se retome el impulso por la unidad latinoamericana y caribeña.
La más que probable victoria de Lula en Brasil puede hacer que se conforme un MAB (México-Argentina-Brasil) progresista con países del G20, que junto al proceso de cambio boliviano que encabezan Lucho Arce y Evo Morales, el apoyo más light de Chile y Perú (no porque no quiera Pedro Castillo, sino porque no puede) y la permanencia de los procesos en Cuba, Venezuela y Nicaragua, junto con el liderazgo de Honduras en Centroamérica, den un nuevo impulso a la integración latinoamericana que, indefectiblemente, debe pasar por recuperar y consolidar la CELAC para que quede claro que los gobiernos soberanos de América Latina y el Caribe ya no son territorio de conquista.
@katuarkonada